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Reportaje:TERROR EN LONDRES | La situación en Leeds

La 'célula durmiente' del barrio de Beeston

Los vecinos de los suicidas de Leeds siguen sin entender por qué unos simples jóvenes se convirtieron en asesinos

Guillermo Altares

Jugó por última vez al fútbol el martes en un parque cercano a su casa en el suburbio de Beeston, al sur de Leeds, vestido con una camiseta del Real Madrid o del Barcelona. "Era un excelente delantero, al que le gustaban sobre todo Zidane y Figo", relata Khadany Hussain, de 19 años, amigo desde la infancia, al recordar aquel partido. Dos días después, Shehzad Tanweer, de 22 años, asesinó a siete personas entre las estaciones londinenses de Aldgate y Liverpool Street como parte del comando que cometió el 7 de julio el peor atentado de la historia reciente del Reino Unido. ¿Qué ocurrió para que cuatro jóvenes británicos se convirtiesen en terroristas suicidas? Desde hace cinco días, los habitantes de Beeston, de donde proceden tres de los cuatro miembros de esta célula durmiente, cuya vida transcurría aparentemente dentro de la normalidad, se hacen una y otra vez esa pregunta.

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"He estado dos días sin dormir. Nadie lo entiende. Aquí puede haber gente que tenga problemas con las drogas, que trafique con hachís; pero jamás pudimos imaginar que íbamos a tener terroristas", relata una joven de origen paquistaní que conocía a los tres suicidas de Leeds. "Cuando se vayan los policías y los periodistas, cuando el barrio vuelva a la normalidad, empezaremos a pensar sobre ello. Yo no he podido digerir todo lo que ha pasado en esta semana. Han sido demasiados golpes", explica Sajid Khan, de 19 años, también compañero de deportes de Tanweer, que, con una pala de críquet sobre el hombro, vuelve a casa después de jugar un partido en el parque.

"Nunca conoceremos sus motivos porque sólo ellos tienen la respuesta. Por eso esta comunidad se encuentra conmocionada", afirma el ministro británico de Desarrollo Internacional, Hilary Benn, diputado laborista por este distrito de Leeds, que lleva varios días presente en las calles de Beeston. "¿Qué lleva a alguien a llenar una mochila de explosivos, viajar hasta Londres con ella y matarse y matar a muchas personas haciéndola explotar en el metro? Para hacer algo así tienes que tener una mirada sobre el mundo que soy incapaz de entender", agrega Benn, que ayer encabezó una manifestación vecinal de repulsa a los atentados.

Beeston, un barrio obrero de viviendas unifamiliares de ladrillo rojo situado sobre una colina al sur de Leeds, en el que viven unas 16.000 personas y se hablan 20 lenguas diferentes, cambió para siempre el martes en torno a las 6.30 de la mañana, cuando decenas de policías invadieron la zona para registrar las casas de los suicidas, jóvenes de origen paquistaní nacidos en el Reino Unido. Shehzad Tanweer vivía en Colwyn Road con sus padres, mientras que Hasib Mir Hussain, de 18 años, habitaba con su familia en el cercano barrio de Holbeck.

Mohamed Sidique Khan, de 30 años, que se perfila como el jefe del grupo, se había mudado a Dewsbury, 14 kilómetros al sur, cuando tuvo a su hija, hace ocho meses, pero era un trabajador social en el área, a la que acudía muy a menudo. La policía estaba buscando las conexiones del cuarto suicida, el jamaicano Lindsay Germain, o Lindsay Jamal, de 19 años, con este barrio, donde las fuerzas de seguridad británicas han arrestado al único detenido en el Reino Unido por el 7-J, Naveed Fiaz, de 28 años.

El 77,7% de los habitantes de Beeston son blancos, según el Instituto Nacional de Estadísticas, un porcentaje inferior a la media de Leeds (700.000 habitantes, 91% de blancos); aunque la zona donde se movían los miembros del comando es mayoritariamente bangladesí y paquistaní. En muchos casos se trata de familias que llegaron hace 40 años atraídas por el pujante sector textil de Yorkshire. Ahora la mayoría de los emigrantes procede de Europa del Este.

"Aquí todo el mundo ha crecido con todo el mundo. Todos nos conocemos, por eso no podemos explicarnos lo que ha ocurrido. Si yo hago algo malo en el barrio, sé que mi familia se va a enterar en 20 minutos", relata Sajid Khan, el jugador de críquet. El mundo en el que se movían los tres terroristas suicidas es, además, muy pequeño: las tres mezquitas del barrio, un local que pertenece al centro social Hamara -financiado por el Ayuntamiento-, unas cuantas tiendas ante las que se reunían y el parque. Son lugares situados a unas pocas manzanas y que desde hace una semana se encuentran rodeados por cintas policiales, andamios con plásticos, expertos forenses vestidos de blanco de los pies a la cabeza y televisiones de todo el mundo, lo que da al barrio un aspecto surrealista. Ayer mismo, una nueva casa era registrada.

El paro en Beeston es superior al del resto del país, un 11%, pero Leeds, una ciudad pujante, sigue ofreciendo muchos puestos de trabajo, sobre todo en la industria. "La gente encuentra rápidamente empleo, la mayoría en fábricas", señala Michel Amegee, de 37 años, asesor de jóvenes parados en un centro municipal. La mayoría de los habitantes del barrio no tiene ninguna titulación (47,62%) frente a un 8,9% de licenciados. No existen estadísticas sobre el impacto del desempleo en los diferentes grupos étnicos, pero una encuesta del Ministerio del Interior británico revelaba en 2004 que el paro de larga duración era mucho más elevado entre los 1,6 millones de musulmanes que entre el resto de las comunidades del país (un 24% frente a un 5%). "En todas partes puede haber problemas; pero yo no diría que Beeston sea una zona más complicada que cualquier otro suburbio de una gran ciudad", agrega Amegee.

Rob Hardy, un celador de 37 años, define Beeston como "un barrio obrero, con una comunidad muy mixta". "Ha habido tensiones y las hemos superado juntos", agrega. Se refiere al asesinato, hace un año, de un adolescente negro de 16 años, Tyrone Clarke, por parte de una banda de unos 30 jóvenes de origen asiático, en su mayoría menores de edad. "Aquello estuvo a punto de provocar una revuelta y la tensión aumentó de forma extraordinaria", explica una veterana periodista de sucesos del Yorkshire Post. Al menos uno de los suicidas, Shehzad Tanweer, había estado implicado en un ataque racista. Pero, a diferencia de otras zonas industriales del norte de Inglaterra, donde el ultraderechista Partido Nacional Británico tiene su vivero de votos, aquí no ha habido disturbios étnicos.

Pero el salto desde los problemas de integración de la segunda o tercera generación de paquistaníes, desde la falta de perspectivas en una barriada obrera o desde el descontento y la rebelión juvenil hasta el terrorismo suicida es enorme, por muy malas e intensas que sean las influencias que reciban. Y no son los primeros casos: Asif Hanif, un joven londinense de 21 años, mató a tres personas en un atentado suicida en Tel Aviv en 2003. "Lo que hicieron es horrible y va contra el islam. No puedo encontrar ninguna explicación; pero sé que estaban llenos de odio y que hay jóvenes de la comunidad que sienten ira cuando ven morir a sus hermanos inocentes en Irak o en Afganistán", afirma Mohamed, un comerciante de 27 años, que viste a la manera tradicional paquistaní y lleva una larga barba. Amid, de 37 años, que alquila un local frente al piso donde fabricaron los explosivos los miembros del comando, en el barrio de Burley, al norte de Leeds, y cuya historia familiar refleja la diversidad étnica de este país (procede de Irán, de una familia de origen georgiano, y emigró al Reino Unido hace más de una década), recuerda los años en que combatió en la guerra contra Irak. "Cuando no lo has vivido, es difícil entender y explicar el poder que la propaganda puede tener sobre un adolescente", afirma.

Un comunicado que leyeron el viernes tras el rezo los responsables de la mezquita y centro islámico Cachemira, en cuyos bajos hay un gimnasio que frecuentaron tres de los suicidas, refleja el desconcierto de la comunidad: "Durante los próximos días, semanas y meses nos plantearemos preguntas muy duras sobre cómo personas que conocimos pudieron cometer unos actos tan atroces. No hay respuestas fáciles".

Uno de los investigadores sale de una de las casas inspeccionadas en Leeds.
Uno de los investigadores sale de una de las casas inspeccionadas en Leeds.REUTERS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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