Tras las copas..., la resaca
Las cosas que pertenecen a todas las criaturas vivientes en este mundo son: el aire, el agua de lluvia, el mar y su ribera. No se podrá construir sobre la ribera del mar nada que impida el acceso libre de la población.
Alfonso X el Sabio (Siglo XIII)
El nombre de Valencia es ya repetido en todo el mundo y no solamente por la referencia a la paella; eso, al menos, es lo que no se cansan de repetir nuestros más distinguidos representantes en las administraciones local, autonómica y del Estado. La America's Cup está siendo un acontecimiento de resonancia mundial a través del cual todas las televisiones del mundo han ofrecido imágenes de nuestras aguas marinas más próximas. Como contrapartida, los valencianos así como todos los que se han acercado a las regatas, dando lustre con su presencia multitudinaria a tan importante evento mediático, y nuestros conciudadanos normales, aquellos que, como usted o como yo, vivimos todo el año en esta ciudad ¿qué papel representamos en esta comedia?
Hace tiempo la promesa del Balcón al Mar (la entrega de una extensa superficie del ámbito portuario a la ciudad) se presentaba como una alternativa placentera a quienes paseábamos de vez en cuando por la parte interior de las rejas, cerca de la lámina de agua que hoy (es preciso reconocerlo) se encuentra más limpia que hace lustros y donde se accedía, desde la Escalera Real, a paseos en golondrina para disfrutar de unas mañanas de mar y placidez. Todo esto se ha acabado y la alternativa no es halagüeña. El Edificio del Reloj y los tinglados modernistas eran alguno de los escasos deliciosos restos de la arquitectura local industrial que tan despreciativamente han tratado munícipes y propietarios. Mientras tanto, los antiguos tinglados de Cross -unas naves que serían respetadas como ejemplo arquitectónico-industrial valiosísimo en cualquier ciudad del mundo- están siendo demolidas casi en su totalidad; las casas de los pescadores en la Malva-rosa están condenadas; el nuevo urbanismo depredador no se detiene y va a arrasar con las avenidas al mar. Por lo que respecta al propio puerto, la zona por donde antes se podía pasear, se ha convertido ya en una especie de Manhattan cutre en donde grandes edificios, que de momento albergan a las diferentes organizaciones que compiten, mañana nadie sabe a qué serán dedicados. Las comparaciones siempre son (imprescindibles, pero) odiosas. Barcelona aumentó su atractivo turístico tras los Juegos Olímpicos de 1992 mientras que Sevilla sigue siendo una ciudad adorable "a pesar" de sus desastres en la gestión de las obras construidas el mismo año.
¿Y Valencia? Parece que, como en las elecciones políticas, todos los que comentan sus resultados hablan de éxito. El puerto extiende su ocupación de suelo y gana; el Ayuntamiento gana en recursos, recaudación e imagen; el Consell gana también; la organización ACM gana, obviamente; el Consorcio, que asume las responsabilidades de la gestión durante el acontecimiento, parece que (no se sabe o al menos no se dice) tendría que gestionar el después. El Ayuntamiento parece que tiene el propósito de promover otro hotel en la zona que, desde Alfonso X el Sabio, se tiene por marítimo-terrestre y, por tanto, de propiedad pública. ¿Y usted y yo? ¿Adónde podremos ir a pasear los domingos de sol?
Lo cierto es que a través de la publicidad callejera (que pagamos nosotros mismos) y otras tribunas, somos convocados a asistir a los actos de regata para dar al acontecimiento un carácter multitudinario pero, en contrapartida, no parece que nuestra vida cotidiana vaya a mejorar después de que todo esto acabe. Sin duda muchos de los que vengan a trabajar en las organizaciones se quedarán aquí para siempre. Nuestro clima es excelente, aunque poco a poco se deteriore como el del resto del planeta; nuestra población es bondadosa y, sobre todo, sumisa. La vida es agradable en esta parte del mundo y somos una "región sumidero de población improductiva". Pero para los que estábamos o habíamos estado aquí hace tiempo, y conocíamos una ciudad a la medida de las personas, nos resulta amenazadora esa vocación de metrópoli Fritzlanguiana que nos ofrecen nuestros próceres. Autovías rápidas de un solo sentido de circulación; hoteles de muchas estrellas donde se alojará gente importante, y edificios que nunca llegan a ser ocupados por personas como usted y como yo. En torno a esta actividad constructiva desenfrenada los pingües negocios menudean y la economía basada en la paleta se mantiene a flote aunque haga agua y nadie se plantee su sostenibilidad. Para quienes quieren disfrutar de la ciudad, porque viven allí siete días a la semana, las expectativas de goce parece que se limitan cada vez más. Hay una parte de la población que no siendo importante en número -eso parece evidente- disfrutaba con la contemplación del mar; por ejemplo desde el espigón del Norte. Allí, unos pocos paseantes podían llegar sólo a pie o en bicicleta al verdadero y original balcón al mar atravesando varios kilómetros de paseo inaccesible a los autos. Paseo irremediablemente sucio desde hace medio siglo al menos. Otros, llegaban a la orilla de la dársena para ver el mar y los barcos atracados allí o los que iban y venían. Los pescadores perfilaban la línea de costa con su presencia pacífica y silenciosa. ¿Y en 2008?
Para prevenir la resaca tras las copas convendría que, además de la publicidad que nos invita a apoyar los eventos deportivos con la aproximación a las barreras tras las que se desarrollan los preparativos de los diferentes equipos, se ofreciese una información argumentada de los destinos de las instalaciones y de lo que los ciudadanos como usted y como yo (además de los que después se queden, ¡sean éstos bienvenidos!) podremos disfrutar cuando la euforia deportiva se desvente.
E. Peris Mora es profesor de la Universidad Politécnica de Valencia.
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