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SEMANA GRANDE
Columna
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Toros y no

En sus inicios, la Semana Grande nació como semana de toros a la que se añadía algún complemento festivo, tipo sarao, carroza o castillo de fuegos artificiales. Se trataba de divertir a los veraneantes y para eso, los toros eran muy socorridos. Más, por ejemplo, que las marmotas, que se pasan media vida durmiendo, o que los besugos, que daban para todas las mesas sin que nadie pensara que podrían agotarse.

Hoy las cosas son muy distintas, no porque vuelva a haber besugos, por lo menos en la mar, sino porque los toros ya no son lo que fueron. Para empezar, la Baticueva los ha excluido del programa de fiestas, cosa que no ha gustado ni una pizca a los taurinos, que se lo han reprochado amargamente a Batman.

El coso anda medio vacío y no faltan las voces autorizadas que advierten de que esto se acaba

El bueno de Batman, que se cree no bueno, sino inmejorable, les ha respondido pidiendo disculpas por lo que, adujo, no era más que una equivocación que remediaría ipso facto, o sea al instante. Al parecer, ha habido instante, pero no rectificación, no al menos en el papel cuché de los programas, que es la salsa rosa de las fiestas. Robin, el colega de Batman, debe de estar frotándose las manos porque nunca ha podido estomagar lo que se ha considerado siempre la Fiesta, así con mayúscula y antonomasia, debido a la suerte que corren los pobres bichos en el ruedo.

Batman, que es muy bueno, pero sobre todo escurridizo, no se ha pronunciado al respecto, o sea que no ha convocado a los medios para decirles que para él los murciélagos sí, pero los toros no, como hizo con el bueno de Paquito, aquel delfín que nos dejó y que tanto se le parecía (sólo le faltaban la capa y el antifaz).

En el otro campo, el antitaurino, deben de estar frotándose las manos por lo que consideran una victoria pírrica conseguida exclusivamente mediante el uso ludico-festivo -¡toma ya!- de la manifestación, aunque habrá muchos que lamenten la circunstancia de que no hay encierros como en Pamplona para poder protestar en pelota picada y hacerla más humana, o sea más natural porque el hombre (¡y la mujer!) es natural y lo antinatural es comerse entre sí o torturar toros en un ruedo para divertirse sádicamente.

De modo que las espadas están en alto, con perdón (y eso que no he dicho estoque). Se puede observar, pues, que las dos corrientes recorren larvadamente las fiestas sin que a nadie, excepto a los implicados, le importe un pito. Y no olvidemos que nadie es el protagonista de las fiestas. Claro que si los antitaurinos manifestaron su enojo un día -la víspera de los festejos- los taurinos parece que lo están manifestando cada día porque los toros vienen sin casta y los toreros con excesiva cautela, no faltando el que apunta maneras y filigranas y acaba escenificando el puro miedo por no decir la derrisión.

El caso es que el coso anda medio vacío y no faltan las voces autorizadas que advierten de que esto se acaba. Podría ser un buen momento para que Batman le aseste el puntillazo a la chita callando. Bastaría con que cambiara el toro de fuego que sale a diario a las calles y que podría despertar la afición en los pequeños por el hombre de fuego, porque ya se sabe el hombre es un lobo para el hombre, pero no un toro. Y además lo soporta todo.

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