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La cultura del 'no'

Se impone cada vez más la cultura del no. No sólo en nuestro país, aunque aquí se da tal vez incluso con mayor énfasis que en algunas de las naciones de nuestro entorno más inmediato. Lo cierto es que el mero anuncio de casi todas las iniciativas y propuestas de las administraciones públicas tiene asegurado ya de antemano el inmediato rechazo social, en muchas ocasiones con todo tipo de manifestaciones y protestas. Tanto da que se trate de la construcción de nuevas infraestructuras de comunicaciones, sea cual sea la envergadura de éstas, como de la instalación de nuevos servicios públicos o de cualquier otra medida adoptada para intentar resolver algún problema social concreto, es evidente que el simple anuncio de cualquier iniciativa por parte de alguna administración pública obtiene de entrada la negativa más contundente como respuesta.

Habituados ya a vivir en una sociedad rica e incluso relativamente opulenta, y por tanto cada vez más acostumbrados a gozar de todo tipo de comodidades materiales sin que tengamos conciencia clara de su auténtico coste económico, social y medioambiental, de repente tropezamos con una realidad con la que al parecer no contábamos, o con la que al menos no queremos contar. Una realidad que en muchas ocasiones es muy dura, ya que nos enfrenta con crudeza con los costes que cada uno de nosotros debemos pagar a cambio de la comodidad y la opulencia de que disfrutamos tanto individual como colectivamente.

Es evidente que debemos desarrollarnos de un modo realmente sostenible, pero esta necesaria sostenibilidad debe ser también sostenible en un contexto de comodidad como el que hemos alcanzado. ¿Alguien puede creer de verdad que podemos vivir en una sociedad en la que se utiliza cada vez más mayoritariamente tanto la calefacción como el aire acondicionado, por no hablar también de otras instalaciones y de todo tipo de aparatos eléctricos, sin que al mismo tiempo sea absolutamente imprescindible ampliar los sistemas de producción y distribución de energía eléctrica? Pues no, y a pesar de algo tan evidente como esto, son numerosas las voces que se alzan ante cualquier nueva iniciativa orientada a dotarnos de mayores y más eficientes sistemas de producción y distribución de la energía eléctrica. Más aún, también son numerosas las voces contrarias a las instalaciones dedicadas a la producción de otras energías, incluso la solar o la eólica, que sus opositores consideran que también atentan contra el medio ambiente.

Otro tanto sucede, por ejemplo, respecto a la instalación de las antenas de telefonía móvil, lo cual no es óbice para que aquellos que se oponen a estas instalaciones utilicen constantemente sus propios teléfonos móviles y se quejen con frecuencia por los posibles fallos de cobertura territorial. Ocurre asimismo algo muy similar con la construcción de nuevas redes de comunicación terrestre, ya sean éstas ferroviarias o de carreteras, aunque todos exigimos poder trasladarnos con rapidez y sin problemas, así como con las instalaciones de determinados servicios públicos, por ejemplo las cárceles, pero también las denominadas narcosalas, por no hablar ya de las plantas de tratamiento de todo tipo de residuos.

A nadie se le ocurre que podamos prescindir por completo de las prisiones sin que aumente espectacularmente la inseguridad ciudadana, a nadie se le pasa siquiera por la cabeza que una sociedad tan opulenta como la nuestra, que a diario produce tantas toneladas de residuos, pueda subsistir sin un tratamiento racional de éstos, y tampoco cree nadie que se pueda luchar razonablemente contra la droga si no se facilitan tratamientos alternativos a sus víctimas, pero casi nadie admite su lógica cuota de responsabilidad social en la solución de estos u otros problemas colectivos, con los lógicos inconvenientes que se derivan de ello.

"Sí, pero no en mi propio entorno". Esta parece ser una nueva modalidad de la cultura del no. Se trata del reconocimiento de algo tan evidente como la absoluta necesidad de determinadas iniciativas de nuestras administraciones públicas, pero sin llegar a asumir de verdad todas las consecuencias de la propia contribución individual o colectiva que, como inevita-

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La cultura del no, así como esta nueva forma aparentemente más pudorosa que adopta bajo la excusa del "sí, pero no en mi propio entorno", no es más que un nuevo paradigma de una sociedad que está en crisis, sin tener unos valores ni unos referentes morales sólidos, una sociedad basada demasiado a menudo en el individualismo más insolidario y egoísta de una ciudadanía que exige el pleno y permanente ejercicio de todos sus derechos pero que no acepta que el ejercicio de cualquier derecho implica también, en lógica correspondencia, la plena asunción de unos deberes. Si a ello le añadimos la demagogia populista de algunos dirigentes políticos, sociales y vecinales, la cultura del no parece tener, por desgracia, su futuro plenamente asegurado.

Jordi García-Soler es periodista.

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