Nombres
El nombre propio nos define, nos saca del anonimato y, de alguna manera, nos hace personas. Con tu nombre te registras y eres ciudadano. Con él te presentas y eres conocido. Con él se te llama y a él respondes.
El otro día, en la parte de arriba del autobús, leía el periódico y veía fotografías del desastre de Nueva Orleans y, en sus pies, los nombres para darle vida al dolor, para hacerlo cercano.
Tras los atentados de Londres pude leer la lista con los nombres de todos los fallecidos, incluso los de los terroristas. Compartir el dolor y apuntar la rabia.
Conocemos los apellidos de nuestros propios sacrificados.
Y está bien. Sí. Está bien. No son cifras: fueron nombres, fueron personas.
El mismo día, también, pude ver fotografías de mil muriendo. Pero no había nombres. Sólo el del puente que se hundió bajo el peso del pánico. Sinceramente, ¿compartimos su dolor.
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