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Reportaje:

Francia se atrinchera

Dominique de Villepin presenta su proyecto de "patriotismo económico", una batería de medidas destinadas a blindar la industria francesa de compras extranjeras

"Deseo reagrupar todas nuestras energías en torno a un verdadero patriotismo económico". En estos tiempos de elogio sistemático del mestizaje y el multiculturalismo, el patriotismo no goza de buena prensa, a no ser que uno sólo lea la que se publica en los EE UU. Un francés, el actual primer ministro, Dominique de Villepin, es quien expresó ese propósito nacionalista en el transcurso de una conferencia de prensa el pasado 27 de julio. "Ya sé que ese tipo de lenguaje no se emplea habitualmente, pero se trata, puesto que el mundo cambia y puesto que la situación es difícil, de reagrupar nuestras fuerzas, y de defender Francia y lo que es francés".

En lo que va de 2005, los grupos galos han comprado empresas extranjeras por valor de 40.500 millones de dólares

Las palabras de Villepin -la palabrería de Villepin, dirán algunos- hay que situarlas en su contexto, entre un fenómeno de gran profundidad y mal explicado que desembocó en el no francés a la Constitución europea. Ahí se daban la mano los nacionalistas exacerbados y los europeístas decepcionados; el soberanismo radical y el sueño de unos EE. UU de Europa; el miedo a lo extranjero y el deseo de ir más allá en la apertura a lo distinto; el provinciano y el cosmopolita; el ultraderechista y quiénes exigen una democratización a fondo de las instituciones europeas. Hay un segundo fenómeno, más reciente, que ha sido el miedo a que Danone fuese engullida por PepsiCo, es decir, a que una empresa francesa que fabrica benéficos yogures de impoluto color blanco pasase a estar controlada por una sociedad estadounidense que fabrica una cola de color indefinible y es culpable de la obesidad de todos los retoños del mundo occidental.

Ante esa disyuntiva es fácil ser patriota económico. Villepin jugaba sobre seguro y apenas nadie ha querido contradecirle en voz alta. Sólo unos pocos liberales, como Hervé Novelli, de la conservadora Unión para un Movimiento Popular (UMP), ha advertido de que hay que "evitar el pasar del patriotismo económico al nacionalismo económico pues ese es el discurso de la extrema derecha -producir francés y por franceses- o el del la CGT, que ha propuesto nacionalizar Danone". El ministro de Economía y Finanzas, Thierry Breton, quiso calmar los ánimos y se negó a comentar un rumor "porque eso sirve para modificar la cotización de la Bolsa. Y yo no hablo para alterar la cotización bursátil". Otro liberal, el ex-ministro Patrick Davedjian, un marginado que ahora paga su amistad con Nicolas Sarkozy, fue el más duro: "Es la familia Riboud y, en primer lugar, Frank Riboud [el presidente de Danone] quien no ha asumido sus responsabilidades al no crear un núcleo estable de accionistas. Ha dejado que el capital se diluyese". Y respecto a la propuesta de Villepin para que ese "reagrupamiento de fuerzas" sirviese para volver a la época de los núcleos duros de participaciones cruzadas entre todos los grandes bancos franceses, Davedjian, al margen de recordar que hoy esos bancos llevan tiempo privatizados, insiste en que el Estado "no tiene por vocación convertirse en el holding de todas las empresas galas susceptibles de una OPA hostil".

Queda dicho: el patriotismo se presta a la caricatura, máxime cuando detrás del fantasma de PepsiCo no había nada o, mejor dicho, sólo una simple y convencional maniobra especulativa para hacer aumentar de valor la acción Danone. Pero Villepin no habla en el vacío sino a oídos que saben de deslocalizaciones, que las han vivido en la propia piel. Y si sin duda se dirige también a los nostálgicos de la grandeur y del colbertismo del general De Gaulle; piensa aún más en quienes han comprendido que los defensores del liberalismo a ultranza no se lo aplican a sí mismos. Un banquero, Jean Peyrelevade, reconoce que las OPAs hostiles "pueden ser terriblemente destructivas", recuerda que las mayores sociedades francesas son entre cuatro o cinco veces más pequeñas que sus equivalentes estadounidenses - "hay que ser ingenuo para aceptar que nuestras estructuras capitalistas estén abiertas a todos"- y se declara favorable a una "preferencia comunitaria". De ahí que Villepin proponga que, en caso de OPA hostil, la empresa francesa "pueda aplicarse la legislación del país agresor" si ésta es más proteccionista. Esa idea de reciprocidad ya está esbozada en la directiva europea reguladora de las OPA.

Las medidas del ministro

En otros terrenos Villepin comprende que el patriotismo económico no necesita de líneas Maginot sino de libertad para competir. Eso le lleva a querer crear "fondos de pensión a la francesa" promoviendo la idea del "asalariado accionista", reducir la presión fiscal sobre las plusvalías conseguidas con la reventa de acciones, revisar el llamado "impuesto sobre las grandes fortunas" y promover medidas fiscales para atraer creadores e investigadores. Admitamos, pues, que la realidad que hay detrás de la fórmula patriotismo económico es compleja.

Y ya que hablamos de realidad no estará de más recordar que, sólo en lo que va de 2005, los grupos franceses han comprado empresas extranjeras por valor de 40.500 millones de dólares. Carrefour ha comprado en Turquía, EDF en Italia, BNP-Paribas en EE UU, Pernod Ricard acaba de hacerlo en Gran Bretaña como France Télécom, al adquirir Amena, lo ha hecho en España. En esos casos nadie ha tratado las empresas galas de "predadoras sin escrúpulos", fórmula que sí se empleó en cambio contra PepsiCo; pero el momento, el contexto político, explica una reacción que no se dio en 2003 cuando Pechiney pasó a manos del canadiense Alcan, ni en 2004 cuando SLF tuvo como nuevo propietario el español Colonial, ni en 2005 cuando los perfumes Marionnaud pasaron a ser chinos a través de Hutchinson, o los esquís Rossignol se han convertido en estadounidenses vía Quiksilver, o esa misma nacionalidad espera al grupo hotelero y de lujo Taittinger.

El problema es que la Francia de hoy es un país pesimista, dirigida por un presidente desacreditado, que sabe que lleva más de veinte años viviendo por encima de sus posibilidades, que no ha encontrado en la UE el soporte en el que apoyarse para recuperar influencia en el mundo y que, para más inri, acaba de perder en beneficio de Londres la posibilidad de organizar los Juegos Olímpicos de 2012, que casi se habían convertido en la única esperanza de relanzamiento de una Francia deprimida y que se agarraba, como a un clavo ardiendo, a poder vender por televisión a medio mundo las carreras de unos tipos en camiseta y pantalón corto.

Dominique de Villepin, primer ministro galo, en los jardínes del Elíseo.
Dominique de Villepin, primer ministro galo, en los jardínes del Elíseo.REUTERS

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