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Crítica:CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apasionante drama histórico

Tiene algo de justicia poética, y no poco de férrea coherencia artística y moral, que un director que en los sesenta se propuso poner el mundo patas arriba (y ahí están las espléndidas Las manos en los bolsillos y La China está cerca para confirmarlo), dirija ahora su mirada, casi cuarenta años después, a pasar revista no a los sueños de entonces, sino a la parte de ellos que se convirtieron en pesadilla. No a los ideales de quienes quisieron cambiar la realidad, sino de quienes degeneraron en puro y duro terrorismo disfrazado de hombre nuevo, de "justicia proletaria", de un horizonte sin clases sociales.

Y nada mejor que ir hacia el corazón de lo que en Italia se denomina aún los años de plomo, los años de las Brigadas Rojas: inspirándose en un relato autobiográfico de la única mujer miembro del comando que raptó y asesinó al democristiano Aldo Moro, Bellocchio lanza su mirada no ya crítica, sino airada, hacia el dogmatismo y la ciega credulidad de los militantes brigadistas en los dos meses que tuvieron preso a Moro, antes de liquidarlo sumariamente en nombre del "proletariado en armas". Lo hace menos con un discurso político (que también está presente: de hecho, la gran incógnita que el filme deja en el aire es a quién benefició la eliminación de Moro) que con una introspección psicológica: una película que el director dedica a su propio padre, que está protagonizada por una brigadista (la magnética Maya Sansa) que ha perdido al suyo y que es partícipe, mal que le pese, del asesinato de un hombre que deja un conmovedor testimonio de entereza.

BUENOS DÍAS, NOCHE

Dirección: Marco Bellocchio. Intérpretes: Maya Sansa, Luigi Lo Cascio, Roberto Herlitzka, Paolo Briguglia, Pier Giorgio Bellocchio. Género: drama histórico. Italia, 2003. Duración: 106 minutos.

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Autocrítica

La acción de Buenos días, noche se encapsula, como el propio Moro, entre las cuatro paredes de un apartamento. El recurso constante a materiales de archivo dan al filme la apariencia de un extraño cruce entre una película de aquella misma época y un documental. Un discurso en claroscuro que se confunde con los cambiantes estados de ánimo de su protagonista, un ajuste de cuentas y una autocrítica que lo es no sólo con el terrorismo brigadistas, sino con la propia izquierda italiana, que Bellocchio insta a revisar sin anteojeras.

Tiene el filme el aire adusto de un discurso ideológico, pero también la sutileza de un proceso de observación, que lleva a que el espectador entienda, más allá de la crítica política, el factor humano que pesó sobre aquel momento histórico. Le ayuda la mirada de Sansa, llena de sensibilidad y matices, y un relato en el que lo onírico se da la mano con un aire realista, en una mezcla tan conseguida como, en el fondo, cargada de intenciones. Una película dura, coherente e inclemente, y por desgracia todavía muy necesaria. Porque en los discursos desorientados, cuando no criminales, de los brigadistas resuenan otros mucho más actuales; desgraciadamente, tan potencialmente asesinos hoy como entonces.

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