Los dioses malvados

¿Se conseguiría la paz matando al dios de la guerra? En ese caso, el mejor lugar donde conseguirlo sería la antigua Grecia. Ésa es la obsesión de Kratos, antihéroe atormentado que protagoniza God of war. No lo perseguirá por voluntad propia o por extender el manto de la bondad sobre la humanidad, nada más lejos de la realidad.

Chantajeado por los dioses que anhelan el poder de Ares, el jugador deberá satisfacer sus deseos a cambio de borrar de su martirizada cabeza los terribles recuerdos que no le permiten conciliar el sueño.

Los estudios de Santa Mónica de Sony América ofrecen un órdago veraniego que no se puede obviar. Mientras los ojos de todos están puestos en la próxima generación de consolas, God of war da una vuelta de tuerca más a la Play Station 2 ofreciendo una experiencia gráfica que parece llegada del futuro.

La historia es muy intensa. Se suministra en pequeñas dosis a través de cortos diálogos entre el protagonista y los personajes, situados en puntos muy concretos; pero logran tejer un guión que, como un espectáculo pirotécnico, crece hasta una impresionante traca final.

La gracia está en que dicho fin de fiesta se ofrece al comenzar el juego, con un Kratos, general de Esparta, desolado y al borde de un precipicio donde decide acabar con su vida. Por lo tanto, toda la acción es una mirada hacia el pasado para conocer en primera persona cuáles son los motivos que le han llevado a tomar tan drástica decisión.

No hay que olvidar que se trata de un título de acción, Básicamente hay que acabar con todo lo que aparece en pantalla armado con las espadas del caos. El reto es encontrar los ataques correctos para conseguirlo. Pero el aliño de la intriga que ofrece la historia lo eleva casi al nivel de aventura.

Espectaculares escenarios

La continuidad que se consigue al eliminar de forma magistral las cargas intermedias entre fases permite, de nuevo, subir otro peldaño en la escalera de la diversión. Las lindezas que va ofreciendo el título no terminan aquí. Los escenarios que ha diseñado el equipo de Sony son ricos, cambiantes, detallistas, colosales y brillantes, aunque se podría seguir con las adjetivos, ya que varían continuamente y cada nuevo decorado no tiene nada que envidiar al anterior. Están representadas desde flotas de trirremes en enfurecidas aguas egeas a un arrasado puerto ateniense, pasando por los interiores relucientes de los palacios y la gigantesca figura de Ares acabando con los edificios a pisotones.

Los enemigos son algo más repetitivos -como es habitual en este tipo de discos donde aparecen hordas de ellos-, pero todos con un buen diseño y un talón de Aquiles particular que hay que encontrar usando el ataque correcto en cada momento para sacudírselos de encima de forma efectiva.

Los rivales de fin de fase poseen un aliciente, ya que no sólo permiten avanzar en caso de derrotarles, sino que además dejarán tras de sí un poder divino que podrá ser empleado por Kratos a partir de ese momento.

Tras acabar con Medusa, su cabeza forma parte del inventario del protagonista y su rayo petrificador puede emplearse contra los enemigos mientras quede maná en el depósito. La furia y el tamaño de algunos de ellos, como las Hidras, no dejan indiferente a nadie.

La peculiar forma de acabar con su vida, tampoco. Tras recibir estopa durante un rato, aparece sobre sus cabezas un símbolo que corresponde a un botón del mando de control. Si se pulsa, se inicia una secuencia que hay que completar para que el espartano dé a su víctima un mortal y espectacular golpe.

Es posible guardar la partida en determinados lugares y en caso de morir siempre hay puntos intermedios donde se renace, de manera que se evita tener que repetir una y otra vez la misma matanza. Tanto es así que, si a la tercera no se consigue superar una zona, el juego pregunta si se desea cambiar a un nivel de dificultad inferior al seleccionado inicialmente. Todo ello pensado para que la diversión no se vea frustrada, como debe ser.