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Crónica:LA VENTANA DE GUERRERO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El hombre de la cruz

Jordi Soler

Esta imagen la hubiera envidiado Luis Buñuel, ese cineasta genial tan dado a vestirse de cura. Don Luis se ponía los hábitos para divertirse, pero también porque de tanto disfrazarse se había dado cuenta de que esa vestimenta hacía que la gente lo tratara con condescendencia, y además también sabía que, contra lo que dice el refrán: el hábito sí hace al monje, y al cura, y al fraile; es más, últimamente da la impresión de que la única diferencia sustancial entre un cura y un señor conservador de derechas es justamente el hábito. Por esta fotografía pasa el eje de Europa, no el eje franco-alemán, que está a la baja, sino el que va de la Iglesia al fútbol, que mueve verdaderas masas.

Por esta fotografía pasa el eje de Europa, no el eje franco-alemán, que está a la baja, sino el que va de la Iglesia al fútbol, que mueve verdaderas masas

Yo empezaría a desmontarla por abajo, por el calzado de los protagonistas: la niña que aparece en el extremo derecho lleva unos zapatos abiertos de los lados y cerrados de la punta que, sumados al elegante paso que está efectuando, nos invitan a pensar en la bailarina que ahí se estaba gestando. El hombre del hábito calza las sandalias del pescador y al chaval que le ayuda se le ve poco convencido, debe de ser el sobrino o el hijo que se ha visto obligado a cooperar con la empresa crística de su tío o padre, y que para manifestar su desapego, se ha puesto un par de botas ostentosas que son la antítesis de las sandalias. Lo mismo ha hecho el niño que está encaramado en la portería. Otra posibilidad es que los niños estuvieran jugando al fútbol cuando apareció el hombre de la cruz y entonces tuvieran que ayudarle para que cruzara rápido el campo y no entrara en conflicto el eje de Europa.

Es en la parte media de la fotografía donde empieza a notarse cierta metafísica; si barremos la imagen ahora de izquierda a derecha, encontraremos que el niño subido en la portería, que probablemente jugaba de portero cuando sobrevino la aparición, mira con intensidad al cielo, quizá buscando explicaciones, o también, dejando de lado la metafísica y entrando en la simple física, puede ser que lo que mire sea una planta superior del edificio donde está su madre, que, alarmada por el hombre de la cruz, le grita que suba inmediatamente a cenar. El sobrino o hijo cooperante carga su parte de cruz con extrema ligereza, no parece que el material del que está construida pese mucho; en cambio, al hombre del hábito se le ve encorvado y doliente, como si no pudiera con el peso excesivo de su sacrificio. La niña de la extrema derecha mira algo más allá de la portería, es probable que detrás vengan más hombres dolientes cargando su cruz, o una fiera, un perro furibundo que ha hecho que el niño se suba a la portería y que la niña mire con aprensión sus fauces, ya cercanas, que en un abrir y cerrar de ojos pueden ir a parar al pantalón del niño o al faldón del padre o tío. Sobre el mástil de la cruz, a unos cuantos centímetros del travesaño, puede verse la cabecita, lejana y enigmática, de otra niña. En la parte superior es donde la imagen adquiere todo su vértigo político: del balcón central cuelga una alfombra turca que ve de lejos lo que acontece en el eje de Europa. Yo preferiría regresar a la idea de que Luis Buñuel hubiera envidiado esta imagen y, a partir de ésta, asumir con entereza lo primero que pensé cuando vi por primera vez esta fotografía: pensé que don Luis se hubiera sentido muy atraído por la graduación que en esta foto había experimentado su disfraz, porque no es lo mismo disfrazarse de cura que andar de cura doliente cargando una cruz, y pensé que tanta lógica buñuelesca no podía tener más autoría que la de él mismo, y que ese hombre del hábito es el Buñuel auténtico, una tarde de octubre en Santa Coloma de Gramenet.

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