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Columna
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Islam

Miquel Alberola

A menos que los musulmanes (y no sólo los europeos) se tomen en serio el peligro del integrismo y pongan de su parte para erradicarlo, el islam corre el riesgo no sólo de ser percibido por el resto del mundo como una secta destructiva, sino de acabar siendo más o menos eso. Esa religión, sin duda cargada de hondos valores, está siendo pervertida por algunos de sus principales gestores y convertida en un repulsivo justificante de matanzas indiscriminadas. Muchas de sus mezquitas se han convertido en oficinas de reclutamiento para cebar esa dinámica de destrucción y miedo, y su verbo se ha vuelto incandescente y emplaza a la aniquilación de un enemigo que a menudo sólo quiere que no le fastidien la siesta. Ante la pasividad y el miedo de un islam partidario de la vida, otro islam movido por intereses espurios ha puesto la muerte en valor y está ocupando los espacios y absorbiendo los cerebros de los adolescentes para arrebatárselos a sus padres y convertirlos en munición. Su instrumento es el suicidio y su objetivo matar en todo el mundo para conquistar el poder en unos países en los que -no falla- hay petróleo o gas natural. Su horquilla es tan ancha que lo mismo da para destripar a una treintena de niños recogiendo caramelos en Bagdad que para triturar carnes de diverso credo, raza y procedencia en Nueva York, Londres o Madrid. Antes que dejarse estigmatizar por las sociedades de acogida y de ser desplazado y devorado por esa ráfaga de muerte, el islam partidario de la vida, el que un día incluso apostó por vivir mejor lejos de su raíz, tiene la obligación de posicionarse contra esa maraña carnicera que, al contrario de lo que transpira su golosa metafísica, no se nutre de injusticia y hambre, de los que no cuentan, de los que han estado apartados a la cuneta, sino de muchachos acomodados que conducen un Mercedes, de millonarios místicos y de oligarcas muy materialistas. La amenaza integrista, ésta es la curiosidad, sólo beneficia a los tiranos de los países musulmanes, que han visto reforzados sus pedestales con la comprensión de las grandes potencias ante la presencia de este mal mayor, y frente a cualquier atisbo de democratización.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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