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Reportaje:

Manila se envuelve en tejido de piña

Una exposición en la Casa de Vacas del Retiro muestra tesoros de la artesanía textil filipina con diseño español

Si, tras las recientes vacaciones, alguien desea olvidar el estridente fragor de Madrid y cambiarlo por la bonanza de un paraje rezumante de exotismo y de serena belleza podrá hacerlo en la Casa de Vacas del Retiro. Allí encontrará una exposición, La piña, el tejido del paraíso, que le procurará un placentero traslado hasta Filipinas, el archipiélago de 7.500 islas que permaneció vinculado a España, como colonia, desde el siglo XVI hasta 1898. Su reencontrada presencia es aquí cercana y fresca, como cuentan las crónicas que lo era la suave brisa que, al atardecer, descendía sobre la capital isleña, Manila.

Tras cruzar una decoración foto-vegetal insólita en la Casa de Vacas, ya adentro el paseante verá amontonada una pila de esa fruta de dorada y sabrosa pulpa que en tagalo se llama ang y que conocemos como piña. Pero, aunque su aroma y su sabor parezcan acompañar al visitante durante el recorrido, la exposición no versa sobre el fruto, sino, más bien, sobre la hoja de la piña, cuyas plantaciones ocupan una considerable extensión agrícola en Filipinas.

Los artesanos descubrieron que las grandes hojas del fruto podían ser deshilachadas

Este fruto no era autóctono del archipiélago, sino americano. Por ello, cuando los españoles, que habían entrado en contacto con las islas asiáticas a fines del siglo XVI, establecieron luego por el Pacífico una ruta náutica para conectar México y Filipinas, el famoso Galeón de Manila, las piñas tropicales americanas que llevaban a bordo -para combatir con su vitaminada pulpa la temida enfermedad del escorbuto- iban a protagonizar una sorprendente historia: al caer sobre el suelo insular recién pisado, algunas de aquellas frutas enraizaron velozmente y se desarrollaron con profusión admirable.

Tal hecho fortuito fue aprovechado por artesanos filipinos, ya conocedores de tradiciones chinas y malayas, para observar las posibilidades textiles que la hoja de la piña ofrecía. Con asombro descubrieron que sus grandes hojas verdes, semejantes por su forma y tamaño a espadas, podían ser deshilachadas con instrumentos cortantes como platos de porcelana china o loza. Las hebras así obtenidas mostraban una consistencia singular y podían unirse con otras mediante cuidadosos nudos. Los nudos fueron y siguen siendo hechos a mano. Pese a su gran dureza, mostraban una fragiliad extrema.

Una vez en los telares, el resultado de la pericia de los tejedores filipinos generó un tejido de bellísima textura, singularizado por la finura de su trama y la brillante voluptuosidad de sus formas. Además, aceptaba casi todo tipo de coloraciones y a ellas añadía, grácilmente, una elegancia visual y táctil únicamente parangonable a la que presentan algunas labores de seda de China. De su proliferación como artesanía se lucró el ajuar de la élite colonial hispana, que vio mejorar prodigiosamente la elegancia de su indumentaria. Para los filipinos, comenzaba así el despliegue de una artesanía de tejidos de piña que llegaría a ser la seña de identidad del país en todo el mundo, mediante exportaciones cuyas mercaderías causarían asombro entre las clases elegantes europeas y americanas. Comenzaron, pues, a trocarse los atavíos mediante influencias de la técnica textil de China, con aportaciones del diseño de la India, la experiencia artesana malaya y las modas procedentes de España y de Portugal. Sayas sin cuello para las damas, con mangas afaroladas muy características de la indumentaria femenina isleña, además de faldas y sobrefaldas, tapis, incorporaron bordados de una singularidad extraordinaria, realizados en muchos casos con cabello humano. Incluso en la confección de chinelas, lujosas zapatillas profusamente ornamentadas, se empleó tejido de piña para incrementrar la belleza de los atavíos humanos. Surgió así el barong tagalog, una especie de guayabera con la pechera bordada sobre los finísimos estambles de la hoja de la piña, que comenzó a acreditarse en medio mundo como codiciada prenda del atuendo masculino. Asimismo, surgió una plétora de objetos textiles para el uso doméstico, como paños, mantelerías, servilletas... que otorgaban a las casas una distinción sin precedente.

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De todos estos procesos da cuenta la exposición del Retiro, que muestra además creaciones de diseñadores de moda: Erwin Tan, Jesús Vázquez, Carlos Díez, Juanjo Oliva, José Ramón Rocabert, José Miró y Ion Fiz. Sus diseños, entre los que abundan los colores turquesa, rosa y naranja, se exhiben junto con un vídeo en el que se explica en detalle el proceso de fabricación de esta artesanía, cuyo relato se encabalga con los comentarios e ideas de los diseñadores españoles, cuando fueron convocados ante los cortes de este prodigioso textil.

El montaje de la exposición incluye desde surcos iluminados con neón celeste en el suelo hasta audiovisuales con música de guitarra de trasunto colonial, más cuadros de tipos filipinos, fotografías de Jean Laurent y objetos del ajuar español y tagalo de inestimable valor, procedentes de la magnífica colección filipina del Museo Nacional de Antropología.

La piña, el tejido del paraíso. Hasta el 3 de octubre. Organiza Madrid Vive la Moda. Entrada gratuita. Casa de Vacas. Parque del Retiro.

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