Casas que matan
"De pronto, los pesados muros se desplazaron hacia delante y en medio de un estrépito infernal toda aquella masa informe, con un rumor semejante al de mil cataratas, se sumergió de golpe en el profundo y cenagoso lago...", escribió Edgar Allan Poe en su cuento El hundimiento de la casa Usher, quizá el más legendario de los hogares encantados. "Las casas no matan; matan las personas", afirma el protagonista de La morada del miedo, estimable filme de terror dirigido por el joven Andrew Douglas cuyo único (y decisivo) defecto es que ya estaba hecho. Y nada menos que ocho veces desde que Stuart Rosenberg dirigiese Horror en Amytiville en 1979, cinta secundada más tarde por un par de telefilmes y nada menos que cinco secuelas.
LA MORADA DEL MIEDO
Dirección: Andrew Douglas. Intérpretes: Ryan Reynolds, Melissa George, Jesse James, Philip Baker Hall. Género: terror. EE UU, 2005. Duración: 90 minutos.
Incapacidad
Con esos datos se demuestra una vez más la incapacidad de buena parte de la industria americana del cine, empeñada en resucitar para las nuevas generaciones a los clásicos del terror (de La matanza de Texas a La casa de cera pasando por La noche de Halloween o La noche de los muertos vivientes), en lugar de intentar ofrecer algo novedoso. Douglas, prestigioso realizador de anuncios para las mejores marcas de automóviles, demuestra que tiene talento para crear atmósferas malsanas sin excesivos trucos de dirección. Por ejemplo, en la secuencia en la que el niño pequeño va al servicio en mitad de la noche se sirve únicamente de una elegante y, al tiempo, sobrecogedora planificación para provocar angustia. En cambio, el guión es bastante más truculento y, en determinados pasajes, incluso ridículo. Así, resulta bochornoso que la madre de la familia reflexione en voz alta algo así como "¡cariño, aquí está pasando algo raro!", justo después de ver cómo uno de los miembros de la familia está a punto de morir ahogado en su propia bañera y de que uno de los hijos haya hecho equilibrios por la cornisa del tejado invocando el nombre de una niña muerta.
Comparada con el original de Rosenberg (y teniendo en cuenta que ambos parten de una novela y ésta de, afirman, una historia real), La morada del miedo está mejor dirigida, aunque, lástima, cuente prácticamente lo mismo. Eso sí, por fortuna, ahora han eliminado aquella grotesca escena final en la que el padre volvía a recoger al perro olvidado después de haberse destapado la caja de los truenos en una casa que, digan lo digan, parece capaz de matar por sí misma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.