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Premio Nacional de Cinematografía | NOTICIAS

Gutiérrez Aragón logra el Premio Nacional de Cine por toda su obra

El cineasta ultima 'Una rosa de Francia', un nuevo largometraje rodado en Cuba

Jesús Ruiz Mantilla

Todavía con alguna gota de salitre pegada al cuerpo y el aire del Caribe soplándole en ese oído desarrollado y siempre alerta, Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942) recibió ayer la noticia: había ganado el Premio Nacional de Cinematografía 2005, concedido por el Ministerio de Cultura a cineastas con carrera consolidada, fértil y ejemplar, como es el caso de este artista, a quien le ha hecho mucha ilusión el premio, dotado con 30.000 euros, y que afirma todavía estar dispuesto a dar mucha batalla.

El salitre lo ha traído de Cuba, donde este invierno ha rodado Una rosa de Francia, película de aventuras que se desarrolla en la isla cuando corrían los años cincuenta, al soplido entre esperanzado y amenazante de la revolución y de los cachorros de Fidel Castro, que hizo a muchos lanzarse al mar con lo puesto. Concretamente ayer estaba supervisando las últimas mezclas de sonido, "así que si oyes música cubana de fondo no te asustes, no estamos de fiesta", aseguraba por teléfono.

"He rodado en Cuba para sentirme dentro de uno de esos cuentos de mi abuela"
"Siempre he intentado que mi obra tuviera su lado testimonial y otro fantástico"

Le habían gustado los argumentos que daba el jurado -formado por Fernando Lara, Pilar Torre, Manuel Hidalgo, Pedro Pérez, Antonio Giménez Rico, Ana Fernández, Teresa Font, Alicia Luna, Gracia Querejeta y Javier Aguirresarobe-, en los que resaltaban su labor como director y guionista y, añadían, "la entidad de su mirada, entre el realismo y la fantasía, hacia la sociedad española de los últimos 30 años, puesta de manifiesto, una vez más en 2004, con La vida que te espera".

Aunque le pese algo, le fastidie y le repatee la nostalgia, ayer, con la noticia, no tuvo más remedio que enfrentarse a un ejercicio de balance, cosa que no está muy acostumbrado a hacer porque odia darse importancia: 17 películas, alguna serie de televisión que marcó época, como El Quijote, varios guiones... Pese a que dice que no quiere verse "desplomado por los reconocimientos", cree que a veces conviene sentarse a reflexionar y mirar un poco atrás: "Es hora de fijarse en la coherencia de un trabajo", aseguraba Gutiérrez Aragón.

Él prefiere que lo digan otros, pero esa coherencia ha sido reconocida y el cineasta la ha defendido siempre con la verdad de una obra insólita, firme y sujeta a una línea tan ancha y tan fértil como la que describe: "Siempre he procurado que mi obra tuviera su lado testimonial y otro fantástico. Ambos son dos caras de la misma realidad", dijo. "Y eso ha estado presente en todas mis películas, las buenas y las malas". ¿Cuáles son las malas? "Eso prefiero que lo digan otros".

Desde luego, quienes le admiran no dirán que entre las malas está la primera, Habla, mudita, de 1973, con la que logró el Premio de la Crítica del Festival de Berlín. "Ese premio sí que me hizo ilusión, el primero, porque entonces lo tenía todo por delante", decía ayer, riéndose. Tampoco se olvidarán quienes tengan que juzgar a varios años vista su trabajo de Camada negra (1977), con la que volvió a triunfar en Berlín, esta vez con el Oso de Plata, o Sonámbulos (1978), con la que lograba la Concha de Oro del Festival de San Sebastián.

Después vendrían Demonios en el jardín, Feroz, La noche más hermosa o ese ensueño fantástico que fue La mitad del cielo, que precedió a El rey del río, Cosas que dejé en La Habana, un auténtico viaje a Cuba, pero hecho en Madrid, Visionarios, la audacia y la ternura que exploró en El caballero Don Quijote, con la que concluía sus viajes junto al personaje que más le fascina, aunque diga ahora esto: "Me he cansado un poco de cabalgar junto a ese caballero". Y lo dice precisamente ahora, cuando más políticamente incorrecto puede sonar, en pleno jolgorio del cuarto centenario. "Aunque es cierto lo que alguna vez ha dicho el crítico Carlos F. Heredero sobre mí, que mis películas más cervantinas son las otras".

Claro, porque esa confusión entre realidad y ficción, entre suelo y cielo, entre magia y ciencia, entre vida y trascendencia que producía alucinaciones en don Alonso Quijano, es toda una fuente creativa para el cineasta cántabro. "Ese realismo sin fronteras, el que lleva a la fantasía y parte de la propia realidad, de la imaginación al lado de la lumbre, de la tradición oral, es el que más me interesa", explica.

Por eso, entre otras cosas, también, ha querido volver a Cuba, si es que alguna vez se fue de allí. Porque Gutiérrez Aragón siempre ha estado de alguna forma sentado a la corriente del Caribe. "Mi padre nació allí y mi abuela no paraba de contarme historias cubanas", cuenta. Una rosa de Francia, que está protagonizada por Jorge Perugorría, es un auténtico homenaje a esas historias. "La he querido rodar para sentirme dentro de uno de esos cuentos que me contaba ella, cuando se encerraba en el baño a fumar puros habanos y se sentaba en la tapa del váter y me hacía a mí bailar dentro del baño dando palmas". Era como ir al cine con música. "Sí, porque ella contaba y aderezaba las historias con canciones. Eran cuentos maravillosos sobre pescadores que iban detrás de peces muy grandes, recuerdo".

Cuentos y realidades, como los olores. "Cuando llegué a Cuba la primera vez me di cuenta de que olía como en casa de mi abuela, a esa humedad". La mujer se había llevado los aromas, los sonidos de la isla hacia el norte de España y supo hacer explotar la imaginación de un niño curioso que después utilizaría gran parte de esos mundos para provecho de su cámara.

Esta vez ha rodado en escenarios reales: "En La Habana, en Mariel, el puerto de donde salían quienes no querían quedarse a vivir con la revolución, de ahí viene el nombre marielitos, y en Cayo Romero, donde se supone que Toni de la Guardia, que fue ejecutado por el régimen, guardaba todo su dinero".

La sensación del rodaje no ha resultado nada extraña pese a que su anterior película, La vida que te espera, que retrata el mundo a punto de extinguirse de los pasiegos y que él define como un western con vacas, se rodó en la Cantabria más salvaje, más verde, más gris, para retratar esa latente brutalidad enigmática. "En Cuba he estado como en casa, realmente". Lo que sí espera es que la película se acabe viendo en muchos sitios, como la precedente. "Me ha gustado que conozcan el valle del Pas en Canadá, en Rusia, en Alemania o en Holanda, donde ha gustado muchísimo". Las vacas, en este caso, se ve que unen una barbaridad. A los europeos del norte y a los del sur.

Manuel Gutiérrez Aragón.
Manuel Gutiérrez Aragón.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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