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Columna
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Millás

Una columna periodística es un ejercicio de análisis e inventiva que al igual que un composición musical exige tener en cuenta no sólo la melodía, sino el contrapunto y el ritmo. Algunas columnas se pueden destejer lentamente como ovillos de lana frente a un ventanal de invierno y uno se demora en ellas como en un refugio cálido en medio del territorio descalabrado de las noticias; otras columnas, por el contrario, se leen de prisa con la urgencia instantánea del primer café del día. Hay articulistas filósofos que trabajan con el material inflamable de las ideas; otros son poetas y sus columnas nos dejan el mismo sabor melancólico de un licor que aún no hemos probado. Algunos se centran, sobre todo, en la mirada, igual que los fotógrafos que recorren la calle y suben con placer a los autobuses y a los ascensores de los edificios saboreando los fugaces vistazos que echan a las vidas ajenas; otros, sin embargo, prefieren observar el terreno desde el aire y a veces su vuelo rasante llega a rozar la cabeza de un ministro, deshaciéndole el tupé. Muchos periodistas de combate ejercen todos los días de francotiradores para denunciar vicios públicos y abatir a políticos corruptos; también los hay que convierten su columna semanal en un púlpito desde el que imparten doctrina a tirios y troyanos, con tan aparente imparcialidad que uno ya no sabe a ciencia cierta desde qué trinchera están disparando. Pero hay un tipo de columnismo intuitivo que tiene que ver con el olfato y está destinado a dar en el blanco con una puntería e inevitabilidad incomparables.

Las columnas de Juanjo Millás son como esas certezas embrionarias que se manifiestan en el entresueño y cuyo analísis consciente exige que nos desvelemos por completo. En ocasiones nos dejan desconcertados y otras nos hace sonreír porque están tensadas con el acero puro de la ironía, que es el fundamento de su inteligencia. Él mismo ha definido sus artículos como un salto mortal: "Muchas veces me rompo la crisma, pero los lectores aprecian más una columna fracasada en la que has corrido riesgos que una correcta y escrita sin arriesgar". Tiene razón.

La Asociación de Periodistas Europeos acaba de concederle el premio Francisco Cerecedo precisamente por esa audacia. Es el reconocimiento de una profesión que tuvo su piedra de toque un 13 de enero de 1898 durante el affaire Dreyfus cuando Émile Zola publicó su memorable acusación contra el poder en el periódico L'Aurore.

Hay quien piensa que el periodismo y la literatura son cosas distintas, invocando la firme frontera que separa la ficción de la realidad, no se dan cuenta que lo que nunca olvidaremos de los periódicos es precisamente lo que tienen de literatura. Es cierto que los personajes literarios no necesitan figurar en el registro civil como los protagonistas de una noticia, pero la historia del periodismo también está llena de mentiras que a veces duran cuarenta años.

A Millás yo siempre me lo imagino en su estudio con la luz encendida a altas horas de la madrugada, escribiendo insomne con el pliegue del labio inferior a lo Humphrey Bogart y su mismo tic en la mano que, de cuando en cuando, se toca el lóbulo de la oreja, como para acompañar la reflexión.

Un famoso empresario de la comunicación decía cínicamente que un periódico no es más que un anuncio rodeado de noticias. Pero para nosotros, lectores, una columna como las que a veces escribe Millás, puede llegar a justificar una tirada. Enhorabuena.

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