"Sitúo mis historias en el futuro porque la realidad me pesa"
Enki Bilal es un personaje aparte dentro del mundo de la Bande Dessiné (BD). Por la ambición artística e intelectual de su trabajo, por sus orígenes y también por una práctica que le lleva a alternar cine y dibujo. Bilal nace en Belgrado en 1951, hijo de un padre yugoslavo, que es el sastre del mariscal Tito, y de una madre checa y profesora de dibujo. "Mi padre era autoritario, orgulloso, desmesurado. Soñaba con llevarnos a Estados Unidos, pero al final nos quedamos en Francia". No fue fácil. El padre se marchó en 1956, pero la esposa y Enki no se reúnen con él, en las afueras de París, hasta cuatro años más tarde. "Durante esos años aprendí la importancia del secreto, de que no siempre hay que decirlo todo".
"2001, de Kubrick, abrió caminos a mi imaginación. Luego lo hizo Tarkovski, como antes Pasolini"
En Belgrado, Enki ya había des
tacado por su talento para el dibujo. En 1959 protagonizó un cortometraje en el que es un niño que dibuja con tiza en las aceras de su ciudad. Y era y será muy reservado. "Soy solitario, felino. Vivir conmigo es vivir con mis ausencias. Es mi vertiente mitteleuropa, que pesa más que mi vertiente balcánica". En sus relatos dibujados, utiliza la voz en off y eso les da una dimensión literaria, quizá "porque fue el idioma, los idiomas, los que me llevaron al dibujo, los idiomas que leía en el diario, en los semanarios y luego en las revistas especializadas, Pilote, Spirou y Tintin, que fueron mis referencias durante los años sesenta".
Después de una trilogía dedicada a Nikopol, con un París poblado de dioses egipcios, Enki Bilal comienza otra en 1998, con El sueño del monstruo (Norma), que prosigue en 2003, con 32 de Diciembre (Norma). La dictadura, incluso bajo forma democrática y amparada en razones científicas, obsesiona a Bilal, que no en vano nació al otro lado del telón de acero, en una Yugoslavia que jugaba una carta distinta, autogestionaria, alérgica a Stalin. "Tengo la sensación de ser un periodista prospectivo, de dibujar el diario del futuro", comenta, al tiempo que revela haber leído con gran interés Ce qui arrive, un libro de Paul Virilio sobre la catástrofe, provocada o accidental. "Me gusta la lucidez de Virilio, tengo la sensación de funcionar de la misma manera, sólo que él hace prospectiva y yo deliro".
Bilal se documenta mucho, recorta periódicos, toma fotos, discute y lee, pero, al final, "sitúo mis historias en el futuro porque la realidad me pesa. Ante ella me siento como un plagiario y por eso prefiero jugar con lo que ha de suceder, escribir guiones plausibles". La intuición o la estricta conveniencia estética le llevó, en junio de 2001, a borrar del perfil de una Nueva York que él transformaba para su película Immortel (2004) la silueta de las Torres Gemelas. "Su presencia excesiva en el sky line de la ciudad molestaba la incrustación electrónica de mis coches voladores".
La relación de Bilal con el cine le viene de pequeño, de cuando la gran pantalla era el único entretenimiento familiar de la posguerra. Algunos géneros, como el western o el peplum, le marcaron lo bastante para que aún ahora sus dibujos tengan que ver con aquel universo y algunos títulos y autores -"2001, de Kubrick, fue un choque para mí, abrió caminos a mi imaginación. Luego lo ha sido Tarkovski, como antes Pasolini"- le siguen influyendo. Pero a su vez Bilal está en el origen de la obra de otros cineastas: "Cuando Ridley Scott vino a París para presentar Blade Runner pidió encontrarme. A mí eso me impresionó mucho, entre otras cosas porque hablaba muy poquito inglés. Quería decirme que formaba parte de la gente que le había ayudado a imaginarse el mundo de su película".
La dimensión política de su
obra viene propiciada por su encuentro con Pierre Christin, con quien realizó la memorable Partida de caza y también Las falanges del Orden Negro, ambas publicados por Norma. "Yo ya había conseguido publicar en Pilote y abandonado mis estudios de Bellas Artes. Con Alain Resnais entro en el mundo del cine, como autor del cartel de Mon oncle d'Amerique, primero, como responsable de los decorados de La vie est un roman, después". La dramática actualidad balcánica aún le pesa, su corazón dividido entre su ciudad natal, Belgrado, o el Sarajevo del que era originario su padre. "Lo que deseo a todo el mundo es que pierda el sentido del Estado, de la nación y de las fronteras, como yo lo he perdido". Una vez caído el muro de Berlín, Bilal se informa sobre los peligros de la manipulación genética, ya sea a través de Immortel, ya sea "con el doctor Warhole que es un científico, esteta y megalómano al que excita imaginar happenings criminales, como si fuese un Bin Laden".
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