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A pie de obra | TEATRO
Columna
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Triste bosque de Arden

Marcos Ordóñez

Uno. Como gustéis (As You Like It) es la comedia más feliz y desconcertante de toda la obra de Shakespeare. Su motivo central es alegremente inverosímil (Rosalina se disfraza de muchacho y ni su amado ni su mismísimo padre la reconocen), y a los diez minutos nos olvidamos de la amenaza de muerte que pesa sobre ella, expulsada de la Corte por el duque usurpador. En compañía de Celia, su mejor amiga, y del ácido bufón Piedradetoque, parte al bosque de Arden, presuntamente en busca de su papá, el duque desposeído, aunque su motivo fundamental sea el de casi todas las mujeres shakespeareanas "de comedia": jugar e inventar juegos, como una forma de sondear y educar a Orlando, el amante que ha elegido. Rosalina es una dama libre, decidida y lúcida: corteja sin dejar que la hojarasca del amor romántico, que aqueja a su hombre hasta extremos idiotizantes, emborrone una justa apreciación de sus virtudes y defectos. En el bosque de Arden, como en el de El sueño, Shakespeare también va a jugar a mostrarnos unas cuantas variantes posibles del amor. El pastor Silvio ama obsesivamente a Febe, que le rechaza y pierde el seso por Ganimedes, quien no es otro que Rosalina travestida. No tardarán en sumarse a la danza Celia y Piedradetoque: la primera se enamora de Olivier, el hermano mayor de Orlando, que pasa de villano a bellísima persona en una noche; el cínico bufón, por su parte, opta por pedir en matrimonio a la pastora Audrey, tonta, fea y áspera, para así estar a salvo de las ilusiones del amor. Rebosante de juegos de palabras y reflejos paródicos que ponen en solfa los arquetipos de la comedia pastoril, demorándose en paradas y estocadas verbales, el diálogo de Como gustéis acaba sustituyendo a la acción dramática. Si la danza de El sueño era una zarabanda enfebrecida, los personajes de esta pieza bailarán una pavana que se muerde la cola y cuyos compases parecen anticipar los que Mozart prestó a Così fan tutte, otra isla de juego y artificio donde se combinan magistralmente la alegría del gozo presente y la leve melancolía de su intuida caducidad.

A propósito de Como gustéis, dirigida por Xicu Masó, en el teatro Grec de Barcelona

Dos. La temporada teatral barcelonesa comenzó con una soberbia puesta, El fantástico Francis Hardy (Faith Healer), de Brian Friel, en el Romea, a cargo de Xicu Masó, y ha concluido, casualidades de la vida, con otro montaje que lleva su firma, el Como gustéis que, en impecable versión catalana de Salvador Oliva Al vostre gust- inauguró el Grec. En los últimos años, Xicu Masó nos ha regalado maravillas como La historia del señor Sommer, de Patrick Suskind, el Revés de Tabucchi, que se vio en la Abadía, y, joya rotunda, una adaptación de El Maestro y Margarita de Bulgakov en el Lliure, que no deben perderse bajo ningún concepto cuando visite el Español, en septiembre. Con Al vostre gust, qué se le va a hacer, no hemos tenido tanta suerte. Cabe esperar que el espectáculo llegue rodado y remontado al Romea la próxima temporada, y que las abundantes perlas de su reparto brillen como debieran, aunque me temo que algunos problemas "de concepto" -¡ah, el maldito concepto!- tengan complicada solución. Para empezar, Masó ha revestido de acentos sombríos la comedia más alegre de Shakespeare. No es un montaje triste sino tristón, que tiene más delito. El bosque de Arden, reimaginado por Lluc Castells, parece aquí el mismísimo monte Calvario, con los tablones del entarimado convertidos en unos árboles ávidos de crucifixión. Tampoco le veo yo demasiado sentido a ambientar la pieza en la posguerra española. Qué ganas de hacer inventos que no pegan ni con cola, como esa partida de milicianos encabezada por el duque desposeído que sólo podría entenderse, pongamos, en clave carlista. Pep Tosar, grandísimo cuando quiere, hace aquí los dos duques, el malvado y el exilado, con similar e incomprensible desgana: interpreta al primero como si fuera un gángster de tebeo y al segundo como si estuviera de paso.

Tres. Con todo, el problema central de la función es la escasa química entre los amantes "centrales". Carles Martínez es un actor superdotado, pero mucho me temo que Orlando pide lo que antes se llamaba un galán, alguien que nos convenza cuando hace decir a Rosalina "señor, no sólo al adversario habéis rendido". Rosalina es Mia Esteve, otra intérprete de campanillas pero especializada (o encasillada) en roles de mujer hosca/agreste/intangible, táchese lo que no interese, desde la Hilde de Solness hasta la Gila de La serrana de la Vera. Hay en Mia Esteve una sensualidad secreta que no se atreve a salir, porque no puede o porque no la dejan; justo al revés que Áurea Márquez, una Celia que sabe ser sensual con una mirada o moviendo el dedo meñique: quizá debieran haber intercambiado sus papeles. Rosalina es sensualidad pura, verbal y física; ha de seducir y seducirnos como mujer y como hombre, de un modo transgenérico, como hizo Adrian Lester en el montaje de Cheek by Jowl, y si Mia Esteve a ratos lo consigue como Rosalina, su Ganimedes, atrapado en unos pantalonazos que no se pondría ni el Pichi, lo tiene francamente difícil: es un puro cliché, como esos campesinos -Febe (Miriam Alamany), Silvio (Xavier Pujolrás), Audrey (Teresa Puig)- sobrecargados de brochazo rústico, facción Marianico el Corto, y de los que logra escapar, conjuntando gracejo y humanidad, el Cori de Albert Ribalta, también con la boina atornillada pero estupendo en su diálogo filosófico con Piedradetoque. Llegamos aquí a lo mejor de la comedia: los dos bufones. Jordi Martínez, un actor que crece a cada nuevo papel, sirve un Piedradetoque maligno y lleno de peligro, segurísimo, imbatible. Victor Pi, por su parte, convierte a Jacques el Melancólico en un loco chejoviano, absolutamente conmovedor en su monólogo sobre las edades del hombre, uno de los grandes momentos del espectáculo, que recitó entre el público, en las gradas del Grec. Esperaremos a su reposición en el Romea.

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