El cine atrapa la furia ciega del terrorismo
El estreno de 'Buenos días, noche', en la que Bellocchio narra el 'caso Moro', coincide con el afán de Hollywood por contar la tragedia del 11-S. ¿Cómo filmar las difusas raíces de tanta violencia? 'La batalla de Argel', de Pontecorvo, es un referente para muchos
Buenos días, noche, de Marco Bellocchio, se sumerge en el secuestro y asesinato en 1978 a manos de las Brigadas Rojas de quien fue primer ministro italiano, Aldo Moro, y que el día del suceso se dirigía a su investidura como presidente de la República. La película, que fue bien acogida en Italia y recibió en 2003 el Premio Especial del Jurado de la Mostra de Venecia, se estrena hoy en España en un momento en el que el terrorismo renueva a diario su amenaza.
El filme narra la historia de una chica con una vida aparentemente normal que se muda a vivir con su novio. Poco a poco se irá descubriendo la verdadera identidad de la joven, que resultará ser una terrorista de las Brigadas Rojas. Bellocchio ofrece un cuidadoso retrato del aumento de tensión en la sociedad italiana durante el desgraciado acontecimiento y explora las dudas y el sentimiento de cautiverio que invaden a la protagonista por sus frágiles y radicales ideas. La sociedad italiana se enfrenta así a sus propios fantasmas y se suma a la creciente tendencia en abordar el fenómeno del terrorismo en la gran pantalla. "El 11 de septiembre de 2001 ya estaba trabajando en la película, y la tragedia me hizo buscar formas diferentes de contar la historia", ha explicado Bellocchio.
Tres de las grandes productoras de Hollywood, Universal, Paramount y Columbia, preparan sendos filmes sobre el 11-S
El estruendo terrorista se ha instalado de forma intermitente en la gran pantalla. La compleja y delicada cuestión se ha abordado desde diferentes ángulos, pero la situación actual presenta nuevos retos. Después de la reticencia de Hollywood a realizar proyectos que reflejasen los ataques del 11-S, ahora, cerca del cuarto aniversario del suceso, la industria americana afronta el tabú de su pesadilla. Tres de las grandes productoras -Universal, Paramount y Columbia- han decidido dar luz verde a filmes sobre el atentado que costó la vida a cerca de 3.000 personas. Oliver Stone prepara una de ellas, con Nicolas Cage como protagonista; Paul Greengrass -director de The bloody sunday y productor de Omagh- rodará Vuelo 93, una historia que recoge, en tiempo real, los 90 minutos en los que el primer avión de la United Airlines estuvo secuestrado y, finalmente, fue estrellado contra una de las Torres Gemelas; Columbia, a su vez, ha adquirido los derechos del relato 102 minutes, escrito por un periodista de The New York Times que sitúa la acción entre el choque del primer avión y la caída de una de las Torres Gemelas. Además, existe un proyecto para llevar al cine la historia del periodista de The Wall Street Journal Daniel Pearl, asesinado en Pakistán. ¿Necesita Hollywood renovar la galería de villanos, representada en su día por los soviéticos o los indios en los westerns?
El conflicto irlandés, que parece haber llegado a su fin, es el que en más ocasiones se ha descrito con la cámara. Desde La agenda oculta, de Ken Loach, hasta la muy reciente Omagh, de Pete Travis, el tema se ha abordado desde infinidad de perspectivas. Normalmente, desde la propia industria del cine británica, aunque el filón comercial del tema no pasó inadvertido en Hollywood donde se realizaron filmes como Juego de patriotas o La sombra del diablo, ambos protagonizados por Harrison Ford.
El final del colonialismo produjo también episodios de violencia terrorista, y una de las películas emblemáticas sobre el género es, sin duda, La batalla de Argel, dirigida por Gillo Pontecorvo en 1965. Saadi Yacef, un terrorista perteneciente al Frente de Liberación Nacional (FLN), escribió en los días que pasó en la cárcel un libro relatando sus hazañas al frente del movimiento de liberación. Al finalizar el conflicto y ser amnistiado, sondeó a varios directores italianos y decidió encargar a Gillo Pontecorvo la dirección de una película que él mismo produciría, escribiría y coprotagonizaría. Actualmente, Yacef es escritor y senador en Argel. "Yo cambié la metralleta por la cámara, y luego la cámara por la pluma", explica. Su romántica visión contrasta con la del ensayista y politólogo Michael Ignatieff, que se refería a la película en un reciente artículo como la mejor del género, pero calificaba a Yacef como "el primer empresario teatral del terror".
Hacer una película sobre terrorismo, especialmente allá donde se sufren sus consecuencias, es delicado. Según Imanol Uribe, director de títulos como El proceso de Burgos, La fuga de Segovia o Días contados, "tratar el terrorismo de ETA es difícil porque la sensibilidad está a flor de piel. Además, desde que empiezas a rodar una película hasta que la terminas, los acontecimientos pueden haber variado completamente y, de repente, algo que no tenías previsto puede acabar complicando el tema". El punto de vista que se adopta y el tratamiento del personaje del terrorista son unos de los principales escollos: "Una señora me llamó al salir de ver la película para decirme que estaba indignada porque comprendía al personaje, que era humano, y que no había derecho que lo fuese". Días contados se estrenó sin complicaciones; sin embargo, con El proceso de Burgos "la película no pudo distribuirse en toda España. La tarde que se estrenó en Oviedo, tras la primera sesión, hubo 20 llamadas de amenazas".
Las formas y las causas del terrorismo han variado mucho en su tratamiento cinematográfico. La industria del cine americano había recurrido a un terrorismo difuso en sus causas para elaborar argumentos de acción como el de La jungla de cristal. Ahora, como en los atentados del 11-S, es el propio terrorismo el que parece tener algo de cinematográfico. Las imágenes del 11-S despertaron en muchos la duda sobre su grado de pertenencia a lo real, y la ficción se presenta peligrosamente como una fuente inagotable de inspiración. Jean Baudrillard, en su Réquiem por las Torres Gemelas, dice: "La violencia por sí misma puede ser banal e inofensiva. Sólo la violencia simbólica genera algún tipo de singularidad. Y en ese singular evento, en esa película de desastre en Manhattan (los atentados reales), los elementos de fascinación del siglo XX están combinados: la magia blanca del cine y la magia negra del terrorismo; la luz blanca de la imagen y la luz negra del terrorismo (...). El terrorismo del espectáculo".
Después de perder la guerra de las ideas
En agosto de 2003, el Pentágono proyectó para 40 oficiales La batalla de Argel. Se presentó bajo el lema "Cómo ganar la guerra contra el terrorismo y perder la de las ideas". Este verano se cumplen 40 años del rodaje de la película, que en 1965 recibió el León de Oro en la Mostra de Venecia, pero su antigüedad no disuadió al Pentágono, que justo después de dar por concluida la guerra de Irak la erigió en pequeña pedagogía estratégica por las similitudes que creyeron ver entre el terreno que encontrarían tras la invasión y el que le costó a Francia la pérdida de su última colonia.
Dos años después, muchos, como el propio Yacef, auténtico artífice de la película, se preguntan sobre lo que debieron de entender.
Según cuenta el ahora senador argelino, la CIA le visitó en Argel antes de que EE UU invadiese Irak para pedirle consejo sobre el asunto: "Les dije que todos los ejércitos del mundo reunidos, incluido el americano, nunca controlarían el destino de un país que quiere ser dueño de sí mismo. El humo que sale de un país quemado sólo asfixia a los que lo han quemado".
Yacef justifica el terrorismo que practicaba el FLN: "Si tienes un apartamento y yo vengo a quitártelo por la fuerza, tendrás que reaccionar para defenderlo, pero te tacharán de terrorista. Era una guerra de liberación en un periodo en el que no nos podíamos defender de una forma normal". Las imágenes de Abu Ghraib le recuerdan a los métodos utilizados entonces por los franceses, y advierte: "El Ejército no puede actuar como policía".
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