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Reportaje:PLAN DE BARRIOS | Can Folguera, de Santa Perpètua de Mogoda

De periferia degradada a centro urbano

El barrio de Can Folguera, de Santa Perpètua, quiere que los vecinos vuelvan a pasear por sus calles

El barrio de Can Folguera, en Santa Perpètua de Mogoda (Vallès Occidental) no es que creciera a destajo, sino que casi brotó de pronto. En los años sesenta, donde ahora está previsto realizar una inversión de 5,2 millones de euros en una primera fase y convertir una periferia degradada en centro urbano, sólo había cultivos y un único propietario: el marqués de Comillas, descendiente de una familia de aristócratas católicos, que en su día poseyeron una auténtica fortuna procedente de navieras, negocios mineros, bancos y grandes haciendas agrícolas. El marqués decidió hacer una operación urbanística de envergadura, y entre 1968 y 1972, levantó 1.700 viviendas, "según los principios del movimiento moderno"; esto es, bloques de altura y de hormigón que apenas se diferencian entre sí. El marqués preveía dos fases más, con 4 torres de 14 plantas incluidas, pero el primer Ayuntamiento democrático dio al traste con sus planes, y en 1978 se aprobó un nuevo plan urbanístico. Hasta la década de 1990 no se empezó a construir de nuevo. El resultado es que Can Folguera tiene una clara frontera física y social entre una parte vieja y degradada y otra nueva.

El marqués de Comillas decidió una operación urbanística: levantó 1.700 viviendas

En la vieja hay balcones con fisuras, mucha humedad en las habitaciones, paredes erosionadas y desprendimientos. Casi ninguno de los edificios de más de cinco plantas tiene ascensor, el 34,48% está en estado ruinoso y el 62,9% tiene deficiencias en la red de alcantarillado. La densidad supera con creces al resto del municipio, 271,33 habitantes por hectárea frente a 36,78. El 21% está en riesgo de exclusión social.

Can Folguera limita con una inmensa zona verde de 72.000 metros cuadrados, intocable desde que en 1970 se redactó el plan de actuación urgente de Gallecs. Pese a la premura, el plan, que consistía en construir una nueva ciudad, nunca se llevó a cabo. Transcurridos 35 años, ha sido levantado, con lo que el municipio recuperará el terreno para transformarlo en parque. Serán los ciudadanos quienes decidan qué hacer con él. La coordinadora del área del territorio, Teresa Mira, explica que los más pequeños, que constituyen el Consejo Infantil, ya han pedido que haya ardillas, un laberinto y lagos.

Mira reconoce que "mucha gente da la vuelta por no pasar por el barrio". No tan sólo por una cuestión de percepción de inseguridad, sino también porque las callejuelas se entretejen en una especie de laberinto e incluso algunos lugares son casi inaccesibles. La imposibilidad de que los inmuebles dispongan de garaje convierten los espacios públicos y plazas en aparcamientos. "El objetivo es recuperar las plazas, que sean espacios abiertos y que se pueda ver la plaza entera de forma nítida y cruzarla", asegura Mira. Mejorar el alumbrado, crear itinerarios para personas discapacitadas y eliminar barreras arquitectónicas son otros objetivos que el consistorio ha incluido en el plan integral de rehabilitación.

Otra forma de atraer gente al barrio es concentrar en él los equipamientos. Can Folguera tendrá la nueva estación de ferrocarril, un centro de Formación Ocupacional y Desarrollo Empresarial, un Centro de Servicios Sociales y Oficina de Rehabilitación y un auditorio.

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El incremento de la población inmigrante y sin recursos es otra preocupación del consistorio. En algunas zonas aquélla llega al 25%.

Fomentar la apertura y la interrelación es un reto del plan. Mira cree importante "conseguir el máximo de participación ciudadana" en los proyectos. Juanjo Martínez es el presidente de la Asociación de Vecinos de Can Folguera. En su opinión, uno de los problemas más graves del barrio es "la falta de aparcamientos y las aceras de bloques de hormigón", que han hecho tropezar a más de uno. A juicio del presidente de la Asociación de Vecinos, "Can Folguera no es un barrio conflictivo, simplemente no hay relación entre los unos y los otros".Carme Marsal estuvo ocho años al frente del centro cívico. El barrio tiene ya larga experiencia en integración, 10 años atrás llegaron familias gitanas desalojadas de los barrios barceloneses del Turó de la Peira y La Mina. Marsal admite: "Mucha gente se ha marchado a otros barrios, aquí viene la inmigración porque es donde la vivienda es más barata". El reto es que los unos y los otros se conozcan, pero ¿cómo generar interés por la cultura y las costumbres del vecino? "Los niños se integran perfectamente porque hay mucha necesidad de actividades de ocio; además, los recién llegados son muy espabilados y autónomos", explica Marsal. Al principio se organizaban cursos de alfabetización para las mujeres, pero costaba mucho que acudiesen. En un afán de adaptación, el consistorio los cambió por habilidades sociales. Lo que se aprende es cómo buscar trabajo o cómo comprar. Las actividades de ocio y cursos que organiza el centro cívico son una alternativa a la calle, y la intención es ampliar los horarios y organizar nuevas actividades que "favorezcan el conocimiento mutuo", como talleres de cocina o explicar cuentos de distintos países.

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