_
_
_
_
Reportaje:CICLÓN EN EE UU

"¡Mi madre está dentro ahogada!"

Algunos supervivientes buscan a sus familiares por las calles de Nueva Orleans. Otros deambulan tras haberlo perdido todo

Yolanda Monge

No hay tiempo para dedicarse a los muertos. Todos los esfuerzos de los equipos de rescate se centran en salvar a las personas que permanecen con vida y que no lo harán durante mucho más tiempo. "Cuando encontramos un cadáver flotando en el agua, lo único que podemos hacer es apartarlo y seguir adelante", cuenta en Saint Bernard Parish, el barrio más devastado de Nueva Orleans, el policía D. J. Coraway. Con Coraway al frente, un equipo de emergencias acaba de rescatar a una familia del tejado en el que llevaban resistiendo más horas de las que quieren recordar. Creen que diez. Pero para los Edwards la ayuda llega dos muertes tarde.

La madre, Agnes, de 67 años, y un tío de más de 80 perecieron ahogados mientras contemplaban impotentes como el agua crecía y crecía hasta cubrir su casa. "¡Mi madre está dentro ahogada!", gritaba impotente un hijo de Agnes. Los cadáveres quedan abandonados dentro de lo que fue su casa y de lo que ahora es muy probable sea su tumba. Todos se resisten a partir sin los cuerpos de sus seres queridos. Pero no hay compasión. "No puede haberla, por mucho que tengamos que mirar a otro lado tenemos que pensar en los supervivientes", asegura el oficial de policía Stanley. A pesar de todo, los cinco Edwards que han sobrevivido al Katrina confiesan que se sintieron salvados al oír los helicópteros.

La policía marca las casas donde hay muertos para recogerlos más tarde
Más información
EE UU se vuelca con las víctimas del Katrina
Atrapados lejos de casa

A la policía le queda marcar las casas donde hay muertos. Los helicópteros y los camiones del Ejército cargados de agua, comida, mantas y soldados de la Guardia Nacional son los únicos que viajan sobre la I-10, la carretera que une Baton Rouge con Nueva Orleans. En la dirección contraria son muchos los coches que huyen -tarde- del caos y del agua. La entrada a la ciudad de Nueva Orleans está prohibida y sólo se permite el paso a los servicios de emergencia y a la prensa. Los 120 kilómetros de asfalto son un museo del horror de la devastación que el Katrina dejó a su paso. Horror que se incrementa según se llega a Nueva Orleans. En los primeros kilómetros sólo son árboles vencidos por el viento.

A medida que se entra en la ciudad, los edificios lucen las habitaciones de sus dueños sin ningún pudor. Las ventanas fueron arrancadas de cuajo, en algunos casos las paredes enteras volaron a saber dónde. De una casa cuelga una cama sobre la que permanece parte de la ropa de cama. Los coches se mecen en el agua. El agua, el agua que lo cubre todo. Y sobre ella flotan los cadáveres.

Parejas, un anciano sólo y familias enteras andan como muertos en vida por el arcén de la I-10 intentando alcanzar algún pueblo que les dé cobijo. El anciano no quiere hablar. Hace gestos para que le dejen en paz. Jane y Donald Blanchard prefieren compartir su desgracia. Están sucios y cansados. El pasado domingo decidieron quedarse para "salvar" su casa. No lo consiguieron pero han salvado la vida. "Nos han sacado en una lancha, pero no recuperaremos jamás nuestra casa", dice Jane, quien se agarra a una bolsa de plástico de forma compulsiva. Lo que allí dentro lleve son las únicas pertenencias que ambos tienen ahora en el mundo. ¿Se puede sentir afortunado quien lo ha perdido todo? "Estamos vivos", dice Donald. Se sienten derrotados. El huracán casi los ha vencido.

Muchas personas que saldrán a flote cuando el agua baje han perdido mucho más que su casa y sus recuerdos. Han muerto golpeados, ahogados o de un ataque al corazón al paso del Katrina. Teresa Alvarado busca a su hermana. No sabe nada de ella desde el domingo por la noche. Tampoco ha podido comunicar a su familia que ha sobrevivido. "¿Dios, por qué nos has hecho esto?", se pregunta desolada.

Geraldine está siendo subida a un camión del Ejército para ser evacuada. Primero tuvieron que sacarla de su casa. No es que Geraldine no quisiera cumplir la orden de evacuación del alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin. Es que Geraldine White, una mujer negra de 32 años, que pesa más de 220 kilos se sintió incapaz de huir. No habla. Sólo permanece apoyada contra la pared del camión mirando con rabia al suelo. Al lado del camión, aterrizan cuatro helicópteros del Ejército cargados de más personas. Así hasta 3.000 han sido rescatadas de sus hogares en Saint Bernard Parish. Un soldado de la Guardia Nacional entrega a su padre un niño de no más de un año, entre el ruido y el viento provocado por las hélices. Al lado, la madre baja del helicóptero a otros dos pequeños. Los niños no paran de llorar. La madre asegura que no han comido nada desde el lunes.

A medida que el agua subía en Nueva Orleans aparecían los saqueadores. "Todo es caos", dice el superintendente Henry Whitehorn. "La gente está comenzando a dispararse unos a otros", prosigue Whitehorn. "Unos defienden sus propiedades y otros las asaltan a punta de pistola", relata el policía. A la entrada de una tienda de Home Depot se han pegado unos carteles: "Los saqueadores serán disparados", advierten.

Un almacén de Wal-Mart ha sido asaltado: los saqueadores se han llevado toda una colección de armas, asegura el diario The Times-Picayune. "Hay bandas de hombres armados hasta los dientes moviéndose por la ciudad", asegura Whitehorn. Una ciudad anegada por el agua y amenazada por los saqueadores. Pero de nuevo la policía tiene prioridades. "No nos gustan nada los saqueadores", aseguró ayer la Gobernadora del Estado de Luisiana, Kathleen Blanco. "Lo primero", insistió, "es rescatar a los supervivientes".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_