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VISTO / OÍDO
Columna
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La conciencia del juez

Un par de jueces, hasta ahora, se han opuesto al matrimonio de personas del mismo sexo; no han exhibido objeción de conciencia pero han encontrado otros motivos. Hay quienes sospechan que se trata de conciencia religiosa que no quieren confesar, porque sería punible o su juicio sería invalidado. Desde mi punto de vista la conciencia dejó de existir desde que no se sabe lo que es. Hegel y los suyos hablaban de "conciencia desventurada" porque la fe en "un dios personal y trascendente" "es una forma de alienación del hombre respecto de sí mismo". Esta brutal reducción de cientos de páginas no basta para expresar el problema. La conciencia ha perdido sus características iniciales durante siglos, se ha convertido ya en una cuestión religiosa (en España) y la laicidad la asume como ética. Entre las tres fuerzas clásicas y antagónicas (ética, conciencia, moral) hay un desorden conceptual: si uno delega en otro su actuación o su comportamiento está fuera de lo mismo que alude. La suposición de que el Altísimo (palabra de Hegel) informa a un ciudadano actual sobre lo que debe hacer, como fuerza perentoria y absoluta, puede estar en contradicción con aquellas personas con las que (no "sobre las que") debe actuar su función. Respecto a los jueces ya hay bastantes inquietudes al leer todos los días cuestiones entre "progresistas" y "conservadores": no hay un código para cada clase. Ni siquiera esos nombres suelen ser reales: son más bien "derechas" e "izquierdas", laicos o creyentes. Y no está bien que un juez, un funcionario cualquiera de carrera o de elección, tenga un mandato superior y diferente de la persona que comparece ante él. Lo mismo diría de un médico que se niega a practicar operaciones o intervenciones permitidas por la ley pero que contradicen sus principios: su solución es renunciar a la medicina pública y dedicarse a la privada con personas de su propia inclinación. No hay mucho que añadir si se trata de un psiquiatra, de un comisario de policía, un general o un taquillero de metro que no vende sus billetes a quien le parece indigno del viajecillo que solicita.

Digo, en democracia; en dictadura es otra cuestión. Sartre decía que el fascismo daña doblemente a un escritor: una, en su calidad de ciudadano, como a todos los demás; otra, como persona forzada en su condición de expresar sus propios pensamientos o de interpretar el bien común.

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