Encerrado con la Santísima Trinidad
Les comunico que voy a pasarme el mes encerrado con la Santísima Trinidad y encima tengo que contarlo con todo detalle. Los jefes veraniegos del periódico han decidido nombrarme corresponsal de agosto delante de esas tres pantallas distintas que ha inventado el siglo XX y que constituyen el Dios único y verdadero del milenio. Enclaustrado con las pantallas del padre cine, del hijo televisivo y de esa nueva versión del Espíritu Santo que es Internet.
Yo había creído que siempre me había portado bien con este periódico en particular y con PRISA en general, pero es una misión envenenada. No se puede salir vivo de un encierro casero de 31 días, tipo isla de reality show, con las tres pantallas planas que me recluyen en casa. Sobre todo en pleno verano, a mi edad y cuando había decidido pasar agosto jugando con Sami, mi nieto de dos años, en un jardín atlántico rodeado de las vacas frisonas de mi vecino Ricardo. Estoy resignado a jubilarme o a prejubilarme, pero éste es el método más fulminante para quitarme de la circulación. El famoso método Mr. Chance, aquel jardinero encarnado por Peter Sellers, ahora conmemorado en las tres pantallas, que sólo veía el mundo exterior a través de la pantalla catódica. Aunque esta vez, además de zapear por las analógicas y digitales, me permitan zascandilear con la pantalla grande del cine en DVD y con las micropantallas del ADSL. Seguramente pensaron lo mismo que Tom Wolfe, el padre de aquel viejo Nuevo Periodismo: "Cuando no sepas qué hacer con el último mono de la redacción, encárgale la crítica de las pantallas". Además, esto no puede ser bueno para la salud.
Las únicas vacaciones deseables son las llamadas vacaciones sin red, que ya figuran en algunos paquetes turísticos
Acabo de recibir las últimas revistas europeas que me conectan con el exterior en plan antiguo, vía Gutenberg (Le Nouvel Observateur y L'Expresso), y en las dos recomiendan un tipo de vacaciones que es el opuesto al que me han castigado. Y concluyen las dos revistas latinas que las únicas vacaciones deseables son las llamadas vacaciones sin red, que ya figuran en algunos paquetes turísticos de la Red. O sea, apagar la tele, desconectar el móvil e interrumpir la conexión en sesión continua del ADSL para cortar con el messenger, el correo electrónico, los blogs, los confidenciales digitales, el zapeo por las webs y demás interactividades a las que estamos enganchados.
Si no entiendo mal, estas emergentes vacaciones sin red tienen por objetivo único "desglobalizarnos", digámoslo así, durante un mes al cabo de esa intensa y estresante vida en red que llevamos durante el curso. Las vacaciones ya no sólo consisten, como hasta ahora, en cambiar de ciudad, descansar del trabajo, colgar la vida cotidiana como antaño colgábamos bruscamente un teléfono con cables y otras fugas sin red por el mismo estilo. Ahora, además, hay que desglobalizarse, desincronizarse, desenchufarse de todas las redes en las que estamos atrapados durante el curso. No se trata de atacar la globalización durante un mes, en plan altermundialistas radicales delante de una reunión blindada del G-8, sino de utilizar este mismo agosto para desintoxicarnos de los muchos virus que la globalización realmente existente cuela en nuestro cerebro.
Estas nuevas vacaciones sin red son el último invento dietético de moda y, por lo visto, vaya por Dios, el más cool. Hay que ponerse a dieta de globalización porque luego estaremos condenados todo el año a engordar física y mentalmente con las grasas, proteínas y colesteroles derivados de la estresante vida en red.
Levanto la vista del ordenador en el que suenan los pitidos del spam y el zumbido de los e-mails no deseados mientras el messenger me comunica que "todos tus contactos usan el móvil o no están conectados". Le echo un vistazo oblicuo a la también pantalla plana de la tele y compruebo que está más plana que nunca. Las generalistas andan de rebajas agosteñas y las temáticas del satélite sólo trabajan el best-off y otros reestrenos. Miro por la ventana del jardín, la única pantalla que me conecta al exterior, esta vez en 3-D, y veo a Sami jugando en la piscina de goma con el Lucho amarillo de los Lunnis y otros bichos virtuales de la factoría Disney/Pixar sin hacerles puto caso a las vacas reales de Ricardo. Es primero de agosto, hace mucho calor a orillas del Atlántico, quedan 30 días de vacaciones con red y me persigno. En el nombre del Padre celuloide, del Hijo catódico y del Espíritu Santo de Internet. Amén.
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