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Columna
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El alemán Benedicto

El nuevo Papa de Roma, el alemán Benedicto XVI, acaba de reunir en Colonia a un millón de jóvenes entusiasmados con su mensaje antirrelativista cuando la revista Der Spiegel, adelantado y preclaro símbolo del relativismo alemán de posguerra, nos trae a la portada esta semana un retrato cariñoso de Karl Marx y nos anuncia la resurrección del pensador renano sin que se perciba ánimo de burla ni al lector ni al santo laico barbudo.

Son contrastes sólo aparentes en una Alemania angustiada y necesitada de referencias, en la que, paradójicamente, parecen ser los adolescentes cristianos los únicos no sumidos en la cuasi proverbial crisis existencial de la nación. Si, tras el nombramiento del cardenal Ratzinger como sucesor del papa Juan Pablo II, los alemanes hicieron considerables esfuerzos por reprimir todo lo posible su muy legítima alegría -no los fueran a acusar de quién sabe qué-, el Foro Mundial de la Juventud ha dado rienda suelta al entusiasmo de unas multitudes jóvenes sin complejos y en búsqueda no de verdades ni dogmas religiosos, políticos o sociales, sino de autenticidad.

Quienes mucho se rieron de Wojtyla y los polacos "meapilas" harán otro tanto con el "inquisidor" Ratzinger y las "masas cantoras" de Colonia. Pero si no quieren volver a tragarse sus chistes fáciles, como antaño, quizás debieran tomarse un poco más en serio lo sucedido estos días en Alemania y, desde luego, no tomarnos el pelo con un revival de las cualidades redentoras de las doctrinas del pensador moroso.

El papado de Karol Wojtyla fue lo peor que les pudo pasar a quienes apostaban por el cinismo y la resignación para perpetuar la dictadura comunista y defender los dogmas chatos del determinismo histórico. Todo indica que el de Benedicto XVI -por lógica, más breve- puede movilizar las conciencias individuales con consecuencias imprevisibles. Si con el primer viaje a su país natal, Polonia, Juan Pablo II desató el movimiento que habría de devolver la libertad y la dignidad a las naciones y los individuos oprimidos por una ideología corrupta, criminal y mentirosa, el nuevo Papa, mucho más intelectual que su antecesor, ha realizado la primera visita a su país natal y levantado una inaudita oleada de entusiasmo con su llamada a la activación de la valentía y la fuerza del individuo. Si el primero llamó a la insumisión contra la opresión, éste llama a la activación del sentido trascendente del individuo -también del no religioso- en la libertad y la confianza frente a la docilidad que impone el reduccionismo no laico, sino antirreligioso. Por ello pone énfasis no ya en el diálogo intereclesial, sino en lo que cabría llamar comunión transreligiosa.

Alemania era en principio un campo de prueba especialmente difícil para este propósito. Desarticulada la sociedad y desprestigiados los conceptos de autoridad, valores y referencias éticas después de la gran pesadilla nazi y la implicación de todas sus elites con aquel movimiento criminal, en ningún país europeo ha estado la Iglesia católica tan tentada de ganarse aceptación por la renuncia a sus principios y códigos. Ninguna iglesia como la católica alemana ha tenido un movimiento seglar e intelectual tan activo y jaleado para imponer unas reformas a gusto del "consumidor" y una modernización que concluyera en la demolición de sus estructuras jerárquicas y su denostada organización, que han permitido a la Iglesia católica mantener su unidad y no confundir modernidad con modas.

Como representantes de la línea que impidió que el Concilio Vaticano II acabara convirtiendo, como tantos querían, a la Iglesia en un movimiento sesentayochista con sus diversas teologías más o menos convenientes para profesores universitarios o guerrilleros de jungla, Juan Pablo II, Ratzinger y otros han sido calificados de energúmenos inquisitoriales y otras lindezas. El respeto mundial demostrado a Juan Pablo II y la recepción a Ratzinger en Alemania sugieren que los tiempos peores para la Iglesia católica pueden haber pasado, y que su claridad y firmeza la agradecen también muchos ajenos a la misma e, incluso, no creyentes.

Si todo el mundo sufre hoy la incertidumbre, en Alemania, donde, tras el desastre del nazismo y la guerra, la identidad y la confianza se fundaron exclusivamente en la prosperidad material, la crisis económica ha causado estragos anímicos. El Papa no va a sacar a Alemania de su crisis. Pero muchos creen ya que este Papa puede ayudar tanto a su patria como Juan Pablo II a la suya. Desde luego, mucho más que el santo laico de Tréveris, que hace bien en no salir de su tumba en el cementerio londinense de Highgate. No nos lo vayan a malinterpretar de nuevo.

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