Un día y una guerra
Hoy y mañana se celebran los centenarios de los nacimientos de los poetas canarios Emeterio Gutiérrez Albelo y Pedro García Cabrera, unidos por la isla, la poesía y la amistad, y marcados por el dolor y el miedo desde 1936
Cien años se cumplen hoy y mañana del nacimiento de dos grandes poetas canarios: Emeterio Gutiérrez Albelo (Icod de los Vinos, Tenerife, 20 de agosto de 1905-Tenerife, 1969) y Pedro García Cabrera (Vallehermoso, La Gomera, 19 de agosto de 1905-Tenerife, 1981). Junto al grancanario Agustín Espinosa constituyen la médula de la facción surrealista de Tenerife, surgida al abrigo de la revista Gaceta de Arte que dirigió el crítico Eduardo Westerdahl en los años treinta y donde al decir de Domingo Pérez Minik se cultivó "el terrorismo lírico de mejor talante". A Gutiérrez Albelo y a García Cabrera los unió la isla, la poesía y la amistad; sólo un día separó sus nacimientos y luego fue la Guerra Civil la que puso a uno a un lado y al otro lado al otro. Pero las guerras nunca sitúan a nadie en su verdadero sitio; descolocan. De modo que aquellos dos hombres que llegaron a nombrarse como hermanos antes del 36, y que lo fueron en efecto en los tiempos de libertad de la República y en las complicidades vanguardistas de la provocadora revista en la que se encontraron, sufrieron más tarde las distancias que establecieron el dolor y el miedo.
García Cabrera pasó por cárceles y torturas y salió de ellas con su socialismo intacto y las cicatrices de la derrota. Gutiérrez Albelo se recluyó en el desconcierto del ácrata y salió de él más agarrado a Dios que a Franco. Quizá la guerra no llegara a hacer de ninguno de los dos un hombre distinto, y la nueva expresión de religiosidad de la poesía de Gutiérrez Albelo tal vez fuera el resultado del pagano que había alentado antes sus versos surrealistas -contenido, eso sí, después de la contienda-, mientras García Cabrera reprimía a su vez por razones obvias al poeta político que se desbordaba a veces en los versos populares de un romance, y detrás del cual seguía estando el poeta puro, más que el surrealista, lacerado por la realidad cruel de la posguerra.
Pero ni el odio ni el rencor se apoderaron nunca de ellos y cada cual sobrellevó su destino con mejor o peor aceptación, aunque con naturales recelos. Así que se les podía ver juntos de nuevo en tertulias ocasionales o en las tabernas de la isla en las que el humor vencía a veces las distancias y restablecía las miradas sin abandonar la memoria.
La poesía de ambos, poetas de buen oficio y con el mejor oído, sí que no se recuperó jamás de los efectos de la Guerra porque nunca volvió a ser la misma: permanecieron en ella las voces personalísima del uno y del otro, las hermosas metáforas de García Cabrera y los insólitos atisbos imaginativos de Gutiérrez Albelo, pero quizá ningún libro posterior superara la calidad de los títulos de antes del 36.
La historia
A García Cabrera la historia no lo dejó vivir tranquilo, como bien dijo Domingo Pérez Minik, que llamó a este poeta de la dignidad el "inocente máximo". Bondadoso de manual, a veces ingenuo, con una sensibilidad muy popular, compartió el obligado exilio interior, mientras trabajaba de administrativo en una refinería de petróleo, con la complicidad y el afecto de la izquierda.
Pero tampoco a Gutiérrez Albelo, aunque por distintas razones, la historia lo dejaría vivir tranquilo: se sintió siempre incomprendido y así lo expresó en su obra. Se ganaba la vida como maestro nacional, pero, irónico y mordaz, reposaba a ratos su inseparable pipa en la mano, y con la boca libre, los labios breves, como si hubiera divisado las lúdicas imágenes del viejo cinema de sus excepcionales poemas surrealistas, esbozaba una sonrisa pícara igual que si se tratara de una poética.
Dios, dijo él, lo encontró en la calle. Y por la calle de la vida y de la poesía quiso andar con Dios, sin que tal vez esa compañía le impidiera ser furtivamente pagano.
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