_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La ciudad no es para mí

Elvira Lindo

A LAS NUEVE de la mañana, los días laborables, tres ecuatorianos se desnudan en mi pequeño jardín madrileño. Tres ecuatorianos consideran que arrimados a la ventana de mi cocina están a salvo de que les vean los vecinos de al lado. Mi ventana está a ras de suelo, así que yo no les veo la cara a los tres ecuatorianos, sólo les veo de cintura para abajo, y ellos no me ven a mí, con lo cual, los tres ecuatorianos, inocentes, se colocan sus partes, como hacen los hombres españoles una media de veinte veces al día, o se arreglan ese borde del calzoncillo que se les ha ido resbalando hacia la consabida raja. Los tres ecuatorianos no han caído en la cuenta de que, mientras sus tres culos se apoyan en mi ventana para calzarse el pantalón de faena, yo estoy desayunando, así que la primera visión del día son esos tres culos ecuatorianos. Pensé en darles un toque con los nudillos en el cristal, porque sometida un día tras otro a un fullmonty ecuatoriano he acabado soñando con ello, a qué negarlo. Es la cuadrilla de Evelio, ese constructor al que juré no volver a llamar en mi (puta) vida pero al que he acabado llamando, porque cuando una (concretamente) vuelve del extranjero, lo que te pide el cuerpo es derrumbar algunos tabiques, para eso estás en tu casa, qué coño. Y esas pequeñas obras domésticas, que reducen tu nivel de agresividad y te suben el estrógeno, sólo se las puedes pedir a un tío sin escrúpulos como Evelio, que te hace lo que tú le digas sin todo ese rollo de pedirle permiso a Gallardón. Aparte de que, por lo que llevo visto de las calles de Madrid estos días, Gallardón y yo haríamos una gran pareja. Si hay algo que le pone a Gallardón es tirar una calle. A Gallardón y a mí este tema nos excita. Yo (humildemente) hago lo que puedo dentro de mi propio domicilio. De Gallardón echa pestes el pueblo de Madrid, de mí las pestes las echa mi santo. Pero esas críticas a nosotros no nos achican, porque nosotros trabajamos para el futuro, aunque jodamos el presente de nuestros seres más queridos. Ésos somos nosotros. Lo único que me gustaría, la verdad, es tener el casco ese que le ponen los obreros a veces a Gallardón y que pone "Gallardón" para que se sepa que es Gallardón. Gallardón, por cierto, está mejor con casco, porque le saca algo de ese Gallardón salvaje que, sin duda, lleva dentro. Decía que pensé darle un toque a mis ecuatorianos para que no se me desnudaran a mi vista (porque soy mocita y pierdo), pero como soy de esas mujeres retorcidas que siempre van dos pasos más allá, pensé que si les daba un toque, ellos, por regla natural, se darían la vuelta, quedando a mi vista la parte inferior frontal de dichos ecuatorianos, y eso me turbaría, porque yo, aunque nadie lo diría, soy una gran tímida, como Paz Vega. Mis tres ecuatorianos también se echan la siesta en mi jardín, sentados en el suelo, apoyando sus tres espaldas contra mi ventana. Mi santo y yo, que a esas horas estamos comiendo, nos quedamos en una semipenumbra que mi santo ha calificado de grotesca. Podríamos dar la luz, pero hace mucho calor. Mi santo dice: "Míralos, cómo duermen los jodíos". Lo dice como con rabia, pero no porque sean ecuatorianos, sino porque son operarios, y a mi santo, como a casi todos los hombres heterosexuales con los que he convivido, no le gustan los operarios, debe ser una característica que va con el gen hetero. Con esto no quiero que se entienda que estoy sacando del armario a Gallardón, muy al contrario: Gallardón es de ese grupo (mínimo) de heterosexuales a los que les gustan las obras, lo cual aumenta su sex-appeal, porque se convierte en un hombre con un misterio genético. Una portada de Zero de Gallardón con el torso desnudo y casco: Gallardón de obras en Chueca. Comemos, ya digo, con las espaldas ecuatorianas dejándonos en penumbra. Ponemos la radio, como los matrimonios antiguos, porque mi santo no quiso poner televisión en el comedor, dijo que con la tele perdíamos comunicación, y para mí que se ha arrepentido porque se ve en la tesitura de hablar conmigo. Y al hombre le cuesta. Pone la radio. A oscuras y con la radio, parecemos un matrimonio de invidentes o un matrimonio escuchando la Pirenaica. Qué raro estar en España comiendo a oscuras, buscando la comida a tientas y oyendo tertulias. En una tertulia ayer se debatía a gritos si cada comunidad autónoma podía decidir por su cuenta si se autorizaban o no las barbacoas; en otra se debatía casi a hostias si al cardiólogo Valentín Fuster había que llamarlo catalán universal o español universal; en otra, un cretino del gremio ponía a parir a mi querido Lázaro Carreter, que en paz descanse, porque afeaba la forma de hablar de los periodistas, el tertuliano cretino gritaba: "Ya ves tú, Lázaro, guionista de La ciudad no es para mí"... Gracias a Ecuador, a Evelio, y a la incomunicación matrimonial, a la radio, nos estamos haciendo, en la penumbra, un curso intensivo de puesta al día sobre este país inexplicable que es España. Los extranjeros nos ven francos, simpáticos, amistosos. ¿Qué ocurre entonces para que se les escape que además estamos llenos de mala baba? El español es ese tío que no quiere ser español pero que se siente feliz cuando le dices que echas de menos España. Se siente aún más feliz si echas pestes de América. El español es ese tío que te mira como si le dieras pena, como mira la madre española al hijo que vuelve después de una juerga: "Mucho mucho Nueva York, pero como en casa de uno en ninguna parte, que pareces tonto, hijo mío". En tiempos, algunas madres españolas, para rubricar esta afirmación, te daban una colleja.

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, visita unas obras municipales.
El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, visita unas obras municipales.ULY MARTÍN

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_