Arte salino
Anteayer el Quijote y ayer Cuenca, pero aquí la gente sigue sin enterarse de qué va la fiesta. Cada uno a lo suyo. El recorrido por las calles de Cuenca desde que enfilamos la subida a la Plaza Mayor hasta la meta es quizá uno de los más bonitos que se pueden hacer en esta ciudad. Pero nadie tuvo tiempo de ver nada. Incluso un compañero mío cuando le he enseñado la foto del libro de ruta en la que aparecen las casas colgadas me ha preguntado: ¿y eso está aquí? Tan sólo diez minutos antes había pasado por debajo de ellas sin ni siquiera verlas. Esto es así.
La última vez que estuve en esta ciudad tuve el privilegio de ser invitado a visitar la Fundación Antonio Pérez. Apunten la recomendación, no les defraudará. Ayer pasé sofocado por la misma puerta, y aunque ni siquiera desvié la mirada, pues bastante tenía con mantener la bicicleta en el estrecho vierteaguas por el que evitaba el pavés, sí que pensé en un Bibendum (el famoso muñeco de Michelín fetiche de tantos artistas del Siglo XX y que es ya centenario desde hace unos años) que descansa en el patio del antiguo convento. No me pregunten porqué, pero me preguntaba si sería capaz de observarnos en el descenso desde su privilegiada posición.
En aquella visita me gustó especialmente una colección de objetos cotidianos aparentemente intrancesdentes que vistos con atención en una segunda mirada se transformaban para tu sorpresa en gestos, caras o expresiones.
Y resulta que eso mismo ha sido uno de mis secretos para hacer más llevaderos los kilómetros en estos días de calor. Es bien sabido que el cuerpo humano expulsa con el sudor sales minerales además de agua. Cuanto más calor, más sales, así que estos días ha habido sales en cantidades industriales. Y estas sales componen caprichosas líneas en las ropas de los corredores cuando se evapora el agua que las contiene. Líneas abstractas e inconexas que son todo un estímulo para la imaginación en los momentos de tranquilidad. Los niños buscan formas en las nubes, yo las encuentro en las sales.
Mirando con atención uno puede descubrir un mundo fascinante. El otro día, sin ir más lejos, vi cómo en el trasero de un corredor francés había algo así como una cara que me miraba con expresión de miedo, con la boca abierta y las cuencas de los ojos muy bien definidas (algo así como la cara de El Grito de Eduard Munch en versión salina). No miento si sentí lo que se conoce aquí como mal rollo (karma chungo) y me fui para otra parte del pelotón por si acaso.
Ayer ví al mismo corredor, pero la lavadora había eliminado todo rastro de la obra. Ya ven, un nuevo y curioso soporte para el arte efímero.
Pedro Horrillo es corredor del Rabobank.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.