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Columna
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Asustaviejas

La mitología popular española contaba hasta ahora con una galería de monstruos de la más rica pelambre: El Coco (que se lleva a los niños que duermen poco), el Tragaldabas (que se engulle a todo aquel que baja las escaleras del sótano), la Bruja Curuja, o Pirula (que le chupa la sangre todos los días un poquito a la niña perdida en el bosque, en cobro por el fuego que le prestó), La Media Carita (que entretiene a Mariquilla en la calle y luego vuelve por la noche a llevársela (¡Que voy por la escaleeera!, ¡Ay, mamaíta, quién será?), el Bu (fantasma puro e ignoto, especialista en asustar de repente), los Martinitos, o Martinicos en zona granadina (duendes que recorren los tejados en invierno y cambian de sitio las cosas), la Fantasma (que se ilumina con una olla de velas en la cabeza, para proteger a los amantes furtivos), las xanas, janas o mascas norteñas (de ambigua condición, entre el bien y el mal); el Esperpentu Humano, un adefesio indescriptible que en mi pueblo representaba al monstruo por excelencia (mucho antes de que Valle Inclán literarizara el término); y, sobre todo, el Sacamantecas, o Sacaunto, cuya especialidad es el infanticidio y hacer jabón con la grasa de sus víctimas (o sea, un antecesor de los nazis de Treblinka).

Más o menos esta es, o era, la galería del espanto hispánico. A ella se ha unido recientemente una nueva figura: el Asustaviejas. Su especialidad es atemorizar a las inquilinas de tercera edad, poseedoras de un contrato de renta antigua en inmuebles de cascos históricos. Su radio de acción abarca desde el Pumarejo, Triana, San Bernardo (en Sevilla), a los barrios gaditanos de La Viña, Santa María y otros. En Málaga también ejerce, pero allí lo llaman de manera más contundente: Mataviejas. Su objetivo, expulsar de tales inmuebles -oro molido en el solar de las especulaciones- a las pobrecitas ancianas con artimañas de variado tenor. Empiezan con advertencias de derrumbe y el "convendría que se fuera usted cuanto antes". Si ello no da el resultado apetecido, de pronto un día se corta la luz, otro día el agua. Si así y todo no se produce el ansiado desalojo, entran en acción los despachos de abogados, urbanistas y arquitectos sin escrúpulos. Les ponen un papel a la firma que más o menos dice que les autorizan a marcharse, mientras se repara el inmueble, y a volver cuando esté reparado. En el ínterin, como han dejado de pagar la renta, las desahucian por impago de alquiler. A otras les aseguran que pueden regresar cuando la casa esté reparada, y cuando le comunican que ya pueden hacerlo, la casa está peor que antes y es imposible el acceso. Pero un técnico ha firmado un papel dando certeza del arreglito. Otra recibe de pronto una orden de demolición, una vez cumplidos todos los trámites que exige la ley. Trámites que la pobre mujer no ha visto ni por el forro. Un rumor persistente en Cádiz asegura que tales espantajos actúan protegidos por el ayuntamiento.

El problema, para la población indefensa, es que estos nuevos "Sacamantecas" no van reliados en sábanas ni lucen colmillos ensangrentados. Por el contrario, visten ternos de alpaca, corbatas azul Siena y llevan portafolios de cocodrilo con adornos de piraña. Por aquí es por donde únicamente se delatan. Atención.

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