Lo más chic del verano
Tengo garabateadas en un post-it amarillo algunas ficciones televisivas que me interesan y cuya temporada finaliza en agosto: Perdidos, Mujeres desesperadas, 24 horas, C.S.I. Las Vegas, Las Vegas y El ala Oeste de la Casa Blanca. Con A dos metros bajo tierra no sé lo que está ocurriendo ni por qué capítulo o temporada van porque su baile de rejillas, cadenas y horarios me ha definitivamente mareado y acabé optando por desenfundar la Visa y comprar vía Amazon los DVD de la mejor serie de los últimos años y programarla a mi antojo, es decir, como se deberían programar estas cosas, con continuidad y serialidad, orden de temporadas y capítulos y sincronizados con todas las pantallas del globo y al margen de ese baile de sambenito que se traen nuestras cadenas con los mejores productos audiovisuales que en este preciso momento fabrican las televisiones y los estudios de Hollywood.
¿Cuándo hubo en la historia de las televisiones, en particular en la de España, una temporada veraniega mejor que ésta?
En cuanto a Los Soprano, lo mismo. Si eres adicto a la serie y te comunican que la continuación de la temporada, pongamos la quinta, no llegará a nuestras pantallas de pago hasta dentro de medio año, pues pagas otra vez para disfrutar contemplando a Gandolfini y su pandilla de Nueva Jersey hacer de las suyas con seis meses de adelanto. Otro tanto ocurre, o me ocurre, con El ala Oeste de la Casa Blanca, arrinconada en las madrugadas de la Segunda y emitida con dos temporadas de retraso y cuyos DVD de la quinta ya venden hace un trimestre en todos los megastores de Europa. Sobre todo, cuando sabes a ciencia cierta que en La Moncloa, y gracias a Barroso, siguen online las peripecias del presidente Bartlet, el nada secreto modelo de Zapatero.
Pues bien, la mayor parte de estas series televisivas que ningún teléfilo tiene que perderse (yo añadiría, además, Nip & Tuck en Calle 13 y Arrested development en Fox) y que todos los cinéfilos deberían visitar de vez en cuando sin prejuicios para comprobar que las ficciones de la tele, al cabo de medio siglo de la pantalla de cristal, empiezan a ser muy superiores a las de la centenaria pantalla de tela; digo que estas o parecidas series estupendas que finalizan en agosto por temporada o por indiferencia de crítica y público han constituido lo mejor del verano televisivo. No entiendo esas lamentaciones sobre las pantallas estivales en las que insisten todos los críticos y que he visto repetidas ayer mismo aquí, en esta Revista, por algunos de mis colegas de columna y a veces, ay, apocalípticamente.
¿Cuándo hubo en la historia de las televisiones en general y la de España en particular una temporada veraniega mejor que ésta? Yo creo que sólo es un problema mental, concretamente ideológico. Basta zapear con el mando a distancia analógico/digital para fabricarse a la carta un menú de agosto de primer orden audiovisual en el restaurante de las ficciones de consumo casero.
Empiezas con los chicos del C.S.I. de la brigada de Las Vegas, que han revolucionario con sus aparatos científicos las deducciones lógicas de Holmes, Chesterton, Hammet, Chandler y Westlake, y, por cierto, que los dos últimos capítulos de la serie han sido firmados por Quentin Tarantino, en una claustrofóbica obra maestra de la televisión y el cine (los pillé por una parabolina pirata); sigues con 24, que han elevado el móvil o telefonino a la categoría de obra de arte criminal; a continuación conectas los suspenses modélicos de Mujeres desesperadas y Perdidos; te acuestas con el modelo de Zapatero en la ficción de la Casa Blanca; zapeas desde la cama hacia las interioridades políticamente incorrectas de la funeraria de A dos metros bajo tierra y, por último, si no quieres más complicaciones, sueñas a pierna suelta con las operaciones quirúrgicas de Nip & Tuck y las habitaciones golfas del casino de Las Vegas. ¿Quién da más, cinéfilos del alma?
Les voy a contar lo más chic del verano 2005 y que aún no he visto mencionado en las revistas de moda. Consiste en conseguir por Amazon o vía pirata los DVD de las últimas temporadas inéditas de esas mismas series maltratadas, encargar comida japonesa al sushi-bar del barrio, invitar a los amigos del alma, descorchar vinos de marca o whisky de malta y pasarse la noche de los viernes delante de la pantalla del home cinema (dolby 5.1) hasta altas horas de la madrugada viendo series, capítulo tras capítulo con orden, concierto y sincronización global. Es caro, sí, pero sólo los ricos están al día de esas tendencias que en un futuro no muy lejano consumirán las masas.
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