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Columna
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Golpes de calor

El Chino dejó una nota en la que se decía que atentaron el 11-M para cambiar el Gobierno de España. La nota está escrita después de que, en efecto, el Gobierno de España cambiara. El crimen suele necesitar estímulos euforizantes, pero pudiera ser que los autores del atentado tuvieran esa intención. Ya lo decían algunos, que vuelven a estar también muy eufonizados tras la nota de El Chino. Querían cambiar el Gobierno de España; ahora bien, podían haber conseguido lo contrario. Podían haber conseguido, por ejemplo, que la línea descendente que llevaba el PP las semanas previas a las elecciones cambiara de signo y volviera a ganar por mayoría absoluta. Una cosa son las intenciones y otra los logros. En este caso, sin embargo, intenciones y logros coincidieron. Y bien, ¿qué le vamos a hacer? Pasen ustedes factura a los votantes, ya que esa coincidencia no da para mucho más. Al menos eso creemos los incautos, aunque, ¿cómo sabían El Chino y sus secuaces que intenciones y logros iban a coincidir, que entre la posibilidad A y la B iba a imponerse la A, que era la que ellos querían? ¿Qué otros elementos intervinieron para que, en efecto, el Gobierno de España cambiara? ¿Con quiénes estaban conchabados los autores materiales del atentado para conseguir hipnotizar de tal forma a los votantes españoles? Aire para la teoría de la conspiración y para el desfile de despropósitos. Si el think tank de FAES sirve para esto, habrá que concluir que se parece más a un tam-tam, o a un esperpento.

El PP no quiere reconocer su aviesa torpeza tras el atentado del 11-M y construye un cortafuegos que no es sino el calco en negativo de su propio comportamiento. Trata de atribuir a los demás sus propias intenciones, para así negarlas. Al mismo tiempo, intenta deslegitimar el triunfo electoral del PSOE, un triunfo legítimo pero sobre el que siempre pesará la sombra de lo ocurrido días antes, aunque sólo fuera por el hecho de que ocurriera. Y es una lástima que el PP siga instalado en ese delirio, que lo está convirtiendo en una nota de color estridente y muy poco eficaz. El palabrerío de sus líderes empieza a sonar fallero. Dice José María Aznar, con esa gracia tan suya, que la única alianza positiva para España es la Alianza Atlántica. Quizá haya que recordarle que su partido se abstuvo en el referéndum OTAN, y quizá haya que exigirle que nos desvele la existencia de algún otro referéndum en perspectiva, esta vez para salir de la OTAN. A la discutible alianza de civilizaciones de Zapatero sólo se le ocurre responderle con esa patochada.

También Jaime Mayor Oreja debe de estar sufriendo los efectos de la sofoquina. Tras haber estado defendiendo con su líder que todos los terrorismos son iguales, ahora se nos convierte en el adalid de las diferencias. Lo que más parece preocuparle de éstas, sin embargo, es la denominación: ya saben, si islamistas o si no islamistas. Ese es, para él, el principal quid del debate que afronta Occidente para luchar contra el terrorismo islámico. Los ingleses, a los que él tanto parece admirar ahora mismo, no son tan simplones en sus análisis. Empiezan a ser conscientes de que se hallan ante un fenómeno que está más allá, o más acá, de la lucha cósmica entre el Bien y el Mal. Y tampoco se limitan a hacer comparaciones entre Chamberlain y Churchill, tan caras estos últimos tiempos a la derecha española y a las que recurre también Jaime Mayor. La comparación puede resultar historia viva para los ingleses; a los españoles les puede sonar a música celestial.

El peligro de estos montajes pseudointelectuales, y para intelectuales, reside en el uso paródico de la Historia para edulcorar, o camuflar, una política cuyos efectos sean justamente los contrarios de los que se pretenden ejemplificar. Blair sería Churchill y Zapatero Chamberlain, es de lo que se trata; todo ello para aderezar un discurso belicista que empieza a considerarse la máxima virtud. No ser pacifista a ultranza no significa convertirse en justo lo contrario. Pero estamos en guerra, como dice José María Aznar, algo que no parece tan claro ya para casi nadie. Y la verdad, tanto ardor guerrero en nuestros líderes empieza a preocuparle a uno. Sobre todo si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de las guerras actuales son guerras civiles. Y éstas sí que son memoria viva para los españoles.

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