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Columna
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Reflexiones sobre la demagogia

El martes llovió todo el día, pero sólo sobre mí, porque para el resto de las personas, el cielo siguió azul; y, además, lo que me cayó encima no fue agua, sino sarcasmo. Una elegante pero furiosa tormenta de ironías.

El culpable fui yo, por publicar en este mismo periódico una crónica de la actuación de U2 en Barcelona en la que alababa los méritos solidarios del grupo irlandés y, en especial, de Bono, su cantante.

A quién se le ocurre, decían mis acusadores, ponerse a hablar bien de un tipo que lucha contra el hambre en África; que critica las guerras, se pone al frente de campañas humanitarias de toda clase; usa su reputación para hablar con los políticos más poderosos del planeta y pedirles que ayuden a los débiles, y hasta organiza conciertos en los que se recaudan millones para los que no tienen nada. Pero, ¿es que no me doy cuenta de que ese tipo es un demagogo, un hipócrita, un manipulador?

Y como resulta que yo había afirmado en mi artículo que de los conciertos de U2 se sale con un corazón más generoso, algunos de mis mordaces y célebres amigos planearon mandar una carta al director de EL PAÍS, firmada por todos ellos, que dijera:

"Como viejos camaradas del escritor Benjamín Prado, estamos en condiciones de afirmar que éste, tras ver el concierto de U2 en el Camp Nou, no es en absoluto mejor persona".

Muy graciosos.

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Hoy, U2 toca en el estadio Vicente Calderón y decenas de miles de personas encenderán sus móviles cuando Bono se lo pida, enviarán un SMS al número que él les va a dar, con la palabra "África" y su nombre, y la recaudación de esas llamadas se enviará a organizaciones humanitarias.

¿Serán mejores personas después de eso?

Pues, miren, en mi opinión, sí, y justo por la misma causa por la que creo que leer un buen libro te hace más justo, menos manejable, desde luego que más inteligente. La teoría contraria, la de que nada vale para nada, todos somos unos egoístas y, por lo tanto, todo acto noble debe resultar sospechoso, me produce escalofríos.

Claro que mientras leen la Declaración Universal de los Derechos Humanos en las pantallas gigantes del Vicente Calderón o envían sus SMS caritativos con la música de U2 al fondo, los espectadores del concierto de Madrid serán mejores personas.

Luego, a unos les durarán menos las buenas intenciones y a algunos, tal vez, les duren para siempre, pero qué hermoso va a ser el cielo de Madrid esta noche, cuando crucen por él miles de nombres y apellidos formando una red o un puente hacia los desdichados, por modesto o frágil que sea ese puente.

Hay miles de cantantes y no cantantes por ahí, igual de multimillonarios que Bono, que no usan el poder de su fama para llamarnos la atención sobre la injusticia. ¿Son ellos mejores que el cantante de U2, en realidad? ¿Son mejores que ese tipo al que llaman telepredicador, mesías comercial y otra serie de maravillas? ¿Su silencio o su desinterés son sinceros y dignos de admiración, mientras que las campañas internacionales de Bono y tantos otros deben ser entendidas como una estrategia publicitaria o, simplemente, como una mentira?

Este mundo está definitivamente envenenado, si es que de verdad hemos llegado a creer algo como eso. Vale, pues que cada uno haga y piense lo que quiera. Yo le daría a Bono el premio Nobel de la Paz y, de entrada, le doy las gracias por anticipado por lo que va a ocurrir dentro de unas horas en el estadio Vicente Calderón y porque, esta noche, su música y sus consignas van a transformar mi ciudad, Madrid, en un lugar mejor. Visto lo visto, reconozco que hace falta tener mucho valor para hacer algo como eso.

Es mucho más cómodo ser Marilyn Manson y todos esos.

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