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Columna
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Japoneses

Me sorprendió. Cuando vi al conductor de aquel taxi tuve la sensación de estar fuera de España. Sus rasgos eran asiáticos. Madrid es una torre de Babel en casi todos los sectores, pero en el del taxi los inmigrantes constituyen una rareza. En este caso la excepción era, incluso, exótica porque el tipo parecía japonés. Jamás hubiera bajado de su vehículo sin someterle a un amigable tercer grado. Un interrogatorio que me permitiera conocer qué circunstancias pudieron determinar que un ciudadano del Japón, uno de los países más avanzados del mundo y con altísimo nivel de vida, termine ganándose el sustento ejerciendo de taxista 12 horas al día por las calles de Madrid. Me lo contó todo. Su nombre es Okawa y nació al norte del Japón, hace 50 años. Con 25 años vino a Madrid para estudiar español y ejercer como guía turístico. Aquí se casó y aquí nacieron sus dos hijos, a los que mantuvo con holgura trabajando al servicio de las agencias de viajes que desplazan turistas japoneses a España. Hace cuatro o cinco años, el trabajo le empezó a flojear. Los turistas procedentes de aquel país resultaron ser las piezas preferidas de los carteristas y tironeros que pululan por el centro histórico de Madrid. Los japoneses suelen llevar mucho dinero encima, buenas cámaras y ofrecen, además, una imagen de desamparo que les convierte en pan comido para los asaltantes. Por aquel entonces hubo incluso numerosos casos en que los atracadores se ensañaron con ellos, golpeándoles brutalmente aunque no hubieran presentado resistencia.

Resulta fácil imaginar la resonancia que tales sucesos tuvieron en su país y el efecto que produjo en nuestra potencial clientela. Hubo un momento -contaba Okawa- en que la imagen de España que prevalecía en Japón era la de un país inseguro y violento, donde maltrataban a sus visitantes. Los touroperadores nipones nos sacaron de sus programas y recomendaban otras alternativas más seguras. El bajón en la afluencia de turistas japoneses fue radical y Okawa se quedó sin trabajo. Cualquiera que conozca un poco el mundillo de las agencias de viajes sabe que el japonés está considerado internacionalmente como el turista de oro. Tienen dinero, les gusta gastárselo, son disciplinados, poco problemáticos y, encima, reparten sus vacaciones durante todo el año. Lo único que piden es que les cuiden. En Madrid no lo hicimos. Consentimos que un grupo de 30 o 40 rateros cayera sobre ellos como avispas hasta provocar esa espantada en la que hemos perdido prestigio y cientos de millones de euros. Ahora, las autoridades municipales y regionales quieren recuperar el terreno cedido con la plena consciencia de que la tarea es compleja. En el intento de aprovechar cualquier circunstancia que permita cambiar esa imagen nefasta, la Dirección General de Turismo de la Comunidad de Madrid implicó el pasado verano al Real Madrid durante su visita a Japón. Las estrellas del equipo blanco son idolatradas en aquel país y el menor guiño que hagan allí en favor de nuestra oferta turística adquiere un valor comercial superlativo. El Ayuntamiento de la capital diseñó, por su parte, un programa específico para seducir al turismo japonés y atraer de paso inversores.

El plan Japón, en el que trabaja la Concejalía de Economía y Participación Ciudadana, empezó por identificar los factores que nos descalifican en el país del Sol Naciente y resulta que la inseguridad no es el único. En Japón los españoles tenemos fama de incultos, de hablar poco inglés y de dispensarles un trato brusco. Tal vez resulte algo dura la estampa, pero ésa es la impresión que tienen de nosotros y, como diría el alcalde Gallardón, algo hemos debido hacer muy mal para merecerla. Personalmente, he observado que en muchos restaurantes y cafeterías los empleados muestran una cierta tendencia a tratarles como si fueran idiotas. Esto suele ocurrir en esos establecimientos del centro de la capital especializados en guiris donde su principal preocupación no es dar un buen servicio a sus clientes, sino un buen sablazo. Tampoco el sector hotelero está a la altura y el Ayuntamiento pretende conseguir que el turista japonés se sienta mimado desde su llegada a Barajas. Siempre tendrá que haber folletos en japonés, guías, traductores y atenciones especiales para ofrecer nuestra mejor cara y atraer de nuevo a los hijos del Sol Naciente. Mi amigo Okawa es un tipo listo y se defiende con el taxi, pero nunca fue lo suyo.

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