El aprendiz y el maestro
En la cuarta jornada del 40º Festival de Jazz de San Sebastián, la plaza de la Trinidad estaba abarrotada como pocas veces. Más de 3.000 personas se agolparon en el reducido recinto. Joe Cocker era el reclamo de la velada y triunfó por todo lo alto, como está mandado, pero la sorpresa de la noche no salió de su profunda garganta, sino de la mucho menos baqueteada del joven telonero que le precedió: Amos Lee.
Ya no es una sorpresa ver cómo el viejo maestro arrasa con sus incendiarias versiones de viejos temas soul y su cavernosa reinterpretación del rhythm and blues más contagioso. La sorpresa fue comprobar cómo el aprendiz se había estudiado la lección y con los mínimos elementos puso en movimiento a toda la plaza. Amos Lee ha sido una de las pocas novedades discográficas del año y verle en directo no sólo confirmó la magnífica impresión de su primer disco, sino que predice un futuro más que interesante.
La propuesta de Lee se balancea entre el country contemporáneo, el soul blanco y ciertos toques de pop muy bien entendidos y dosificados. Una voz acariciante y cercana que puede moverse entre el susurro y el lamento y un puñado de temas con enjundia que huyen del estribillo machacón para explicar historias que de tan habituales se convierten en excepcionales. Una pequeña maravilla que levantó los ánimos del personal que, sin duda, poco o nada sabía de él y estaba allí para oír al gran Cocker. Amos Lee, con una especie de timidez muy bien estudiada, se metió al público en el bolsillo. Al final, la gente se arremolinaba a su lado para pedirle autógrafos y fotografiarse con él. El aprendiz está a punto de dejar de serlo.
El maestro, en cambio, demostró que ya tiene el camino andado, y muy bien andado, y que sigue en su pedestal, del que no han podido bajarle ni las modas ni el paso del tiempo. Su evolución consiste en ser cada día más Joe Cocker. Para dejarlo claro, apareció sobre la tarima impecablemente vestido de negro y al ritmo volcánico de Chain of fools que el público ya coreó a gritos. Justo lo que podía esperarse. La banda sonaba potente, los coros le secundaban a las mil maravillas.
Todo estaba ganado, pero el viejo zorro no es de los que se duermen sobre el escenario y fue encadenando un puñado de locuras rítmicas que encontraron su punto más álgido en la inevitable pero todavía sobrecogedora Unchain my heart. Joe Cocker, recordando a Marvin Gaye y a Nina Simone, consiguió que temblara la plaza y con ella toda la Parte Vieja. En las inmediaciones de la Trini, la gente había salido de los bares para oír, copa en mano, las canciones del británico que se transmitían como un eco diabólico entre las callejuelas.
Por la tarde, el certamen dedicó un homenaje a la memoria de Charlie Parker. En un año en el que a todo el mundo le ha dado por homenajear a Charlie Parker, la elección no pudo ser más atinada: Phil Woods. Si la reencarnación existe, pocos dudarán de que Woods, a pesar de su pálido semblante, es la viva reencarnación de Bird y para demostrarlo una vez más el saxofonista anda empeñado en reivindicar la parte más azucarada de su mentor: las sesiones con cuerdas.
Sabido es que a todo jazzman le encantan las cuerdas y que durante mucho tiempo grabar con una orquesta fue una de las cimas de la profesión. Cuando Parker lo consiguió, dejó para la historia una obra maestra: Bird with strings. Ahora Woods ha retomado aquellos arreglos actualizándolos mínimamente y ha añadido alguno de su cosecha en una línea muy similar. La puesta en escena es impecable y sólo se echa en falta algo de fuerza e inventiva en sus intervenciones con el saxo alto. La joven orquesta local Et Incarnatus contagió entusiasmo y el saxofonista Gorka Benítez, en funciones de flautista, destacó con su ímpetu habitual.
Babelia
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