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Crónica:VUELTA 2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un viejo caballo ganador

Laiseka, de 36 años, gana en Cerler, donde Heras, acelerado, no pudo despegarse de Menchov y Mancebo

Carlos Arribas

Material para Freud.

"Yo estaba dormido, profundamente dormido, creo que hasta soñaba, un sueño hermoso, cuando, entonces, de repente, zas, un ruido mínimo me despertó. En la habitación brillaba un sol demasiado alto ya. Un sol de mediodía, pero eso no me extrañó. A mi derecha la cama de Penkas ya estaba vacía. Supuse que se había levantado antes y que se estaba duchando ya, pero del cuarto de baño no llegaba ningún ruido. Extrañado, me levanté. Nadie en el baño. Abrí la puerta de la habitación. El hotel estaba en silencio. Empecé a sentir pánico. Bajé al comedor. Nada. Las mesas llenas de migas, de cartones de cereales, leche derramada, vasos con zumo a medio acabar. Nada. Nadie. No era posible. El pánico se convirtió en pavor cuando fui consciente de que se habían ido sin mí. ¡Me había quedado dormido! Nadie me había llamado. La Vuelta seguía sin mí. Entonces, me desperté. Miré el reloj. Eran las siete de la mañana. Me di media vuelta y dormí una hora más".

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Una pesadilla.

Y luego dicen que los campeones tienen sueños premonitorios. Que se ven la noche anterior en el podio recogiendo la medalla de oro, por ejemplo. Mancebo se reía el lunes por la mañana en el pelotón contándole su sueño-pesadilla a su amigo Leo Piepoli. Después aceleró, burló el control Heras-Menchov en Andorra y ganó la etapa. Ayer, por la tarde, sudoroso, tirado, la tos seca de la fatiga interrumpiendo sus palabras, Mancebo no pudo recordar qué había soñado la noche anterior. "Fue una noche sin sueños. Quizás fue culpa del Emilio Moro que bebimos en la cena para celebrar la etapa", dice. Evidentemente, no había ganado la etapa. La victoria fue para un viejo lobo que no sueña, que no padece sudores fríos, que actúa y gana de vez en cuando. "Aunque viejo, todavía soy un caballo ganador", es su lema a los 36 años. Roberto Laiseka sólo cree en la virgen de Begoña, que le guía en la bicicleta, y en sus intuiciones.

En 1999, cuando el ciclismo era igual, cuando todavía era viejo, cuando su cara ya estaba marcada por las cicatrices, su mirada seguía siendo sombría y su chepa flotaba con más ligereza, Roberto Laiseka ganó una etapa en Abantos. Fue el primer triunfo de su equipo, el Euskadi, en una gran vuelta. Hubo champagne y promesas de gloria eterna. Después, cuando su equipo ya era el Euskaltel, era grande, era el sueño de un pueblo, Laiseka, escalador atípico, pura astucia escondida tras su aire indolente, firmó unas cuantas victorias más, todas de prestigio, todas en cimas pirenaicas, en el Tour, en la Vuelta... Ayer, cuando el Euskaltel vive una crisis de crecimiento, una estructura que sobrevive desbordada por las expectativas, cuando Mayo se retira doliente, cuando Zubeldia desaparece del mapa, cuando los jóvenes emigran, Roberto Laiseka volvió a ponerse la máscara de zorro, volvió a juguetear con el grupo de favoritos, volvió a analizar las intrincadas relaciones que se movían en el grupo de favoritos en el que se había incrustado, y a tres kilómetros de la cima, falso llano ventoso, atacó por tercera vez para esta vez santiguarse, dos veces, y ganar.

Lo de las intrincadas relaciones en el interior del grupo de favoritos, -que son cinco: Heras, Mancebo, Menchov, Sastre y Carlos G. Quesada-, es un asunto producido por la elevada ansiedad que conduce las acciones de Roberto Heras y de su equipo, el Liberty. Como si cada día que pasa fuera una oportunidad menos para ganar la Vuelta, como si el fabuloso bejarano fuera consciente de que una vez alcanzado su cenit la pasada semana en Valdelinares ya sólo le quedara un lento declinar durante el resto de la carrera, actúa acelerado, repitiendo el guión. Un equipo azul a tope, a tope según se acerca la montaña que le deja solo ante la carretera, ante el viento, ante los insidiosos falsos llanos una vez diezmado el pelotón, debilitadas las resistencias. Y esta acción, tan mortal en Valdelinares, tan cerca de la meta, se produce cada día más lejos de la cima, a cinco kilómetros en Arcalís, a ocho kilómetros ayer. Y cuanto más lejos, menos posibilidad de hacer daño. "Es que los puertos no tienen dureza para romper", se queja. Eufemismo. Otros, como Menchov, un líder que con la cabeza controla piernas y bicicleta, ven un corredor que se apaga poco a poco; otros, como Mancebo, que empieza cortado y luego enlaza, ven la oportunidad de ganar la Vuelta. Y temen la pesadilla que se lo impida.

Roberto Laiseka, tras ganar la etapa de ayer.
Roberto Laiseka, tras ganar la etapa de ayer.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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