El verano más fresco
Las terrazas, con sus diferentes estilos, albergan zonas donde la música y el baile se combinan con el relax y la charla
Agosto hace más necesaria que nunca la existencia de las terrazas, de larga tradición en la historia de Madrid. A ellas se ha acudido históricamente a refrescarse con la clásica limonada al mediodía o cuando empieza a caer la tarde. De siempre se han llamado aguaduchos, y se hicieron famosos los que se alzaban a lo largo de la vereda del Manzanares, en torno a los lagos de la Casa de Campo y Retiro, en los numerosos parques y plazas que salpican la ciudad y en zonas semicampestres como la Dehesa de la Villa, la Arganzuela o la pradera de San Isidro.
De ese uso más familiar de antes se ha pasado hace unos años a considerar las terrazas como parte de lo más chic de la noche madrileña. Una nueva personalidad que empezó a fraguarse en los primeros años ochenta con las terrazas "de moda" que se erigieron en los bulevares del paseo de la Castellana, Juan Bravo y zonas adyacentes.
Se han convertido en lugares de encuentro con actuaciones de vanguardia
Veteranos o novatos, estos espacios al aire libre sorprenden con sus decoraciones
Herederas de esas terrazas mundanas, cosmopolitas y frívolas son las que en los últimos años han derivado en lugares de encuentro con la música de vanguardia electrónica y las últimas tendencias de la moda. Ananda, en Atocha; de inspiración hinduista, como la Ylang Ylang de la cuesta de las Perdices; la del parque de Atenas; Bávaro Beach, de la cuesta de Moyano, o Boulevard, de General Perón, se han convertido ya en clásicas y se han hecho imprescindibles en estos veranos recientes.
A éstas, con un aire más atrevido aún, se han añadido en 2005 propuestas como la terraza del Urban Hotel, en la carrera de San Jerónimo; Entrebarra's, bajo la silueta de la Torre Picasso; Noche y Día, en Chueca; la del restaurante Los Caprichos de Martina, junto al mercado de la Puerta de Toledo, y, sobre todas ellas, Bonamara, en la Ciudad de la Imagen, a la vera del complejo de multicines Kinépolis.
Para estas terrazas que están viviendo su primer verano, a las que hay que añadir Giangrossi, en Arturo Soria, o Baröc, en Concha Espina, entre otras muchas, las altas temperaturas de este año han ayudado a su difusión. El sofocante calor de julio, que hacía difícil recogerse en la cama a horas tempranas, ha consolidado a estas recién llegadas que, como Urban o Bonamara, parecen de toda la vida, pues sus nombres se pronuncian ya con naturalidad cuando en cualquier pandilla de amigos o compañeros de trabajo surge la pregunta de siempre tras una buena cena o a la salida de un cine o un concierto: "¿Y adónde vamos ahora?".
La cama balinesa, esa especie de gran reclinatorio jalonado de doseles, parece ser una de las cosas en común que suelen tener las nuevas terrazas. La música, de inspiración house en general, tiende al relajo, sin llegar a eso que desde hace unos años se llama chill out, ahora en decadencia. Podría decirse que las enseñanzas del chill out han dado un resultado híbrido de terraza donde el baile se combina con el relax, donde proliferan las zonas de mover el cuerpo con las de charlar entre amigos.
Bonamara (de la pronunciación valenciana de bona mare, buena madre) es el paradigma de eso: no tiene zona chill out como tal, pero donde se alza su área de descanso, se eliminan los altavoces, así el house queda lejano. Con capacidad para 1.500 personas, huele a sándalo, tiene tres barras circulares y una barra de estupendos cócteles tropicales.
Veteranas o novatas, las terrazas de Madrid tienden a epatar con sus decoraciones. Declina ahora un poco el rollito budista, sólo presente en sutiles detalles en las más nuevas. La ubicación, para algunas, es casi suficiente decoración. La terraza del Urban se lleva la palma en eso, ya que está situada en la azotea del edificio, con su pequeña piscina, y con las cúpulas y tejados de la Gran Vía y del paseo del Prado, además de las agujas y campanario de la iglesia de Los Jerónimos, de fondo. Viendo el hermoso y sugerente paisaje urbano nocturno que desde ahí se contempla, se ha convenido entre los más asiduos a imaginarse la línea del horizonte de Lisboa, Estambul, París o Beirut. Pero no les bastaba con eso y su decoración, con predominio del blanco, es exquisita.
En sus distintos estilos, las terrazas de Madrid siguen siendo el lugar de encuentro nocturno entre las diferentes culturas que lo habitan. En algunas, como las situadas en las proximidades del Cuartel del Conde Duque, El Ventorrillo en Las Vistillas o la cercana El Viajero, se puede también cenar.
Las hay también más cultas, como la del Círculo de Bellas Artes, en la misma acera de la calle de Alcalá, o la del Café Gijón. Bohemias, como La Buga del Lobo, en Argumosa, y todas sus vecinas de Lavapiés, o extremadamente pijas, como Embassy o ABC de Serrano, en la azotea del antiguo edificio de Prensa Española, donde durante casi un siglo se editó e imprimió el diario Abc.
Todas las terrazas de Madrid encierran un montón de historias y leyendas, y cada una de ellas resulta imprescindible si se ha de hacer un estudio sociológico, cultural y costumbrista del Madrid de los siglos XX y XXI. Su protagonismo en la noche madrileña es tal que no hablar de ellas en cualquier trabajo de esa índole sería una omisión imperdonable.
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