_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La extrema desigualdad

Joaquín Estefanía

Pasado mañana comenzará en la ONU una cumbre, coincidente con el 60º aniversario de su fundación, que reunirá la mayor concentración que nunca se ha dado de dirigentes mundiales. En ella deben debatirse aspectos tan centrales para el bienestar de los ciudadanos y la gobernabilidad de la globalización como los Objetivos para el Desarrollo del Milenio, la Alianza de Civilizaciones, el cambio climático o la reforma funcional de las propias Naciones Unidas, para hacerlas más democráticas, más funcionales y más transparentes.

La discusión llega precedida de tres acontecimientos, de distinta naturaleza, que marcarán sus conclusiones. Por orden de su aparición en el tiempo, en primer lugar, la presencia de un nuevo embajador norteamericano en la ONU, John Bolton, un aguerrido neocons cuyo nombramiento supone algo así como instalar a la zorra en el gallinero. Bolton, que se opone a las reformas que abandera el secretario general de la ONU, Kofi Annan, escribió de forma premonitoria cuando era subsecretario de Estado para el Control de Armas y Asuntos Internacionales, con Bush: "Las Naciones Unidas no existen. Existe una comunidad internacional que sólo puede ser dirigida por la única potencia real que queda en el mundo, los EE UU, cuando ello se ajusta a nuestros intereses y cuando podemos convencer a otros de que nos sigan".

El segundo hecho han sido las denuncias por corrupción en el programa Petróleo por Alimentos, que debilitan a Annan, que acaba de declarar que como jefe administrativo de la ONU debe asumir sus responsabilidades. El último acontecimiento ha sido la presentación del informe anual del Programa de la Naciones Unidas sobre el Desarrollo (PNUD). Sus conclusiones indican que los objetivos de desarrollo del milenio, suscritos por 189 países en el año 2000, van extraordinariamente retrasados. Éstas son algunas de las cuantificaciones del PNUD: las 500 personas más ricas del mundo reúnen más ingresos que los 416 millones de ciudadanos más pobres, lo que explica una inmensa desigualdad; el 40% de la población mundial sólo logra el 5% de los ingresos totales, mientras el 10% más pudiente reúne el 54%; 460 millones de personas de 18 países (la mayor parte de ellos de África y la antigua Unión Soviética) han empeorado su nivel de vida respecto al principio de la década de los noventa; cada día mueren 30.000 niños por causas evitables, etcétera.

Recordemos que entre los Objetivos del Milenio figura reducir a la mitad el porcentaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a un dólar por día y disminuir un 50% el porcentaje de personas que padecen hambre antes del año 2015. Pero el embajador americano quiere eliminar los pocos elementos de concreción que existen en esos objetivos y dejar reducidas las conclusiones de la ONU a una llamada genérica -y por tanto, retórica- a la lucha contra la pobreza. Al contrario, las principales organizaciones no gubernamentales, que hacen de auditoras del esfuerzo real de los gobiernos (no de sus declaraciones teóricas), pretenden calendarios vinculantes en cuanto a las medidas que pueden inducir a esta reducción de la pobreza y el hambre: fechas para que los países desarrollados lleguen a aportar el 0,7% de su PIB en ayuda al desarrollo (España se ha comprometido a llegar al 0,5% al final de esta legislatura y al 0,7% al acabar la siguiente, según el Plan Director de la Cooperación Española) y la lista de países pobres a los que se condonará la deuda externa, más allá de los acuerdos del G-8 en Londres del pasado mes de junio.

El cumplimiento de los Objetivos del Milenio está intensamente unido al proyecto de Alianza de Civilizaciones que presentará Rodríguez Zapatero en la asamblea general de la ONU, y que cuenta con el apoyo de Kofi Annan. No se puede establecer una relación directa entre hambre y pobreza, y terrorismo, pero todo el mundo concluye que ambas lacras sociales constituyen un caldo de cultivo que aprovechan los instructores de la violencia para seleccionar a sus falanges. Aunque la pobreza y la desigualdad no son lo mismo, tienen idéntica naturaleza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_