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Urbanismo de medias verdades

El conseller de Territorio y Vivienda, Rafael Blasco, no miente, pero nos engaña, cuando repite, y se atribuye como mérito propio con descaro, que hasta mediados de los 90 la urbanización en el litoral era un 150% superior a la que ha ejecutado en la última década. Da a una afirmación de Perogrullo, de manera consciente, apariencia de verdad científica y nos toma por deficientes mentales. ¡Cómo si la costa fuera ilimitada o pudiera alargarse como un chicle! La primera línea del litoral está, desde hace tiempo, agotada en la práctica para la construcción de viviendas. Por eso la actividad febril se encuentra en la segunda, tercera, cuarta línea, y las que sean precisas para que el negocio siga prosperando. Y de ahí viene el entusiasmo por los campos de golf, pues éstos tienen el efecto de crear en el interior, para los promotores y constructores, una ilusoria "primera línea de playa" idónea para reproducir el modelo especulativo. El golf no despierta pasiones deportivas, su práctica sigue siendo de élite, ni tampoco es un elemento decisivo para atraer turismo extranjero, como han evidenciado estudios recientes. Es necesario, únicamente, para revalorizar los terrenos edificables que surgen de inmediato en todo su perímetro. Gozar de las vistas hacia un campo de golf, extenso y verde, puede ser tan idílico como sentarse frente al mar. Un lujo que la gente está dispuesta a pagar, y los promotores, con la ayuda indispensable de la Administración, encantados de poder ofrecerlo. Esa es la realidad para la que se demanda más agua.

El verano es buena época para ir al campo y a la playa con la intención de reconocer nuestros paisajes favoritos, o descubrir otros nuevos. Los que hemos practicado estas escapadas, hemos visto con nuestros ojos el estremecedor avance del proceso urbanizador, la desfiguración de la naturaleza plagada de grúas en cualquiera de las direcciones que tomara la vista, la perdida de referencias físicas del territorio y, lo que es peor, la proliferación del mal gusto. Da la impresión de que nadie ha marcado las líneas maestras necesarias para un desarrollo armónico con el medio natural. Desde luego asombra, que este crecimiento desbocado tenga lugar al mismo tiempo que el recurso más importante y limitativo, el agua, muestra su mayor vulnerabilidad, en cantidad y en calidad. Se aprecia muy poco interés por el concepto de desarrollo sostenible, aquel que no amenaza el medio ambiente existente y futuro, una cuestión que molesta a los planificadores amantes del beneficio a corto plazo. Algo que la Comunidad Valenciana pagará caro.

En este contexto, el Consell propone un gran pacto en torno al Urbanismo con mayúsculas. Tras la retórica de las palabras no se distinguen con claridad los objetivos. Sean cuáles sean éstos, para conseguirlo ha de crear antes una atmósfera de confianza que en estos momentos no existe. ¿Hay buena fe en esa propuesta o se trata de una trampa para hacerse con la complicidad del adversario, tan necesaria para seguir haciendo lo mismo?

El caso del hotel Atrium Beach de la Vila Joiosa va a poner a prueba muy pronto la credibilidad del conseller. Recordemos que está construido en parte sobre viario público e incumple la norma de no situarse en su proyección a más de 50 metros de una línea paralela a la costa, según informes del arquitecto municipal, sobre el que pesa una orden de demolición de 53.000 m2 correspondientes a las once plantas de exceso sobre las permitidas, y una multa del Consell de 12 millones de euros. La infracción urbanística ha sido colosal. La primera reacción fue ejemplar por parte de Blasco al anunciar tolerancia cero ante una burla a la legalidad tan manifiesta. Pronto empezó a debilitarse esta posición y la última noticia, de antes del verano, era la existencia de un pacto, éste sí, aunque le llamen convenio, entre al Ayuntamiento del PP y el promotor, Hotel Luna, SA, para legalizar el Atrium Beach, como si a la luz de la vigente legislación la obra efectuada fuera legalizable, demoliendo sólo dos plantas del inmueble, cediendo suelo al municipio en otra zona y pagando 1,2 millones de euros para financiar infraestructuras. La aprobación de este documento depende ahora de su ratificación por parte del conseller. No se sabe si lo hará, y la expectación es grande, pero lo que sí se sabe es que el proyecto de Ley Urbanística Valenciana que su departamento promueve, aprobado en mayo pasado y ahora en trámite en las Cortes, abre la posibilidad de indultar los excesos urbanísticos cuando la demolición resultara, a juicio del Consell, una medida desproporcionada. Una salida ingeniosa, cuyo precedente se remonta a la legislación franquista, para salir del atolladero. Lo más gracioso es que tratan de presentar la nueva Ley como el instrumento para hacer cumplir de manera inflexible la legalidad urbanística. Lo dicen con esa desfachatez que ya ni siquiera provoca estupor.

Nos cabe la esperanza de que el proyecto de Ley Urbanística Valenciana, que abre esas posibilidades ficticias de ordenación del territorio, sea uno de esos documentos falsos que, según declaraciones del conseller, una sección especializada de su departamento elabora cuidadosamente para engañar a la oposición (¡Ah, si John Le Carré se enterara, que buena novela podría hacer!), o que este supuesto, tan esperpéntico, tan fallero y, para qué negarlo, tan valenciano, sea sólo otra de sus bravuconadas, decidido como está, resueltamente, a contagiarse del mal estilo que caracteriza a su partido, al de ahora. Hay bromas que un político serio no debe jamás permitirse.

María García-Lliberós es escritora

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