El gol, para septiembre
El Atlético hace media hora brillante, pero se estrella ante el Zaragoza por su falta de puntería
"Tiene defensa, tiene media y tiene delantera", comentaba con la voz ronca, en el tránsito hacia su localidad, uno de los miles de aficionados del Atlético que abarrotaron ayer el Vicente Calderón para ver el inicio de la era Bianchi. Y es cierto. El equipo madrileño apuesta, ahora, por la velocidad y sensatez. Tiene todas las demarcaciones bien cubiertas, sus fichajes han sido inteligentes, parece. Las jugadas comienzan con un plan, se desarrollan con precisión y sentido, y terminan como es debido, con un remate a la portería contraria. Pero ayer faltó algo. No tiene gol. Qué se le va a hacer. No se puede tener todo. No tan rápido. Tampoco fue capaz de mantener el mismo ritmo en el segundo tiempo. Los jugadores estaban agotados. Agotados de chutar a puerta sin éxito. Entonces, el Calderón tuvo una visión incómoda. No era lo mismo, pero se parecía. El juego del Atlético, un poco mejor, se asemejaba al trote hacia ninguna parte del año pasado. Una visión desagradable. Quién sabe si un espejismo pasajero.
ATLÉTICO 0 ZARAGOZA 0
Atlético: Leo Franco; Velasco, Pablo, Perea, Antonio López; Maxi, Luccin, Gabi (Ibagaza, m. 70), Petrov; Fernando Torres y Kezman (Galletti, m. 70).
Zaragoza: César; Ponzio, Milito, Álvaro, Toledo; Movilla, Zapater (Generelo, m. 80); Ewerthon, Óscar (Cani, m. 56), Savio; y Sergio García (Lafita, m. 86).
Árbitro: Iturralde González. Amonestó a Toledo, Ponzio, Gabi, Kezman, Zapater, Álvaro, Lafita, César y Generelo.
Unos 54.000 espectadores en el Calderón.
El Atlético, sólo en el primer tiempo, tiró a puerta siete veces, una cada cinco minutos. Ninguna absurda. Ninguna desesperada. Todas fruto de una idea previa, todas como consecuencia de una estrategia. Dos de ellas, de Kezman y Fernando Torres, tan buenas, tan solitarias, tan sencillas, que cualquier cálculo de probabilidades dejaría en infinitesimal la posibilidad del error. Pero fallaron. Ambas. Una se fue al palo y la otra, fuera.
La de Torres emergió del talento de Gabi. El talento de Gabi resulta que es grande. A Gabi le quiso el Madrid. A Gabi le comparan desde adolescente con Baraja. A Gabi cuesta definirle, comentan sus entrenadores. Porque Gabi es esto, pero también es aquello. Porque defiende bien y distribuye con soltura, pero también tiene regate, y buen pase en profundidad, y se acerca al área contraria, y dispara con potencia y colocación. Gabi hace muchas cosas. Casi todas bien. Luccin, su compañero, no desentona. Juegan escalonados, bastante lejos el uno del otro, sin convertir la transición al ataque en un plomizo rondo horizontal.
El Zaragoza, en cambio, se empequeñece. De equipo blando, pero agradable a la vista, ha pasado a conjunto mezquino, con aspiraciones a fortín pero, encima, lleno de grietas. Las goteras del Zaragoza, con el área inundada, permitían entrar a Petrov, con traje de buzo, hasta la línea de fondo. A Torres, flotar por encima de los centrales, a Kezman tirar la caña sentado en el punto de penalti y a Maxi pasearse en bañador por la media luna. Mientras, el equipo aragonés, que apenas elaboró una sola jugada, esperaba. Tanto esperó que hasta tuvo sus oportunidades. Una en el primer tiempo de Sergio García, un delantero internacional con severas dificultades para rematar. La tarea del chico sólo consistía en empujar el balón. Lo empujó, pero demasiado alto. Otra, de Cani, en el segundo periodo. También disparó alto.
La falta de puntería del Atlético fue desinflando a sus jugadores. Ya se sabe que no hay asunto más deprimente que la repetición continua de un fracaso. Precisamente, llegados a ese punto, cuando los jugadores rojiblancos se preguntaban qué cosa hacer para modificar su suerte, saltaron al campo Ibagaza y Galletti en sustitución de Gabi y Kezman. El público, que había querido dar la bienvenida a Bianchi con una escenografía propia de La Bombonera del Boca, también empezó a acusar el bajón anímico. Se entretuvo, entonces, silbando a César, el portero del Zaragoza. Le pitaban porque antes fue del Madrid.
En el césped, el encuentro languidecía. El Zaragoza ya casi no tenía que achicar el agua. El partido estaba seco. Además, el equipo de Víctor Muñoz merodeaba más por la zona defensiva del Atlético. Husmeaba sin mucha convicción, pero ya no reculaba. Petrov se quitó las aletas, Torres ya era grávido, Maxi se vistió de paisano y para Kezman ya era imposible pescar -estaba en el banquillo-. Faltó fuelle. Faltó gol. Quizá en septiembre...
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