_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Competitividad

En estas fechas, con gran parte del país en vacaciones, resulta agobiante pensar en problemas económicos. Para el madrileño que permanece en la ciudad, maltratado por los tórridos calores, poco le va a refrescar el tema, pero mejor es considerarlo con fatalismo ecuatorial ingiriendo líquidos fríos y abanicándose con el periódico, no importa de qué fecha. Da incluso fatiga la palabra tan larga, seis sílabas, que parece ideal para ser pronunciada por un tartamudo: competitividad. Competitividad, tienes nombre de quimera, esfinge, leviatán, hipogrifo violento. En estas jornadas se traba un agonioso torneo entre el termómetro y la fantasía socio-política, mal momento que nos coge desprevenidos.

Por penoso que sea, no debemos bajar la guardia, ya que muchas de las disposiciones que nos van a amargar el otoño se toman, precisamente, en fechas donde casi todos, menos el Boletín Oficial, han relajado sus defensas. Se trata de establecer planes y normas que aviven algo el rendimiento de los trabajadores en esta tierra. Resuelve poco que los nativos esquivemos las tareas más pesadas e ingratas porque el listón inferior ha subido y empuja en los niveles más altos. Las viejas subdivisiones entre peones, jornaleros y todo personal sin cualificar, no les confina en un irredento territorio social, donde contemplarles desde alturas manumitidas.

Reflexionemos: si trabajador es el que trabaja, aquí se ejercita más bien con desgana. Buscando la ascendencia, digamos revolucionaria, proletario, vocablo caído en desuso, es el que vive de su trabajo, aunque la acepción original, en la antigua Roma, se refería a los hombres pobres, que sólo con su prole podían servir al Estado. Hoy podríamos asegurar que la cuna no condiciona irremediablemente pues, con las excepciones que se quieran y por amplias que sean, es un hecho la igualdad de oportunidades. Todo nacido en esta tierra y, poco a poco, los venidos a ella, disfrutan del acceso a la sanidad y a la enseñanza. Otra cosa es el beneficio que de ello se saque y la idoneidad y provecho con que se imparta y se difunda. Somos, o estamos en camino de figurar entre los países ricos del mundo en que vivimos y eso se percibe en los proclamados beneficios de las grandes empresas, algo que encuentra reflejo, también, en las pequeñas y en los individuos.

Pues no es exactamente así y de ello se quejan las instancias directivas, que estiman insuficiente el grado de competitividad del mundo laboral, amenazado por la competencia de países mucho más laboriosos. Los chinos anegan el mundo occidental con pantalones vaqueros a precios imbatibles. Los mayores recordamos la voz de alarma ante el "peligro amarillo", cuando en las esquinas de Madrid se veían a unos sujetos escuchimizados, con una bandeja colgada del cuello y vendiendo "colares a peleta", collares a peseta. Una bien ingenua invasión que se esfumó al estallar la Guerra Civil. Hoy no vemos en nuestras calles desarrapados orientales, sino turistas japoneses dispuestos a fotografiar todo lo que se esté quieto y a aprender a bailar sevillanas. Los otros, los afanosos y sojuzgados chinos, deben estar todo el día cosiendo pantalones.

Un exótico ejemplo para que, con precaución, se lance a la palestra el concepto de la competitividad, y relacionarlo con esa metódica, mecánica y apabullante producción de prendas de vestir. Hablar -aunque sea con rodeos- de la indolencia de los españoles para justificar desniveles en la balanza comercial, no es decoroso. Llevamos varios años con la tiranía del euro y su estático valor, que ha eliminado la idea de ir bien, regular o mal con otras monedas y economías, parejas y cercanas. Ahora sólo se confronta con el dólar, por lo que vivimos amarrados a sus fluctuaciones, aunque no nos conciernan ni de lejos.

Quienes vivimos en Madrid nos enteramos de que el metro cuadrado edificado es el más alto de España, con San Sebastián y alguna otra ciudad. La verdad, esa privilegiada posición no hace felices sino a los que poseen el terreno, sean ayuntamientos o particulares. Con la competitividad, para acabar de liarnos, se le añade la globalización, que debería ser cosa buena y parece no convenir a casi nadie. Una especie de "café para todos", que excluye la mayoría de las otras cosas. ¡Ah! Y la hipoteca, que parece ser el segundo apellido de la mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, vamos bien. "Eppur si muove!".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_