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Cuestión de cálculo | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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La letra E

Mi móvil tiene almacenados 510 números de teléfono. Pertenecen a personas que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Algunos son amigos íntimos a los que llamo cada día varias veces, otros simplemente son conocidos a los que, casi con toda probabilidad, no voy a telefonear jamás. Sea como sea, son una buena muestra de los tipos humanos que me he ido encontrando, cada uno con sus cosas raras y sus estupendas cualidades.

Como me aburro, decido ir repasando todos esos nombres. Menú. Agenda. Allí aparecen todos, de la A a la Z. Decido ir anotando en un papel qué tipo de persona es cada uno. Éste es cursi, éste es inteligente, éste es un plasta, éste es un gilipollas, ésta está buenísima, éste es ingenioso, ésta tiene una conversación interesante. Y así, nombre a nombre, hasta llegar a la letra Z.

Descubro,después de 31 artículos ensalzando el maravilloso poder del cálculo, que las matemáticas no se enteran de nada

Una vez terminada mi tarea decido hacer algo que, pese a ser poco científico, puede resultar interesante para conocerme un poco a mí mismo. Hago un tontísimo ejercicio de inferencia y me planteo el siguiente interrogante: "Si cuatro personas que conozco entre 510 me parecen unos plastas, ¿cuántos habitantes de la Tierra me resultarían unos plastas si los conociera a todos?".

Insisto en que el cálculo no es excesivamente científico. Es probable que yo sea un imán para determinadas personas (o ellas lo sean para mí) y, por tanto, la muestra humana que aparece en mi agenda no es en absoluto trasladable a una población mayor a la que jamás tendré el gusto de conocer personalmente. De todas formas, el resultado puede ser bastante aproximado.

Así, descubro que, desde mi subjetivísimo punto de vista, en el mundo hay cuarenta y ocho millones de plastas, noventa y seis millones de tías buenas, doce millones de gilipollas, veinticuatro millones de asquerosos pelotas, treinta y seis millones de personas ingeniosísimas, ciento nueve millones de pedorras, ciento cuarenta y cuatro millones de desconfiados, trescientos sesenta millones de tipos divertidísimos y doce millones de genios.

Continúo con mi ejercicio de proyección hasta que descubro algo que no me cuadra del todo. Eso ocurre justo en el instante en el que llego a la letra E. Cada nombre de mi agenda equivale a doce millones de personas. Veo, con emoción, un nombre que empieza por E al que he definido como "persona única". Por tanto, en el mundo debe haber doce millones de personas únicas. No hace falta ser Bertrand Russell para darse cuenta de que "ser único" y "ser doce millones" es una contradicción lógica evidente. Triste y desesperado descubro, después de 31 artículos ensalzando el maravilloso poder del cálculo, que las matemáticas no se enteran de nada. Los números me vuelven loco, claro que sí, pero prefiero infinitamente la letra E.

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