_
_
_
_
Pie de foto / 14 de febrero de 2005 | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un acceso de fiebre

Juan José Millás

El taxista tenía las pupilas dilatadas y hablaba sin parar, por lo que imaginé que había tomado alguna sustancia estupefaciente. Me explicó que los edificios, si las cosas fueran como Dios manda, deberían arder de abajo arriba y no al revés. Imaginé al fuego subiendo perezosamente por la escalera de servicio, asomándose a cada piso para ver el trabajo a realizar. De acuerdo con la versión del taxista, el fuego es más organizado que un jefe de departamento. Quema primero los papeles; luego, el plástico; después, la pintura... Cuando acaba con lo inflamable, se dedica a lo ignífugo:

-No hay nada demasiado ignífugo para un fuego profesional -dijo mirándome a través del retrovisor-. Si los bomberos no lograron atajar el incendio del Windsor, es porque actuó sin pautas, como un fuego loco, un fuego sin ley.

-¿Y eso?

-Por lo que le he dicho, hombre, porque empezó por arriba y fue bajando, cuando todo el mundo sabe que al fuego no le gusta bajar. Si lo hace es porque no le dejan otra salida o porque, en vez de echarle agua, le echan gasolina.

-¿Qué insinúa?

-Yo no insinúo nada, lo que le digo es que en la naturaleza del fuego está ascender. No le afecta, como a nosotros, la fuerza de la gravedad.

El hombre tenía toda una teoría sobre el incendio del Windsor. Lo comparó con un acceso de fiebre porque la fiebre, dijo, comienza en la cabeza. Recordé a un entrenador de fútbol que recomendaba a sus jugadores salir al campo con unas décimas, para estar más creativos. ¡Vive Dios que el Windsor se incendió creativamente! Nos mantuvo despiertos toda la noche, como un best seller. Recuerdo perfectamente el momento en el que empezaron a estallar los ojos del edificio, dejando entrever los primeros huecos de la calavera. La gente se lanzó a la calle para fotografiar las cuencas vacías del inmueble. A las tres de la madrugada estaba la Castellana como a las doce del mediodía. Fue la Madame Bovary de los incendios. Por fin estábamos a la altura de la ficción universal (El coloso en llamas y todo eso). La prensa habló del espectáculo dantesco, del pavoroso incendio, de las voraces llamas... Cuanto más original era el fuego, más necesidad teníamos de recurrir a los tópicos: nos faltaban palabras.

Al amanecer, por encima de los edificios de la ciudad asomó, todavía humeante, la calavera del inmueble, de la que esta fotografía es una muestra. Se había quedado sin ideas, sin cerebelo, sin bulbo raquídeo. Había perdido las neuronas, la sinapsis, los circuitos eléctricos, pero todavía nos miraba asombrado desde sus ojos huecos, como un antepasado. Todo en él era hueco: allí estaba el agujero de los ojos, el de las fosas nasales, el de la boca sin dientes... Las autoridades hacían declaraciones con el esqueleto del monstruo a sus espaldas. Pero a día de hoy, aun sabiendo que se nos quemó algo importante, no sabemos qué. En cuanto al taxista, no logré averiguar qué estupefaciente había tomado, pero daba gusto oírle.

ULY MARTÍN

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_