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Reportaje:

Pelea de gallos para suceder a Chirac

Nicolas Sarkozy y Dominique de Villepin comparten partido político, comparten Gobierno y comparten ambición. Ambos quieren ser presidentes de la República francesa en 2007 o, como proclama un cómic muy popular en Francia, quieren ser califa en lugar del califa. Llevan tiempo pugnando. Ya en las presidenciales de 1995 se encontraban en campos opuestos: De Villepin, con Jacques Chirac; Sarkozy, con Eduard Balladur. Mientras el primero, que nunca se ha presentado a unas elecciones, se labraba un camino político en las alturas como hombre de confianza del presidente, el segundo se abría paso entre la jungla del partido gubernamental, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el heredero del gaullismo, hasta auparse a la presidencia.

Nadie dudaba de que compartir lecho iba a ser complicado para dos hombres tan diferentes por origen, formación e incluso talante político
De Villepin tiende a disparar sin ser visto. Sus maniobras son dignas de una novela de Dumas, o cuando menos así lo entiende Sarkozy

Los papeles parecían asignados. Sarkozy -dueño del partido, pero fuera del Gobierno- tenía por delante un largo camino de más de dos años para imponerse en el campo de la derecha, eso sí, privado de los mecanismos del poder y sin la visibilidad que proporciona una cartera ministerial. De Villepin, desde la cartera de Interior, conspiraba para derribar a Jean Pierre Raffarin y hacerse con el cargo de primer ministro, lo que sucedió tras el revolcón del referéndum europeo. Chirac le colocó al frente del Gobierno y convenció a Sarkozy para que subiera también al barco como titular de Interior y ministro de Estado, y sin tener que abandonar la presidencia de la UMP.

Sarkozy proclamaba su ambición presidencial mientras De Villepin se limitaba a dejar clara su lealtad a Chirac. Y este último seguía deshojando la margarita de presentarse a un tercer mandato.

Extraños compañeros de cama

Nadie dudaba de que compartir lecho iba a ser una tarea complicada para dos hombres tan diferentes, no sólo físicamente, por su origen o por su formación, sino incluso -lo que es mucho decir en la política francesa- políticamente. El aristócrata De Villepin se sitúa en el centro, en la clásica tradición gaullista, que nunca aceptará realmente que el Estado necesite adelgazar, ni siquiera reformarse. El burgués ambicioso Sarkozy, que tiene entre sus héroes a José María Aznar, predica la reforma radical de una Francia que, en su opinión, ha perdido fuelle por aferrarse a un modelo que ya no funciona. Mientras De Villepin se presenta como el centrista unificador, Sarkozy es la terapia de choque.

La primera muestra de la munición que iban a utilizar llegó a la vuelta del verano. Los problemas conyugales de Sarkozy, que él mismo había reconocido públicamente en televisión, reaparecieron en forma de portada de Paris-Match. El semanario, propiedad de su supuesto gran amigo Arnaud Lagardère, publicaba una gran fotografía de Cécilia Sarkozy y el tercero en discordia, Richard Attias, un alto ejecutivo del mundo de la publicidad, haciéndose carantoñas. La hora de la verdad era el título premonitorio.

Pero las reglas de juego de esta pelea de gallos cambiaron radicalmente el pasado sábado 3 de septiembre. El guión, a varias bandas, de lo sucedido aquel fin de semana en la playa de La Baule, en Bretaña, ilustra lo que está por venir. La noche del viernes, Chirac había ingresado en el hospital militar de Val-de-Grâce, a las afueras de París, aquejado de fuertes dolores de cabeza y con la pérdida parcial de la visión en el ojo derecho; un ictus cerebral. Nadie se había enterado fuera del círculo más íntimo del palacio del Elíseo y de su esposa, Bernadette. Así es el modelo francés. La presidencia de la República tiene su propia red y no comunica con el Ministerio del Interior si no lo desea.

El sábado, a primera hora de la mañana, De Villepin hacía jogging al borde del agua. Sarkozy no. Malas lenguas explican que el primer ministro había sugerido al de Interior que, para desmentir ante la opinión pública los rumores sobre sus desavenencias, ambos se fueran juntos a trotar por la playa en pantalón corto, dejándose filmar por las cámaras. En un primer momento, aseguran, a Sarkozy no le pareció mal la idea, sólo hasta que uno de sus consejeros le previno. ¿Cómo vas a mostrarte así, tú que siempre sudas, al lado de alguien que te saca más de un palmo de estatura y que incluso corriendo mantiene un aire aristocrático?

Así que las cámaras filmaron a De Villepin trotando y a Sarkozy, en la otra punta de la playa de La Baule, sentado, con la camisa arremangada, mesándose la barbilla con aire preocupado, haciendo tiempo antes de inaugurar la universidad de verano de su partido, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), que era la razón por la que tanto el uno como el otro se encontraban en este lugar de la costa atlántica.

Las cámaras siguieron a Sarkozy cuando entró en la sala repleta, arropado por los aplausos de la militancia que le adora. Pero otras cámaras y otros periodistas habían sido avisados con urgencia para que acudieran al jardín del cercano bungaló donde se alojaba De Villepin. El primer ministro se disponía a anunciar que el presidente Chirac había sido hospitalizado a consecuencia de un "ligero accidente vascular".

La escenificación fue milimétrica. Sólo un momento antes de salir al jardín, De Villepin llamó al móvil de Sarkozy para comunicárselo. Las imágenes recogen toda la secuencia, incluida la que muestra a uno de los colaboradores del ministro del Interior susurrándole la noticia a un oído, y a éste levantándose y saliendo precipitadamente de la sala, y paralelamente, la del primer ministro hablando con los periodistas. La siguiente imagen mostraba el encuentro, bajo un sol ya más alto, de ambos políticos; un ligero apretón de manos antes de encerrarse a solas para un desayuno tardío lleno de supuestas explicaciones.

Las puñaladas traperas que desde hace tiempo se vienen prodigando los dos delfines de Chirac forman ya parte de la leyenda y, a decir de muchos, encajan perfectamente en la tradición gaullista. El primer propagador de las infidelidades de Cécilia Sarkozy no fue otro que De Villepin, quien, desde un lugar tan improbable como Petra, en Jordania, se encargó de transmitir la noticia a sus amigos y conocidos vía SMS.

El primer ministro tiende a disparar sin ser visto; sus maniobras son dignas de figurar en una novela de Dumas. Por lo menos así lo entiende Sarkozy, que aceptó en junio la cartera de Interior para poder neutralizar las filtraciones y las operaciones que, en su opinión, desde allí se articulaban para dinamitar su carrera política. Lo cierto es que recientemente, con De Villepin en Interior, hubo un intento de implicar a Sarkozy en un confuso asunto de blanqueo de dinero. Claro que el ahora primer ministro podría decir otro tanto; en 1994, su padre fue objeto de un riguroso control fiscal, siendo Sarkozy ministro del Presupuesto.

De Villepin (izquierda) y Sarkozy, tras una reunión en la oficina del primer ministro el pasado junio.
De Villepin (izquierda) y Sarkozy, tras una reunión en la oficina del primer ministro el pasado junio.AP

Los amigos de Sarkozy y la candidatura natural de De Villepin

NICOLAS SARKOZY pretende que el candidato a la presidencia de la República de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) sea elegido por la militancia. "Nada ni nadie me impedirán ir hasta el final", proclamaba la semana pasada, "no cederé, habrá un congreso en enero de 2007 y los militantes escogerán a quien llevará los colores de la UMP". Pero como decía recientemente un analista político, la UMP es ahora la AAIS, la Asociación de Amigos Incondicionales de Sarkozy, por lo que no es de extrañar que en el otro campo no quieran ni oír hablar de unas primarias.

El presidente de la Asamblea Nacional, Jean Louis Debre, uno de los chiraquistas más fieles, no sólo rechaza tajantemente esta posibilidad, sino que ha llegado a decir que Sarkozy "no da la talla presidencial". La ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, piensa también que unas elecciones primarias no caben en la V República. Villepin, por su parte, utiliza una elipsis: "Como gaullista mi convicción es que la elección presidencial es, ante todo, el encuentro entre un hombre y un pueblo".

"No se trata de unas primarias", replica Sarkozy, "sino de una investidura". Y para desmarcarse de la labor del Gobierno al que pertenece añade: "La gente comprende que yo no estoy al mando, ven claramente que hay dos ritmos para conducir el cambio: el de la continuidad y el mío". Contra más insiste Sarkozy en que hay que votar al candidato de la UMP, más proclama Villepin que hay que aceptar la "candidatura natural".

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