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Filmoteca de verano | GENTE
Columna
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'Lunas de hiel' y los cruceros

Existe una forma de vacaciones llamada crucero. Consiste en meterse en un enorme barco, provisto de todas las comodidades, y navegar sobre aguas teóricamente plácidas que en la práctica acaban moviéndose más de la cuenta y provocando mareos masivos. A pesar de eso, se consideran el colmo del lujo y se los llama, con discutible acierto metafórico, ciudades flotantes. El crucero es muy popular entre los matrimonios, sobre todo entre los que celebran bodas de plata, oro o diamantes. Lunas de hiel, estrenada en 1992, trata de una pareja (Hugh Grant y Kristin Scott Thomas) que, para celebrar sus siete primeros años juntos, emprende un crucero hasta Estambul camino de Bombay, desoyendo la cinematográfica tradición de catástrofes (desde el Poseidón al Titanic). En el barco conocen a otro matrimonio, extravagante y torturado, formado por un escritor que va en silla de ruedas (Peter Coyote) y una bailarina que, en lugar de hablar, susurra (Emmanuelle Seigner). El director es Roman Polanski, un apátrida polaco-ibicenco con una vida que la actriz Catherine Deneuve resumió así: "Ha tenido un destino extremadamente trágico, y está dotado de una fuerza increíble para haber superado todo eso. Y no me refiero sólo a la muerte de su mujer, sino a todo, a la muerte de sus padres, al gueto de Varsovia, al hecho de que tiene prohibida la entrada para visitar o trabajar en EE UU, a que fue acusado de violación; creo que se trata de un destino muy oscuro. Pero lo ha superado todo".

El matrimonio descubre las grietas de su relación, que chirría tanto como la madera del camarote

Lunas de hiel también es una historia de superación. Encerrado en el crucero, el matrimonio feliz descubre las grietas de su relación, que chirría tanto como la madera del camarote. Grant confraterniza con Coyote, que le cuenta su pasión de dependencia, dominio, odio y arrebato. Durante horas, el escritor se recrea en el relato de su perversa vida amorosa. Ése es uno de los problemas que puedes tener en un crucero: no quitarte de encima a un pesado, lo cual explicaría que, de vez en cuando, sientas la necesidad de lanzarte al agua. Claro que, visto desde el lado positivo, la presencia de un pesado puede constituir una motivación: te permite jugar a esquivarlo. "¿Qué buscamos aquí que no tengamos en casa?", le pregunta Kristin Scott Thomas a Hugh Grant. Es la gran pregunta de las vacaciones.

Pese a todo, los cruceros siguen seduciendo a miles de viajeros que no dejan de cantarte las excelencias del barco en el que navegaron. Cuantas más cosas tiene un barco, mejor. Y no basta con tener sólo una, hacen faltan muchos bares, discotecas, piscinas, casinos, restaurantes o esa cosa rara que tan de moda se ha puesto llamada spa (con perdón). Esta fiebre cuantitativa puede llevar a engaño. Por ejemplo: si nos dicen que el Queen Mary 2 cuenta con 8.350 extintores, ¿son muchos o pocos? ¿Y qué me dicen de la mesa del capitán? En las películas de cruceros, los viajeros andan locos por sentarse a cenar con el capitán. Es un honor tradicional pero temerario, ya que no tiene en cuenta si el capitán es un tipo grosero o contador de chistes malos.

En Lunas de hiel aparece la mesa del capitán, las fiestas de fin de año, las horas de bridge, los paseos en cubierta y los deseos de naufragio de algún pasajero nihilista. "No es bueno que un matrimonio viejo esté junto todo el tiempo", le dice Scott Thomas a Grant. Y ambos se buscan la vida fuera del matrimonio, a la caza de algún estímulo antirrutina. Porque lo que enseña esta película es que en los cruceros hay demasiados tiempos muertos y que el mayor peligro (o aliciente) es la tentación del adulterio y el plasta que te persigue para contarte su vida.

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