La orca catalana
Buscando catalanes en San Diego llegué hasta la piscina de Ulises, en Sea World. Se preguntarán ustedes qué hace uno buscando catalanes en California. Pues muy fácil: en San Diego, que es una ciudad muy limpia y ordenada, no hay mucho más que hacer. Ulises, como bien se sabe, estuvo de 1980 a 1994 en Barcelona, en una piscina de nombre Aquarama y aguas templadas, donde fue cayéndosele la aleta dorsal y curvándosele la caudal. Algunas páginas de fanáticos de las orcas en Internet sostienen que lo templado de aquellas aguas rebasaba en verano los 25 grados, temperatura infernal para Ulises, que nació en Islandia, que en inglés es Iceland: la tierra del hielo.
La catalanidad de esta orca es relativa, pero no puede negarse que aquí pasó sus años formativos, de los 3 a los 17, un periodo crucial durante el que, además de caérsele y curvársele las aletas, algo debió pasarle que la hizo extraordinariamente resistente; tomen en cuenta que una orca en libertad vive 90 años, una en cautiverio difícilmente rebasa los 10, y nuestro Ulises, según acabo de constatar, ha llegado a los 30 con una salud que, cuando ejecuta sus saltos prodigiosos, salta a la vista.
Visita a la orca 'Ulises' en el zoo de San Diego. A sus 30 años, auténtico récord de longevidad, sigue empapando a sus admiradores
Ulises comparte piscina y show con una orca pequeña de nombre Baby Shamu, y con otro adulto de nombre Corky, que lleva el nombre artístico de Shamu, igual que nuestro Ulises, que es también Shamu. Todo lo que vive dentro de esa piscina se llama Shamu, quizá para enturbiar la estadística que dice que, desde el año 1961, han muerto 140 de las orcas (más de tres al año) que fascinan a niños y adultos en los parques acuáticos de diversiones. Lo cierto es que Ulises, gracias a la curva y a la caída de sus aletas, se distingue perfectamente de los otros Shamu, y además es quien ejecuta la suerte estelar de la piscina que es mojar a la gente de pies a cabeza. La tribuna se divide en dos grandes áreas, la de abajo, expuesta al agua que arrojan las orcas, y la de arriba, donde los asistentes pueden ver el show con la ropa seca. ¿Y a quién puede antojársele que le moje un cetáceo gordo?, pensaba yo seco en mi asiento del área superior mientras el 99% de los espectadores se arrebataban los lugares que iban a ser inundados por los Shamu. Desde mi soledad seca observé que las modestas salpicaduras que producen Corky y Baby Shamu no tienen nada que ver con el tifón que desamarra la orca catalana cuando arroja, con el cucharón en que se han convertido sus aletas caudales, cantidades onerosas de agua. Si el aleteo de una mariposa japonesa desata un huracán en el continente americano, no quiero ni pensar en lo que desatan los aleteos de Ulises en Japón.
Últimamente la política se ha adueñado de la piscina, los incondicionales de las orcas han montado una campaña para liberar a Corky, según me confió una de las entrenadoras cuando fui a preguntarle cuál era el secreto de la longevidad de la orca catalana. Resulta que un experto en lenguas cetáceas grabó las conversaciones de varias tribus de orcas en el mar de Vancouver, agua natal de Corky, y que luego fue a reproducirlas en la piscina de Sea World, donde, para su sorpresa, la orca canadiense reconoció a su madre Stripe, a sus hermanos Fife y Okisollo y a su hermanita Ripple. Basados en esta debatible evidencia, un nutrido grupo de amantes de las orcas se ha movilizado para que Corky sea devuelto a su familia.
A Ulises, hasta donde se sabe, no hay tribu que lo reclame, y quizá sea mejor así porque la experiencia de la liberación de Keiko, aquella orca mexicana que nadaba en unas aguas tan caldeadas como las del Aquarama, acabó en desastre, acabó con la muerte de la orca luego de purgar el círculo vicioso que fue su vida: lo capturaron (como a Ulises) a los 3 años de edad en el mar de Islandia; después, durante casi 23 años de cautiverio, periodo en el cual se le cayeron y curvaron (como a Ulises) las aletas, se le enseñó a olvidar sus pulsiones instintivas y se le convirtió en un animal doméstico al que había que alimentar con pescados muertos; ya que habían consolidado ese dudoso objetivo, lo devolvieron, sin instintos ni posibilidades de sobrevivir, al mar que lo había visto nacer. Vaya proyecto de vida. Y encima, para acentuar la desgracia, le hicieron una película inmunda que musicalizó Michael Jackson, que también, aunque por otras razones, tiene caída la nariz y curvadas las mejillas. Es probable que lo mejor para las orcas de Islandia, longevas y de aletas torcidas como Keiko y Ulises, sea permanecer en sus piscinas, provocando felices neumonías a sus admiradores.
Al final de la actuación de los tres Shamu, guiado por mi proyecto de buscar catalanes en San Diego, notando que mis ropas secas eran observadas con sorna por los espectadores empapados, caminé hasta donde posaba la entrenadora, para contemplar de cerca su belleza (su nariz nada caída y sus pechos milagrosamente curvados), y de paso para preguntarle por la longevidad de Ulises, que, en mi opinión, se debe a los trozos de butifarra catalana que durante 14 años le arrojaron como premio sus admiradores del Aquarama. No entendí qué me dijo: estaba yo curvado ante su boca, caído en el pozo de sus ojos.
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