Ni la Huesera puede con Menchov
El líder resiste con tranquilidad en la subida más difícil de la carrera, donde atacó Sastre
Cuando se enteraron de que Denis Menchov no conocía la subida a los Lagos de Covadonga, de que ni siquiera le importaba no haberla subido nunca en su vida, de que tampoco había oído hablar de las terribles eses de la Huesera, ni del espléndido Mirador de la Reina, de que todo le daba igual, de que le bastaba con meter el 23, el desarrollo que todo el mundo usa y pedalear, unos cuantos fueron a su encuentro para reprochárselo.
-¿Y qué?, les respondió el ruso. -Si todo consiste en conducir y abrir gas.
Con este ciclista imperturbable se tiene que jugar el cocido Roberto Heras, el doliente. Se lo lleva jugando desde hace una semana. Se lo tendrá que jugar la semana que comienza mañana. Se lo jugó ayer, en la ascensión más dura de la Vuelta, en el día más señalado. Obtuvo, un día más, un resultado descorazonador.
Con el ruso se jugará hoy Heras el cocido en Pajares, la última llegada en alto de la Vuelta
Una vez su equipo -Baranowski, como un ecce homo, vendas por todos los lados después de su brutal caída de la víspera, aquella del boquete, tan mala que cuando se levantó y se vio entero dijo: "no puedo creer que no me haya matado", Vicioso, doblado sobre la bici, Beloki eficiente, Scarponi tremendo- hubo procedido a la limpieza y el desbroce del terreno, mediada la subida, olor a Huesera en el aire, crujidos de cadenas y cambios colocando el 23 o el 25 en la rueda de atrás, Roberto Heras se encontró con el panorama habitual de esta Vuelta, el vacío delante, Menchov detrás. Un mínimo cambio en esta ocasión venía a perturbar el guión. El vacío de delante no era tan vacío porque por allí marchaba Carlos Sastre, un pequeño detalle que hizo que el fabuloso bejarano se sintiera prisionero de una paradoja. Había anunciado que atacaría y atacaba -bueno, cambiaba de ritmo, cambiaba de posición sobre la bicicleta, cambiaba de desarrollo, se levantaba, se sentaba, hacía girar imparable su rodilla herida-, pero atacaba no para atacar sino para defenderse. Para defenderse del que marchaba delante, del Carlos Sastre que se sintió Pantani y quiso volar, del que marchaba detrás, del Denis Menchov que le acogotaba con su respiración cercana. A Sastre, que llegó a contar con medio minuto, le dejó la ventaja final en 7s; a Menchov no logró quitárselo de encima.
De Sastre, de su relación especial con la subida de Covadonga, escribió Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, en 1918, 60 años antes de que el ciclista naciera en El Barraco (Ávila). Ya dijo entonces el impulsor del Parque Nacional que el arquitecto que estuviera en el parque regresaría a su casa siendo mejor arquitecto, también el abogado y el ingeniero. Y terminaba diciendo: "Y el sastre, mejor sastre". Sastre sintió la llamada de aquel pregón, quiso hacerle honor. Atacó en la primera curva. A más de 12 kilómetros de la llegada. Atacó porque veía que Heras no era Heras, atacó porque no veía a Mancebo, su amigo, con el que anda rozando la tercera plaza, atacó de lejos porque se lo dictaba su corazón. Atacó pensando en todo eso y quizás también en ganar la etapa, pese a que por allí hacía 2m 47s que había pasado Eladio Jiménez, torero. Atacó ligero, con tanta fuerza que se salía en las curvas, sprintando entre curva y curva con las manos en la parte superior del manillar, con más efectismo que efecto. Y si el aire de los lagos de Enol y Ercina no le hicieron mejor sastre, sí que salió de allí, del territorio en el que las vacas, pasmadas, compiten por las cunetas con los aficionados, al menos, mejor colocado en la general. Y ello fue porque a Mancebo se le atragantó la subida.
Mancebo estaba confiado antes de empezar porque en su visita de reconocimiento a la ascensión hace unas semanas se comió una fabada en el valle y sin esperar a hacer la digestión se atrevió con la ascensión. Pudo con ella sin pasar del 23 ni siquiera en la Huesera, pudo con ella en poco menos de 44 minutos. Por eso, y por lo bien que se ve en la Vuelta, por la fe que tiene en sí mismo, Mancebo empezó a subir que se creía Menchov, que se aplicaba a sí mismo eso de "conducir y abrir gas". "Eso pensaba yo", dijo Mancebo, el chico al que le cuesta revolucionar el motor, arrancar en frío, pero a quien en caliente no hay quien pare, "pero hemos subido tan despacio los cuatro puertos anteriores que apenas he podido acelerar el corazón, que cuando ha empezado esta ascensión estaba bloqueado". Así que en vez de coser y cantar como nunca, agonía como siempre. Nada de abrir gas, sino sufrimiento torcido sobre la bicicleta. Pese a todo, mejoró en 10 minutos la marca del día de la fabada, 33m 26s ayer, sólo 59s más lento que Sastre, 52s más que Heras y Menchov.
Viendo que Heras no era Heras algunos se acercaron a Menchov para reprocharle que no hubiera aprovechado la ocasión para aumentar su ventaja sobre el bejarano en la general.
-Bah, respondió el ruso riendo. -De momento no hace falta atacarlo.
Con este rudo impasible se jugará hoy Heras el cocido en Pajares, la última llegada en alto de la Vuelta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.