La amalgama como recurso
No es frecuente disponerse al temible reposo de agosto pensando que nada de lo que sucede quedará como está ahora cuando llegue septiembre, en una especie de temor impreciso y deslocalizado ajeno en todo al colapso veraniego
Tonterías
Allá que van: "España está en manos de quienes no quieren ser españoles, y tiene oficialmente un presidente al que le han reservado tres tareas: obedecer sin rechistar, procurar que las cosas se hagan con disimulo para evitar el escándalo, y aplicar al desmantelamiento del Estado español un maquillaje de izquierdas para que parezca progresista". Menos mal que Mariano Rajoy mantiene la guardia bajo los luceros para evitar que tales atrocidades se consumen. Pero se ve que el afán de disimulo del presidente Rodríguez Zapatero no es todo lo discreto que debería para conseguir tan taimados objetivos, ya que hasta el mismo Rajoy se ha manifestado en la calle y en más de una ocasión contra medidas del Gobierno que nadie se tomó la molestia de ocultar, antes al contrario, ya tengan que ver con el agua bendita o con la negativa de los clérigos a bendecir matrimonios entre personas del mismo sexo.
Pasar factura
Es un misterio la propensión del comentarista televisivo especializado en deportes a arruinar la transmisión mediante un alud de comentarios prescindibles que más bien molestan que otra cosa. No es caso de cebarse en algunos que se permiten dar consejos a los futbolistas sobre su mejor ubicación en el campo, como si no tuvieran otra cosa que hacer que escucharles en los momentos decisivos, y eso cuando no producen la impresión de comentar imágenes para espectadores con pérdida severa de visión. El seguimiento de las etapas más emotivas del Tour de Francia es otra cosa, sobre todo porque son de larga duración. ¿La monotonía? El comentarista avezado la resolverá aludiendo una y otra vez al hecho incontestable de que cualquier esfuerzo pasa factura. Así que hasta más de ochenta veces en una sola etapa se ha repetido sobre cualquier ciclista animoso la cuestión de la factura del esfuerzo en forma de fatiga. Más monótono, imposible.
Retirarse a tiempo
A una media de doscientos muertos por semana desde la liberación de Irak por las tropas occidentales, ésta es la hora en que no se sabe si tan desdichado territorio será finalmente pacificado del todo una vez que hayan saltado por los aires la mitad más uno de sus ciudadanos adultos, con la torna de unos cuantos miles de niños destripados antes de estar en condiciones de comprender de qué diablos va ese asunto. De paso, el envenenamiento progresivo del conflicto alimenta sin cesar a los profetas del desastre resueltos a inmolarse en cualquiera de los lugares de este mundo antes que someterse al azar de una muerte sobrevenida. Así las cosas, es la hora de planear una retirada a tiempo, antes de seguir contribuyendo a la reproducción de una dinámica cuyo efecto multiplicador habrá de resultar pandémico y fatal para todos.
La sociedad drogada
Es probable que las sociedades industriales avanzadas no pudieran funcionar de ningún modo sin el concurso de esa ingesta diaria de estimulantes diurnos y tranquilizantes nocturnos que caracteriza los hábitos adquiridos por tantos millones de personas. Desde el humilde carajillo del paleta para empezar con ánimo la jornada de trabajo hasta la línea de coca de media mañana del ejecutivo agresivo, sin contar el par de whiskies de media tarde, aquí el que no se droga a diario es porque padece una severa insuficiencia de la conducta. Conocí a un tipo que empezó con la coca para aguantar su trabajo en un bar de copas y terminó por ponerse ciego sólo para estar en condiciones de echar una manita de dominó. En esas condiciones, tratar de reducir los daños que todo ello ocasiona sólo es posible cuando alguien demanda ayuda, es decir, cuando ya es tarde y hay que reconstruirlo.
Música alucinante
Parece que se ha descubierto una curiosa perturbación cerebral que lleva a sus frecuentadores a una alucinación mental según la cual no cesan de escuchar músicas interiores que formarían parte, incluso remota en ocasiones, de su educación sentimental. El fenómeno parece vinculado con la pérdida de la audición más o menos completa, aunque ese extremo todavía no está comprobado del todo. Por si acaso, habrá que tener cuidadito con las músicas que uno prefiere escuchar deliberadamente, no vaya a ser que al córtex auditivo primario le dé por lastimarte día tras día con la integral de las cancioncillas de Sabina, la matraca de los sones de La Flaca o, lo que vendría a ser peor, la reiteración exasperada del cuarto movimiento de la Novena de Beethoven. Se ignora todavía si esa clase de alucinaciones auditivas podrían afectar a la rememoración audible de cierto tipo de conversaciones olvidadas, porque, entonces, mejor recurrir a una sana lobotomía.
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