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Columna
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Meter el morro

El caso, al parecer, es meter algo: el morro, el cazo, la cuchara o la pata. Lo acaba de decir Joseba Egibar en sus sonoras declaraciones agosteñas: lo que pretenden los socialistas vascos es nada menos que "meter el morro" en el Gobierno (vasco). ¿Y bien? ¿Es acaso ilegítimo que un partido político desee alcanzar responsabilidades de gobierno? ¿Para qué se presentan si no a las elecciones? ¿Y para qué diablos se pasan media vida todos ellos planeando estrategias y pactando con unos y con otros en restaurantes caros? Egibar podía haber hablado de la pretensión socialista de intervenir en la gobernación del país en vez de referirse, de manera bizarra, a los deseos de los socialistas de "meter el morro" en el Gobierno vasco. Aunque también es cierto que, ya puesto en plan bizarro y popular, podía haberse referido el político peneuvista a los deseos supuestos de los socialistas vascos de meter el hocico, la nariz o las zarpas en el Ejecutivo de Vitoria-Gasteiz.

Lo sustancial es que, para bastantes vascos representados por Joseba Egibar, cualquier deseo de instalar a este país en la alternancia democrática es lo más parecido a una amenaza. Lo de "meter el morro" es, tristemente, la descripción más gráfica de un estado de opinión (y uno diría que hasta de conciencia) que con el tiempo se ha adueñado de no pocas cabezas bienpensantes. Hace años, los socialistas vascos ya "metieron el morro" en el Gobierno, con el permiso, claro, de los que de verdad han mandado, mandan y mandarán si Dios lo quiere (que seguro que sí) en este bendito pueblo milenario. Las intenciones de los socialistas no pueden ser honestas, ya se sabe, tienen que ser torcidas y siniestras, como les corresponde. Lo natural es que en este país gobiernen los de siempre, es decir, ellos, o sea, no los otros, los socialistas o los populares, que son el puro infierno españolista por más que se disfracen o maquillen y luzcan ikurriñas en sus americanas.

Es el sentido patrimonial del país llevado al grado cero del lenguaje: los socialistas quieren "meter el morro". Luego Egibar desarrolla el discurso, naturalmente algo más complejo, lógicamente más elaborado, pero ya no hace falta añadir nada porque todo está dicho. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Todos hemos entendido perfectamente lo que quiere decir Joseba Egibar cuando nos dice que los socialistas quieren "meter el morro" en el Gobierno vasco y cargarse, como primera providencia, el plan del lehendakari. ¿Cómo se atreven a meter el morro en donde no les llaman o, en todo caso, sin esperar a que les llamen reglamentariamente? Deberían aprender de Madrazo. Para meter el morro hay que ganarse un lugar en la tarta. En fin, en esta finca también llamada Euskadi las cosas son así. Quienes llevan un cuarto de siglo no sólo con el morro, sino con todo el cuerpo metido en el poder hasta las corvas, piensan que su destino es natural. Es el orden natural de las cosas que nadie ha de cambiar.

El caso es que, en Euskadi o fuera de ella, los socialistas últimamente son gente sospechosa. Además de exhibir un récord veraniego de desgracias difícilmente superable, han conseguido despertar sospechas allá donde se encuentren y hagan lo que hagan. Después de la tragedia del helicóptero español en Afganistán, el jefe de la oposición le leía la cartilla a Zapatero y le pedía "menos poses y menos teatro". Lo de menos aquí es que el cabeza de la oposición se crea o no la pena del presidente del Gobierno. Y lo mismo sucede con la pena del jefe del Estado o la de su heredero. ¿Acaso deberíamos someterles al veredicto de una máquina de la verdad cada vez que presiden un funeral? Una de las obligaciones (y no la más fútil) de cualquier cargo público es la de representar con la mayor solvencia su papel. Para eso se les paga. Da lo mismo si sienten o no sienten lo que dicen. Lo importante es que sean convincentes, que cumplan lo pactado y lean los diálogos sin atropellarse.

Hay un cuento de mi admirado Quim Monzó protagonizado por un líder político que, en el momento capital de votar, dentro de la cabina electoral, solo consigo mismo y su conciencia, decide introducir en el sobre la papeleta del partido adversario y no la encabezada por él mismo. Pero las elecciones, pese a todo, las gana su partido por el morro, es decir, gracias a su morro, aunque no gracias a su voto. ¿Acabará Rajoy, dentro de la cabina, votando a Zapatero?

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