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Los ojos de Fito, en medio de la tragedia

El médico del Servicio de Urgencias Canario Asdrúbal González Mesa, de 33 años, recuerda la pasada noche del lunes al martes como una de las peores de su vida, incluida su misión en Asia tras el tsunami. Embarcó a las 3.15 de la madrugada en el Salvamar Alpheeca. Dos horas y varios mareos después la tripulación divisó los haces de luz que pugnaban por hacerse notar en mitad de la oscuridad y la marejada con olas de más de dos metros y medio de altura.

Durante la noche apenas se veía nada en la cubierta de la embarcación. En una maniobra que implica un cierto riesgo, pegaron su casco al del buque de madera lleno de africanos y, en apenas tres minutos, les lanzaron 80 botellas de agua y zumos, con la que los náufragos pudieron comenzar a rehidratarse, ya que era imposible saltar al barco.

Toda la noche los vigilaron a 15 metros de distancia, mientras navegaban hasta el puerto más cercano. Una hora antes de tocar tierra pudieron saltar al cascarón y atender a un niño. "Encontré una criatura de un año y seis meses metido en la cabina de proa, sentado en los brazos de su madre", relata el médico canario. El contacto visual asustó al pequeño, que además vio cómo los dos intrusos de raza blanca hablaban con su madre y le pinchaban en el brazo.

Las jóvenes pero expertas manos del enfermero Javier Berrocal, de 24 años, le evitaron un sufrimiento gratuito y dejaron vía libre a la glucosa, que lo recuperó en pocos minutos. "Todos los demás permanecieron muy asustados, aunque colaboraron en lo que necesitáramos. Nos comentaron que habían bebido agua de mar, que algunos llevaban más de dos meses en alta mar y que habían tirado por la borda a dos compañeros que habían muerto".

Rostro de ébano

Tras la complicada maniobra de atraque, lo primero que apareció en el muelle de Los Cristianos ante la mirada de centenares de sanitarios, voluntarios, policías, medios de comunicación y curiosos fue el cuerpecito de Fito, un torso desnudo con unos finos pantalones beis claro tipo pirata, los brazos con el suero aún goteando y esos ojitos angelicales en un rostro de ébano, que se dejaba llevar sereno en los brazos de los sanitarios.

El niño de Costa de Marfil aparenta el doble de su edad real. Su madre, veinteañera en apariencia, le siguió detrás. Ambos permanecían anoche en observación en el Hospital Universitario de Canarias. "Si un niño como él sobrevive a esta experiencia sólo cabe pensar que apenas llevaban dos o tres días sin ingerir agua ni alimentos, o que él fue el único que pudo comer algo hasta que lo encontramos", reflexiona Carmelo Duarte, el director del hospital de campaña del Servicio de urgencias Canario que se levantó en el muelle.

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