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Columna
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Tantos, y tan pocos

Andrés Ortega

Más de 170 jefes de Estado y de Gobierno se dan cita a partir del miércoles en Nueva York, en la mayor reunión de este tipo de la historia, para celebrar el 60º aniversario de la ONU e intentar ponerla a la altura de los tiempos. Nunca tantos. Y sin embargo, nunca tan poco liderazgo. Si, a la Diógenes, buscamos hombres o mujeres dignos de la calificación de "líderes", sobran para contarlos los dedos de una mano. Hágase el lector su propia lista. Hay una crisis general de liderazgo político con capacidad de proyección y admiración más allá de sus fronteras. Pues eso que se llamaban "hombres y mujeres de Estado", ahora, para serlo tiene que rebasar las fronteras del suyo. Si se hubiera celebrado tal reunión 15 ó 20 años atrás, se hubieran podido contar algunos más.

Dejemos el caso de España, con el Rey presidiendo la delegación española en Nueva York. En Europa hay una carencia de líderes, electos o (en algunas instituciones) nombrados. Uno de los pocos podría ser el luxemburgués Juncker, pero venir de un país pequeño no ayuda en esta cuestión. No digamos en Portugal, donde Soares ha vuelto a la palestra a sus 80 años. Blair es quizá la referencia, pero con su actitud ante la guerra de Irak ha perdido credibilidad. Y no hablemos de Berlusconi o incluso de Chirac, con la espada de Damocles judicial sobre sus cabezas para el día que dejen sus cargos. Pese a mejorar lo que hay, sus posibles sucesores no entusiasman, ya sea Prodi en Italia, o Villepin o Sarkozy en Francia, como tampoco en Alemania, ni Schröder ni Merkel.

La crisis de liderazgo no afecta sólo a Europa. Bush ha demostrado estos días sus carencias. En las Américas sólo hay dos referencias que, hoy por hoy, valgan la pena: Lula (pero acosado por enormes problemas de corrupción, y su crisis puede ser dramática para toda la zona) y el chileno Ricardo Lagos. Dando la vuelta a África o a Asia, tampoco salen personajes relevantes. Nadie ha tomado el lugar de Nelson Mandela o, entre los autoritarios, de Lee Kwan Yee o Deng Xiaoping. El cambio de generación no ha producido lo esperado. Referente (pese a las críticas actuales) sí es Kofi Annan, secretario general de la ONU convertido en una especie de conciencia universal, mas es un alto funcionario, no un dirigente político. Del otro lado del espejo, con otro tipo de liderazgo, está, desgraciadamente, Bin Laden.

¿Qué ha pasado? Las cualidades para llegar al poder -ya sea en democracia o no- no siempre coinciden con las que se necesitan para ejercerlo con profundidad. No es una novedad en la historia de la Humanidad. Pero en nuestras democracias mediáticas y pospolíticas esta brecha puede haberse acentuado con la necesidad de escalar puestos en los cada vez menos atractivos partidos políticos, o de poner al desnudo casi toda la vida del aspirante antes de poder optar a llegar. Hay también otro factor, que es la apertura de la carrera política a famosos. Ocurrió con Reagan (aunque fue activo en el sindicato de actores y luego como gobernador de California) y ha ocurrido con Schwarzenegger. O la proyección de Bono, el cantante de U2. En general cabe registrar una cierta devaluación de la política tradicional, quizá ante el embate de fuerzas no controladas que se suelen agrupar bajo el término de globalización, u otras razones.

¿Es malo una época sin líderes? No necesariamente. ¿Quién conoce fuera de su país el nombre del presidente de Suiza? Sin embargo, sí lo es en tiempos de mutación y ante los retos mucho más complejos que plantea el mundo actual. El problema es más amplio, pues lo mismo que ocurre con los dirigentes políticos pasa con los intelectuales. Salvo alguna excepción (quizá Habermas es uno de los últimos), tampoco los hay hoy de proyección social universal o regional. Es también propio de nuestra condición actual general no de náufragos sino de perdidos, que saben lo que no quieren -los horrores utópicos del siglo XX- pero no acaban de saber lo que quieren.

aortega@elpais.es

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