Laboratorio Everest
El Instituto de Biomecánica de Valencia pone a prueba prendas deportivas en una expedición de la Universidad Politécnica
Uno de los grandes riesgos del alpinismo de alto nivel es la congelación. La exposición al frío hace que el organismo responda con una vasoconstricción periférica, un retraimiento de la circulación en manos y pies que puede acabar con la interrupción de la circulación en vasos sanguíneos, edemas e incluso necrosis. Muchos de los alpinistas de élite conocen bien este proceso. Como Edurne Pasabán, la alpinista guipuzcoana que la semana pasada ascendió su octavo ochomil -convirtiéndose en la única mujer viva que lo ha conseguido antes de que la austriaca Gerlinde Kalterbrunner la igualara días más tarde- después de que en la expedición anterior sufriera la amputación de dos falanges del pie.
Con la vista puesta en estas situaciones, el Instituto de Biomecánica de Valencia (IBV) de la Universidad Politécnica aprovechó la expedición Everest 2005 organizada recientemente por la propia universidad para analizar sobre el terreno la influencia que tienen el calzado y las prendas deportivas en la respuesta del cuerpo humano ante la actividad física en condiciones climáticas extremas. El IBV se enfrentaba a la falta de referencias en estudios que analizaran el confort térmico en altitud y frío extremo mediante metodologías objetivas. Es relativamente frecuente el análisis subjetivo, a través de las sensaciones de los deportistas después de usar determinado tipo de tejidos o equipos, pero no un estudio con sensores que detecten al detalle las condiciones de humedad y temperatura en distintos lugares del cuerpo. Tampoco había una metodología capaz de recabar de forma sistematizada la respuesta térmica de productos en condiciones de uso real. De ahí la oportunidad que se le abrió al IBV al contar con los expedicionarios de la Universidad Politécnica, algunos de ellos miembros del instituto, para aplicar estos procesos llevando el laboratorio al propio Everest.
Los alpinistas se aplicaron sensores para medir tanto la temperatura superficial en el pecho, bíceps y muslo, así como pequeñas cápsulas para recabar la temperatura y humedad relativa situados en la axila. Con este equipo, se recogieron 81 mediciones de temperatura, ritmo cardíaco y humedad que han servido para determinar el ciclo de vida de las prendas, es decir, el nivel de desgaste de las propiedades que tienen para asegurar la temperatura corporal y su confort mientras dura la actividad física.
En la expedición se analizaron productos de las empresas Bestard y Fal Chiruca -botas de montaña- y Lorpen -calcetines-, unas firmas que pusieron a prueba en un campo de pruebas ideal, como es la ascensión a la montaña más alta del mundo, sus últimos desarrollos en prendas deportivas en condiciones ambientales extremas y ante niveles de exigencia que son imposibles de reproducir en laboratorio. Y es que éste es uno de los principales problemas a los que se enfrentan las empresas durante el desarrollo de nuevas prendas deportivas, que basan sus estudios en bancos de pruebas y, en el mejor de los casos, en las impresiones de escaladores expertos.
De ahí la importancia de la metodología desarrollada por el IBV, como apuntaron ayer los responsables de la investigación, entre los que se encontraba David Rosa, miembro de la expedición y responsable de investigación y desarrollo del IBV, que señaló la posibilidad de aplicarse a otros productos y facilitar así el tránsito de los desarrollos punteros en tejido deportivo a productos del día a día. Y es que el deporte, además de útil para la salud, es cada vez más un puente entre la tecnología y la vida diaria que, según estimaciones expuestas por técnicos del IBV, reduce el periodo de la asimilación de los desarrollos en ámbitos como el aeroespacial o militar a productos cotidianos de 30 a 10 años.
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