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Reportaje:EXTRANJEROS EN LA COSTA | Verano 2005

La Ítaca de los 'hippies'

El norteamericano Jaime del Amo fijó su residencia en Mojácar (Almería) hace 30 años rendido ante su hospitalidad

Podría decirse que Mojácar es a los hippies lo que Ítaca a Ulises según la literatura de Homero: la patria mítica. "Soy un privilegiado por el hecho de vivir en Mojácar y estoy muy agradecido por ello", insiste Jaime del Amo. A este norteamericano, nacido en Los Ángeles en 1942, nadie lo conoce por su nombre en el encalado pueblo almeriense. "Sólo los directores de banco me llaman Jaime", bromea. Tito, su apodo hecho identidad, recuerda su llegada al pueblo cuando tenía 22 años.

"El mismo día que llegué, en 1964, me compré una casa de 34 metros cuadrados por 80.000 pesetas. En aquel entonces el alcalde promocionaba la zona regalando parcelas, porque la emigración lo había despoblado todo", rememora. El joven Tito, que trabajaba como fotógrafo para la agencia de noticias UPI (United Press Internacional) vivía entonces a caballo entre su apartamento en Los Ángeles, otro en Madrid y la casita en el pueblo almeriense. Hasta que sucedió lo de Palomares.

Por raro que parezca, aquel suceso ocurrido la mañana del 17 de enero de 1966 en el que un superbombardero B-52 chocó contra el avión nodriza KC-135 selló una unión vitalicia entre Tito y el pueblo mojaquero. Cayeron cuatro bombas termonucleares en Palomares y Tito se quedó en Mojácar esperando que encontraran el cuarto artefacto, que cayó sobre el mar. "Como no encontraban la cuarta bomba, la agencia de noticias me pagaba 500 pesetas al día hasta que apareció. Me quedé seis semanas desde aquel 17 de enero en mi casa de Mojácar. Y ya no fui capaz de volver a Madrid, ni a ninguna otra gran ciudad a vivir", sentencia.

La decisión implicó mucho trabajo para mantener su sueño. Ejerció como chofer, cocinero y jardinero de un canadiense que tenía un Rolls Royce y le pagaba 1.500 pesetas a la semana. Hasta que a final de 1964 y tras la muerte de su padre, viajó con el dinero heredado durante unos años.

"Vi muchos lugares y recorrí mucho mundo. Pero ninguno me atrajo tanto como Mojácar. Ni Río de Janeiro, ni Katmandú", afirma. "El agua del grifo no se podía beber. María nos subía cuatro cántaros en burro desde la fuente. Correos era una ventanilla pequeñita en un cuarto reducido que olía a ajo. No había un reparto oficial, Martín me daba todas las cartas y entre todos las hacíamos llegar a sus destinatarios", apunta.En ese tiempo "inolvidable" no existía añoranza por la gran ciudad, ni por las comodidades. "Renunciábamos a muchas cosas pero ganábamos en trato. Todas las casas se quedaban abiertas, no necesitábamos llaves", detalla. A su regreso de India en 1970 fijó definitivamente su residencia en Mojácar. "Aquí en 1965 éramos sólo cuatro o cinco hippies. Macrobióticos y psicodélicos. Ya son pocos los pioneros que quedamos".

Tito erigió su propio establecimiento a partir de unas ruinas que le ofrecieron en la playa. De restaurante francés pasó a discoteca y después a chiringuito. En la actualidad dirige tres negocios de hostelería. Ahora, 40 años después de su llegada, tiene por costumbre viajar a los lugares que le recuerdan la Mojácar de los años sesenta.

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En unos días partirá hacia Brasil para recorrer unos 1.000 kilómetros desde Río y vivir unos días en un pueblo de la provincia de Bahía, que también descubrieron los hippies en los 70 y aún conserva su encanto primitivo. Pero Tito regresará, sin duda, a su patria mítica descubierta hace ahora 42 años.

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