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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Desapariciones

Hace muchos muchos años había un programa que buscaba a personas desaparecidas, y era tan famoso que hasta se hacían bromas domésticas. Cuando alguien preguntaba dónde está vuestro padre, se le decía pregúntale a Paco Lobatón, porque era el presentador. Nunca lo vi, pero sé que encontraron, casualmente en países exóticos y remotos, a gente perdida que, cuando le dijeron hola, Gerardo, que somos los de ¿Quién sabe dónde? y vamos a reunirte en la televisión con tu familia de Ponferrada que te buscan desde hace treinta y siete años, les contestó ¿quién sabe a qué hora os vais? Con lo que queda comprobado que hay personas que desaparecen voluntariamente. A la familia de Ponferrada no sé qué le dirían, seguramente que no lo habían encontrado, porque si el programa se hiciera ahora... les dirían la verdad en directo: se encuentra divinamente, ha formado una familia con una mulata de escándalo y está forrao. Los parientes con los corazones por los suelos y las audiencias, por las nubes. Y luego emitirían un reportaje con una música preciosa que a todos nos gusta, sobre su Gerardo, Samoa y su nueva vida que da rabia verla porque es una película de amor y lujo con una fotografía que se te va la pinza.

Yo preferiría que hubiera un programa que buscara cosas importantes, como llaves, el mando o las gafas. Porque no creo que se vayan a Samoa

Puestos a pedir, yo preferiría que hubiera un programa que buscara cosas importantes, como las llaves, el mando, un mechero o las gafas. Y sabríamos de una vez por todas si desaparecen sin querer o ponen de su parte como nuestro Gerardo, y a dónde van. Porque no creo que se vayan a Samoa. Según expertos en más allás, lo más probable es que estos objetos se desplacen a otra dimensión, que están en este mundo pero no los vemos temporalmente. Y que algunos se quedan eternamente en esa dimensión y no vuelven. Puede ser, todos conocemos a esa pareja de calcetines, desde hace ya tres inviernos, esa pareja que tenemos controlada, que sabemos cuando entra y cuando sale de la lavadora y, de pronto, un día nos vemos con uno de los dos, colgando solitario de nuestra mano, mojado por las lágrimas, destrozado porque ya nunca tendrá par. Y quién sabe dónde va, él solo, al hiperespacio, con la caspa, con las uñas escupidas al aire, con las legañas y los mocos que hacemos bolilla y catapultamos con dos dedos, con Elvis y surfeando en la ola de Mundaka. Qué pena. La de porquería que debe haber en el hiperespacio ese. Y qué pena desaparecer para siempre.

Porque si te abduce un ovni, sin ir más cerca, por lo menos tienes qué contar a la vuelta. Puedes cotillear un poco por la nave y enterarte de sus técnicas, si es verdad que sus fuerzas motrices se alimentan de microondas y si es verdad que se interfieren con las centrales eléctricas de la Tierra, que lo han dicho los expertos, y que por eso cerca de las subestaciones se ven muchos ovnis. Por otro lado, si los microondas se alteraran cerca de un generador gordo, habrá que preguntarle a una señora que viva cerca de una central qué tal se le calientan las albóndigas. Al final las amas de casa son las que van a desenmarañar la ufología. Y dejarían el hiperespacio que se podrían comer sopas, todo ordenadito. Y los de los ovnis fastidiados, que antes, hacía falta un destornillador, sacabas la mano por la ventanilla, te sacudías el polvo y ya tenías destornillador, pero con esta mujer, que lo guarda todo...

Refresco del día: pensar que calcetines, relojes, paraguas y etcétera que hemos perdido a lo largo de la vida navegan, en otra dimensión, alrededor de nuestras cabezas. Escalofriante.

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